Capítulo 9.

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- Verás... - le dije - Mi madre me ha comentado que quiere quedarse aquí a vivir. Todos están de acuerdo. Solo falta mi confirmación.

- ¿Y qué vas a hacer? - me dijo Justin con una pizca de esperanza.

- No lo sé. Me llama mucho la idea de quedarme, pero no sé qué hacer. Aquí no tengo nada. - noté una muesca de dolor en su mirada - No lo digo por ti, lo digo en general. Tú te pasas la vida de viaje y aun así no podría hacer una decisión así basándome en algo que acaba de empezar... ¿No crees?

- Sí, Val. Tienes razón - me dijo - Tienes que hacer lo que vaya a ser mejor para ti.

- Creo que voy a decir que sí. O sea, allí tengo a mis abuelos y a mis dos mejores amigas, pero empezar de cero en un país completamente diferente... Me llama muchísimo la atención.

Y así hice. Dije que sí. Lo que hizo que adelantáramos la vuelta a Madrid y tuviera que irme de allí sin despedirme de Justin al día siguiente.

Teníamos que empaquetar todas las cosas y organizar la mudanza. Aunque la verdad es que todavía no teníamos casa, así que no sabía por qué tanta prisa.

Cosas de mi madre.


Llegamos a Madrid y estuvimos tan solo tres días que pasé sin salir de casa porque tenía que empaquetar toda una vida, que nos llegaría la próxima semana a Toronto en avión.

Meri y Laura pasaron cada segundo de esos días conmigo. Era lo único que me dolía dejar atrás. Se habían convertido en mis hermanas y ahora nos esperaba una vida separadas. Pasaríamos de vernos a todas horas a vernos un par de veces al año. Sería duro, pero era posible. La distancia es solo una excusa que usamos para justificar el dejar de hablar con alguien, pero es cosa nuestra que eso pase o no.

El día que teníamos que volver a Canadá, me levanté a las cuatro de la mañana y al cabo de una hora salí de casa. La gente empezaba a movilizarse para ir al trabajo. Pasé dos horas recorriendo cada rincón de mi barrio para despedirme en condiciones. Fui al instituto, al parque en el que pasábamos las tardes, pasé también por casa de mis dos amigas, fui a la tienda en que nos comprábamos las chucherías y por último, caminé hasta mi queridísimo Santiago Bernabéu que estaba a apenas quince minutos de casa.

Una vida que terminaba para dar comienzo a otra mucho más interesante. O al menos eso pensaba yo en ese momento.

A las ocho volví a mi casa, desayuné con mi hermana y mi madre, me despedí también de cada habitación que se veían muy vacías ahora que solo quedaban los muebles y un par de cuadros y nos encaminamos rumbo al aeropuerto.

- Adiós, Madrid. - susurré minutos antes de que despegara el avión.

Me abracé al oso de peluche que me regalo mi padre antes de morir, y me quedé profundamente dormida.

Doce horas después llegamos a Canadá.



Nunca digas nunca. Historia de una Belieber.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora