CAPÍTULO 14

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Sheeva dejó escapar una carcajada.

-¿De verdad piensas que voy a dejarte cambiar mis planes a tu antojo? Estúpido mocoso, no puedes arreglar ahora la imprudencia de tu sacerdotisa ni la tuya propia.

-Aguarda, Sheeva- la interrumpió Baian-. Déjame medirme con él. ¿Qué podemos perder? Ni siquiera está en condiciones de combatir, yo recuperaré mi honor y Flare seguirá en nuestro poder. De todas formas, no te entregarán la armadura por las buenas, y lo que ordenó Poseidón fue atacar Asgard, no llevarnos tan solo la armadura.

La sacerdotisa guardó silencio. Se percató de que Alberick la observaba divertido. Después de todo, cuantos menos quedasen al final, mejor para sus planes.

-De acuerdo. Combatid si os place. Al anochecer no quedarán habitantes en el reino de Asgard.

Kanon frunció el ceño. ¿Qué pretendía esa mujer exactamente? Parecía que el único que en realidad lo sabía era Alberick, aunque por lo visto Hilda también tenía sus sospechas.

Baian contempló el rostro de Flare. Había sido sorprendida por sorpresa por Sheeva y el general, cuando avanzaba a todo correr a través de la nieve en busca de Hagen. Al parecer, el plan de Kanon para comprar la lealtad de Alberick había funcionado a la perfección: Flare había abandonado el palacio y el Sigfried resultaba ahora inofensivo. Lo que no comprendía era de qué se conocían la sacerdotisa y el traidor. Dejó el cuerpo de la princesa en el suelo, su respiración era acompasada, no parecía que hubiera sido atacada, de no ser por un ligero moretón en la frente.

En realidad, el general del Hipocampo desaprobaba totalmente la estrategia de Sheeva. Atacar a inocentes y utilizarlos como rehenes no era, a su entender, una forma justa ni honorable de actuar. A pesar de todo, como sacerdotisa de Poseidón era en aquel momento la representante más directa del dios, así que tampoco se consideraba el adecuado para cuestionar sus órdenes.

Hagen ahogó un nuevo ataque de tos, pero no pudo evitar que su cuerpo se viera sacudido por nuevas convulsiones. Decidido a seguir adelante, contempló a Flare, que descansaba pacíficamente. Si flaqueaba, todo estaría perdido, al menos para él. Pero precisamente por ello debía alejarla de su pensamiento, o no sería capaz de controlar su cosmos y su malestar físico, y la victoria se le escaparía. Además, debía controlar la furia que siempre había caracterizado a la representación de su armadura. Si el caballo se desbocaba, se perdería en la lejanía para no volver.

Hilda se hizo a un lado, Baian se apartó de Flare. El guerrero de Merak entrecerró los ojos, concentrándose en su adversario. Tomó conciencia de su cuerpo para, lentamente, despertar su cosmos.

Por su mente pasaron cientos de imágenes: Sigfried, Flare, Hilda, Odín... en un momento, apareció ante él la imagen de Hyoga, recordó cómo le había vencido, más tarde supo que había empleado una técnica de un santo dorado, maestro de su maestro. Para ello, había tenido que despertar algo llamado Séptimo Sentido que, al parecer, era la única forma posible de asegurar la victoria. ¿Era posible lograrlo? Tan sólo sabía que tenía que controlar sus otros sentidos, hasta estar por encima de ellos, pero que nade podría enseñarle a alcanzarlo, sólo lo aprendería al lograrlo, como tantas otras cosas en la vida.

El Tornado Divino de Baian lo sacó de su ensimismamiento, arrojándolo varios metros por los aires. Al caer, su brazo izquierdo recibió todo el impacto de la caída. Un ruido sordo le indicó que se lo había roto. El guerrero divino hubo de incorporarse muy despacio para no dañar aun más su extremidad. ¿Cómo podía aplacar el poder de Baian, si ni siquiera le era fácil mantenerse en posición de combate?

Miró el brazo roto. Colgaba inerte de su hombro, como una carga muerta. Intentó moverlo, pero tan sólo le produjo más dolor. Concluyó que no podría emplearlo, lo cual dificultaba más allá de lo imaginable su situación, pues sus dos ataques más fuertes precisaban de los dos brazos para ser ejecutados.

Kanon de Géminis: Asgard vs PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora