CAPÍTULO 16

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Sheeva se rió. Avanzó hacia Alberick y clavó la afilada punta de su cetro en el cuello del cadáver.

Hilda avanzó a toda prisa, para apartar a Sigfried del lado de la mujer pelirroja.

-Alberick, necio... tú nunca me fuiste leal... sólo eras leal a tu persona. Preferiría haber pasado desapercibida, pero, qué demonios, no es tan importante. Podré conseguir lo que quiero igualmente. Os he engañado el tiempo suficiente.

Isaac se había incorporado, y la observaba inquieto.

-Señora Hilda de Polaris... ¿de qué está hablando esta mujer? ¿Por qué se supone que dicho nombre debía ser mantenido en secreto?

Todos los guerreros divinos lo sabían. Kanon y Bud habían detenido el combate al oír los gritos de Alberick. El Dragón de los Mares también escuchó con atención, al igual que Siren.

-Era lo que sospechaba cuando Alberick lanzó su amenaza...-susurró. Prosiguió en alta voz-; Isaac, esta mujer es la reina de Niflheim y la señora de Hellheim, el Infierno de estos parajes septentrionales, una diosa, hija del maligno dios Loki y de una gigante. El mismo mal que surca las venas de su padre recorre también las suyas. Loki representa el fuego destructor, y simboliza el pecado, la mentira, la maldad y la astucia.

-Así es -rió Sheeva-. Cuando mi padre fue inculpado por la muerte de dios Balder el Bueno, fue encadenado y encerrado en las profundidades de la tierra. Pero yo lo sacaré de allí. Sé dónde se encuentra, y todo lo que necesito para romper sus cadenas es la poderosa espada Walmunga, la espada de Odín, aquel que hizo un pacto de sangre con él para introducirlo entre los Ases, él más poderoso de todos, y aquel que después lideró su encarcelamiento. Pero cuando sea liberado, Ragnarok, el crepúsculo de los dioses, comenzará, y lideraremos los ejércitos del mal contra Odín y todos los suyos. Esa hora está muy, muy cerca...

Isaac, Siren y Kanon no daban crédito a sus oídos, pero entonces comprendieron. Comprendieron por qué no habían sabido de la existencia de aquella mujer, por qué se había dejado ver, al parecer, muy pocas veces en el Templo submarino de Poseidón. Los había utilizado para llegar hasta la espada Walmunga.

Aquella armadura que se ceñía sobre la túnica violeta de la mujer, pensó Kanon, no se encontraba en el Templo la primera vez que él llegó, cuando había hablado con el dios para anunciarle la reencarnación de Atenea. Porque probablemente era, como la de Odín, una armadura divina, que había sido elaborada únicamente para ella.

Eo, por el contrario, no parecía extrañado. Tal vez él si lo sabía. Los otros tres generales lo miraban esperando su reacción.

Sheeva, o más bien Hell, los sacó de dudas:

-Mime mató a Eo, lo hizo. Pero yo lo reviví, está atrapado en su cuerpo obligado a luchar otra vez hasta que muera, cuando llegué junto a él capturé su alma y le revelé la verdad. Por eso su cuerpo no está curado, pero sus heridas abiertas no son capaces de sangrar. No tiene otra opción que servirme hasta sufrir una nueva muerte. Parece el mismo, pero no lo es, ¿no os habíais dado cuenta?

Siren se sobresaltó, extrañado de no haberse percatado del extraño comportamiento de Escila, pues apenas había pronunciado palabra desde su llegada al patio, y su mirada resultaba extrañamente ausente.

Kanon meditó por un momento. ¿Qué debía hacer? Había imaginado que acabaría luchando con la sacerdotisa por la armadura, pero su condición de diosa lo cambiaba todo. Sin embargo, si ella los eliminaba a todos, tendría una oportunidad de hacerse con la armadura de Odín venciendo a Bud, y entonces, blandiendo la espada Walmunga, tendría una posibilidad de derrotarla... o de hacerle creer que se había unido al bando de Loki.

Kanon de Géminis: Asgard vs PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora