Esta vez con una motivación renovada emprendieron nuevamente la marcha. La llanura blanca y nevada permitía un mejor desplazamiento. Las ventiscas eran más escasas y con mucha menor fuerza. Sin embargo, cada vez se hacía más fatigoso poner un pie delante del otro, cuya orientación —porque la brújula continuaba inservible— únicamente era bajo la ayuda del instinto y del misterioso aumento de la temperatura. Dejando tras ellos la blanca cordillera montañosa, caminaban hacia adelante y en fila india, siendo Eddie el primero de los cuatro, seguido por Marvin, después Peter y cerrando la formación Norman, que debido a su carácter introvertido prefería ir siempre detrás. Peter, aunque físicamente estaba bien preparado, era el que disponía de una menor resistencia, por lo que tuvo que ser ayudado por sus compañeros en algunos tramos.
Desde que dejaron el Trimotor bajo los pies de la cordillera, transcurrieron más de veinte horas sin dormir un solo minuto; unicamente establecieron las paradas necesarias para recuperar el aliento, beber agua o tomar algún alimento. Los calambres en las piernas avisaban de un probable colapso muscular, ya que no admitían muchos más kilómetros. A cada paso sus cuerpos se tambaleaban. No obstante, la información que Peter —con el termómetro siempre a mano— iba ofreciéndoles sobre la temperatura los motivaba sobremanera a seguir adelante: «¡Chicos, poco a poco estamos abandonando el frío!». O «¡Nos acercamos a una zona más cálida!». Teniendo en cuenta las extremas temperaturas del continente antártico incluso en la estación de verano, menos 4ºC era como poco casi un lujo para ellos; para cualquier expedicionario sería como estar en una isla tropical en medio del océano. Motivo por lo que algunas prendas que antes les protegía del terrible frío, ahora les incomodaba. Descubrieron sus cabezas y colocaron el pasamontañas en la zona del cuello en forma de bufanda. Las capuchas de los anoraks las dejaron caer sobre sus espaldas. Ahora sólo portaban sobre sus rostros las gafas especiales que les protegían de posibles afecciones oculares, producidas por el reflejo en la nieve de los rayos del sol. Para ellos, aquello no dejaba de ser absurdo e incomprensible. Por mucho que la racionalidad diera algún tipo de explicación sobre la extraordinaria anomalía, seguían sin entender absolutamente nada.
De repente, Eddie se detuvo bruscamente, quedando inmóvil por completo con sus botas clavadas en la superficie blanca, cuando vislumbró el horizonte.
Marvin, que iba justo detrás, casi tropieza con él.
—¿Te ocurre algo? —preguntó.
—¿Es que no lo veis? —dijo sorprendido con la vista puesta al frente.
Los tres amigos se miraron alarmados, temiendo por la salud mental de Eddie, sospechaban que a éste le comenzaba a afectar el cansancio.
—Sólo vemos nieve y más nieve. Sinceramente, Eddie, creo que debemos parar un rato para dormir —dijo Marvin preocupado, poniéndole la mano en el hombro.
—¡Es el horizonte, el horizonte! —gritó Peter señalando con el dedo.
Ahora eran Marvin y Norman los que extrañados se cruzaron las miradas. No entendían que era lo que Peter y Eddie les decían.
—¡Cóncavo, es cóncavo! —exclamó Peter exaltado—. ¡El maldito horizonte es cóncavo!
Marvin y Norman miraron desconcertados, y giraron sus cabezas de derecha a izquierda intentando escrutar mejor lo que Eddie y Peter trataban de explicarles. Efectivamente, por fin dieron buena cuenta de que el horizonte no era el de siempre. Durante un minuto tan sólo se oyó la fuerte respiración de los cuatro; quedaron enmudecidos ante tan extraordinario escenario, totalmente fuera de lógica. Los extremos del horizonte ya no curvaban hacia abajo, sino que lo hacían hacia arriba y de una forma más pronunciada. Parecía sacado de un cuadro de algún pintor surrealista. «¿Qué diablos está ocurriendo?» Se preguntaban todos mentalmente. ¿La Tierra había cambiado su geometría esférica para convertirse en un globo flácido recién desinflado? ¡No era posible!
—Tal vez estemos muy cerca de resolver el misterio de la temperatura, ¿no creéis chicos? —planteó Eddie escudriñando cada centímetro con los prismáticos.
—Tienes razón, Eddie —quiso argumentar Peter mientras observaba el índice de temperatura de su termómetro—, creo que esto debe tener mucho que ver con este incremento tan brusco. En estos momentos marca tan sólo menos 2ºC.
—Disculpadme, muchachos —saltó Norman con gesto reflexivo—. Mi dura cabeza no entiende que tiene que ver el aumento de la temperatura con la forma del horizonte. Es tan extraño todo esto.
—Pues me alegra saber que yo no sea yo el único en pensarlo —manifestó Marvin.
—Bueno, realmente nosotros tampoco lo sabemos con seguridad —explicaba Eddie—, pero el hecho de que ambos componentes hayan coincidido en el tiempo es muy relevante. Cuanto más nos acercamos a la geografía de ese misterioso horizonte, mayor es el aumento de la temperatura —concluyó mientras aflojaba el tapón de su cantimplora.
Peter aprovechó el instante en que Eddie bebía agua para explicar su teoría:
—Teniendo en cuenta que la Tierra es redonda, cuando observamos la línea del horizonte la vemos con los extremos hacia abajo y la curvatura hacia arriba, ¿no es cierto? Por consiguiente, lo que nos indica este horizonte invertido es que nos dirigimos hacia una enorme depresión geográfica.
—Eso es lógico —interpuso Marvin sonriendo—. Acabamos de ascender más de mil metros de montañas. Seguramente estemos a punto de bajarlas de nuevo y su forma sea semicircular. Ese es el motivo por el que vemos el horizonte invertido.
—Tal vez tengas razón —expresó Peter.
—Sin embargo —apuntó Norman—, hay algo que no me cuadra, y es la forma tan perfecta en su curvatura. Es cierto que podría ser una coincidencia con las formas geométricas de las montañas de esta meseta, aunque no lo creo. Sigo insistiendo que hay algo muy extraño en todo esto.
—Pero, si el horizonte que estamos viendo —expuso Eddie— fuese una simple forma caprichosa de la meseta, ¿por qué no vemos lo que hay justo detrás de ella?
Nadie tuvo en cuenta esa apreciación de Eddie, cosa que escapó a la mente estudiada y racional de Peter, cuyo entusiasmo y al mismo tiempo desconcierto iban en aumento.
—¡Eso es cierto! —afirmó sorprendido—. Justo en medio del horizonte invertido deberíamos ver parte del horizonte normal. Además, miremos hacia donde miremos, la linea horizontal siempre es la misma; es decir, siempre se ve invertida, excepto en las montañas que hemos dejado atrás. En cuanto a tu teoría, Marvin, lo siento pero no la comparto, aunque reconozco que por el momento no puedo dar explicación científica a todo esto.
—Entonces, según tu planteamiento —opinó Norman—, si nos dirigieramos a un enorme agujero habría un ligero desnivel, cosa que creo no ocurre.
—Buena apreciación Norman, eso tampoco lo puedo explicar —dijo Peter prudente ante cualquier observación.
Eddie no dejaba de escrutar el horizonte con sus prismáticos, cada vez más desconcertado. Todos ofrecían, cada cual bajo su punto de vista, varias suposiciones al respecto de lo qué podría estar ocurriendo, pero nadie tenía respuestas convincentes a los dos extraordinarios fenómenos. Después de varios minutos de intenso diálogo aprovecharon para descansar y avituallar de nieve las cantimploras.
Caminaron en fila durante otras dos interminables horas. El profundo silencio tan sólo era roto por el rumor de los pies, que ya apenas sí levantaban sobre la nieve, dibujado tras de si una especie de infinito aunque garabateado surco; no obstante, en el foro interno de cada uno de ellos, como si de una jaula repleta de salvajes colibrís se tratase, se había creado toda una algarabía de reflexiones, a veces absurdas e inverosímiles según sus mentes racionales.
Se encontraban viviendo un disparatado sueño, y un sobresalto los despertaría de golpe; habían de abrir los ojos ante un sin sentido, ante una realidad aparentemente ilógica e incoherente. De forma sorpresiva, el horizonte cóncavo se tornaba de un blanco inmaculado a un misterioso blanco cada vez más grisáceo. Eddie, utilizando de nuevo sus prismáticos, y casi sin él mismo creérselo, volvió a detenerse como si lo hiciera ante un precipicio, advirtiendo a todos de aquella insólita transformación; todos hicieron lo mismo. A lo lejos, lograban atisbar una suerte de extensión pedregosa y medianamente llana, en la que el hielo parecía desaparecer por momentos. Cuando ya las fuerzas no daban para más, y mucho menos para hacerse preguntas que no llevaban a ninguna parte, aquella extraña visión logró levantar los ánimos de todos los componentes del grupo. ¿Sería aquello tal vez el lugar propicio para descansar y dormir en buenas condiciones?
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EL SECRETO DE TIAMAT
Science FictionA finales de la década de los 50, cuatro exploradores llamados a realizar una misteriosa expedición a la Antártida viven la aventura más fascinante y peligrosa de sus vidas. Un trepidante recorrido en el que, mientras luchan una dura batalla interna...