Capítulo 26 -La noche continúa-

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Es posible que la bebida que había compartido Insadi, o el ritual de la vieja hechicera, o la danza sensual de aquellas hermosas bailarinas, o la mirada que mantuvo con la muchacha, o quizás todo a la vez hubiesen transformado a Peter, porque en aquel momento parecía iluminarse su rostro.

La chica al ver que Peter aceptó estrechar su mano, no sólo no la soltó sino que tiró de él sacándolo de la muchedumbre. Él apenas pudo mirar un instante hacia atrás para comprobar que los compañeros sonreían mientras asentían con la cabeza.

—¡Vaya! En este poblado hay que tener cuidado al dar la mano —bromeaba Marvin antes de volver a dar buena cuenta del pellejo.

—Sí —afirmó Allan—. Dar la mano representa la aceptación de una especie de compromiso entre ambos.

—¿Qué hubiese ocurrido de no haber aceptado Peter? —preguntó Eddie.

—Nada, en absoluto. Simplemente que la chica se hubiese dado media vuelta y largado de allí. Eso sí, ella jamás le ofrecería nuevamente la mano. Esperaría paciente a que él lo reconsiderase mientras no encontrara a otro hombre. En el caso en que el rechazado fuese él ocurriría exactamente lo mismo.

La joven nativa condujo a Peter de la mano hasta el borde occidental del poblado, justo donde las paredes rocosas comenzaban a rodear su perímetro. Los sonidos residuales de la ceremonia iban poco a poco abandonándolos hasta casi desaparecer. Subieron por lo que parecía unas gradas en forma de espiral creadas por la propia naturaleza, aunque en algunas ocasiones trabajadas artificialmente para poder acceder hasta la cima. Era un lugar amplio, solitario, libre de ruidos, donde se respiraba una paz absoluta, únicamente el susurro del cielo sería testigo de lo que allí sucediese. Una especie de terraza pétrea semicubierta se hallaba orientada hacia el exterior, hacia el frondoso bosque, a una altura considerable debido a la diferencia de cota con respecto al poblado. Incluso Peter pudo apreciar de lejos la catarata que milagrosamente los salvó de los centinelas. Ambos se sentaron justo en el borde y, como dos duendes de la noche dispuestos a hacer la travesura más grande, cruzaban complices miradas llenas de ternura.

Ella era una muchacha joven con rasgos indígenas aunque, debido a la escasa luz solar —de la que sólo podían disfrutar los seis meses del periodo estival—, la pigmentación de su piel era blanquecina, casi transparente, evolucionada a lo largo del tiempo para absorber cualquier resquicio de luz. No obstante, la belleza de su raza era sublime. La chica, de estatura algo más baja que la de Peter, tenía un rostro bello y perfilado, nariz pequeña con hermosos ojos negros y rasgados, y labios esponjosos. Una larga melena negra semirecogida mediante adornos de pétalos blancos cubría sus desnudos pechos, a veces descubiertos por la juguetona y cálida brisa que corría esa noche en la rocosa cima. Una noche que vestía sus mejores galas, pues el cielo parecía cubrirlos con un extraordinario manto de estrellas; jamás había visto algo parecido Peter. Un maravilloso escenario los envolvía como en un paraíso creado únicamente para los dos, y los dos disfrutaban de él como subidos en la nube de nirvana. Instante en que la existencia del resto del mundo nada le importaba al joven científico, ni tan siquiera lo que había venido hacer allí con sus compañeros, sólo gozaba de aquel preciso momento; del aquí y ahora. Si se pudiese explicar aquella sensación, estar en la gloria sería la definición más acertada. Dedicaron minutos enteros contemplándose el uno al otro. Se atraían como la orilla es atraída por las olas, sumergiéndose ambos en el profundo océano del amor, y unidos como en una sola alma emergían de él cual delfín hacia el infinito.

De repente ella le mostró su más hermosa sonrisa, y después sus labios expresaron, poniendo la mano izquierda a la altura de su corazón y la derecha en el pecho de Peter:

—Yo Nainsa. ¿Y tú?

Éste, sorprendido por cómo se expresó en su idioma, contestó devolviéndole la sonrisa:

EL SECRETO DE TIAMATDonde viven las historias. Descúbrelo ahora