Con el estómago lleno tras engullir los frutos que Peter recogió y descansar bajo el cobijo de la naturaleza, la cabeza se despejó y la reflexión se hizo más clara y fresca. Cosa que ayudó a afrontar el asunto con más calma, o al menos a tomarlo desde un punto de vista diferente. Después de todo, se encontraban en un lugar donde antes nadie había estado jamás, ¿o quizá sí?
Teniendo en cuenta que para ellos todo era desconocido, partir río abajo siguiendo su margen era lo más favorable, o al menos parecía lo más sensato. Y por unanimidad así lo acordaron. Aunque su agua fluía muy despacio, el caudal crecía y se hacía más ancho cada vez. A medida que avanzaban los peces ya se oían chapotear sobre la superficie que, ahora sí, corría casi a la misma velocidad a la que ellos podían caminar. Del mismo modo, la vegetación iba en proporción a la masa de agua, por lo que a menudo se hacía más laboriosa de franquear. Los árboles mostraban una mayor diversidad, y algunos incrementaron significativamente la altura y el diámetro de su tronco. La aparición de todo tipo de animales era un hecho que ahora podían observar entre la espesa maleza, cuya dificultad para atravesar se hacía cada vez más grande. Abrirse paso entre ella suponía invertir mucho más tiempo, además de un ejercicio tremendamente agotador.
—El camino se está volviendo impracticable —saltó Peter, atemorizado por tan salvaje naturaleza—. Ya no podemos ni dar un paso. Deberíamos volver y cambiar de ruta.
—¡Es absurdo volver ahora! —exclamó Marvin—. Hemos recorrido muchos kilómetros. Seguramente el cauce del río nos lleve al océano o cerca de algún poblado. Una vez allí llamaremos para que vengan a recogernos.
Eddie, que iba delante del grupo, se detuvo al oír la conversación y comentó:
—Estoy de acuerdo con Marvin, será un atraso volver. Debemos continuar por el borde del río —decretó mientras cortaba un matorral con un machetazo.
—¿Puedo sugerir algo? —gritó Norman desde atrás—. ¿Y si aprovechamos la corriente del río para desplazarnos?
—¿Qué quieres decir? —le preguntó Peter.
—Hacer una balsa.
—¡Diablos! ¡Ya se te podía haber ocurrido antes! —expresó Marvin.
Eddie felicitó a Noman por su estupenda iniciativa. Todos la apoyaron. Por lo que sin contemplaciones decidieron buscar un lugar que les facilitara la labor de construir la balsa.
Ayudándose del machete y efectuando pertinentes relevos, continuaron dos horas despejando maleza y ramas de arbustos para hacer más benévolo el paso al resto. Por fin, consiguieron llegar a una zona grande totalmente despejada. Su aspecto era como la superficie plana de una gigantesca roca que parecía emerger del suelo, con trazos redondeados por la erosión del agua. Mostraba algunas grietas casi paralelas al río de al menos cuatro dedos de ancho, cuya vegetación parecía emanar por algunas de ellas. Un pie calzado no llegaba a entrar, por lo que no presentaban peligrosidad. Aún así, para evitar cualquier torcedura, taparon las más importantes con tierra húmeda de la orilla. La superficie de la roca era bastante horizontal, y tan amplia como la de medio campo de tenis. Se encontraba a unos quince centímetros sobre el nivel del río, quizás algo menos en algunos tramos. Características que les permitían trabajar en condiciones favorables. Los alrededores seguían estando abarrotados de densa vegetación, impidiendo ver más allá de unos cuantos pasos. Pero lo más frustrante para el grupo fue descubrir que al otro lado del río, cuya anchura ahora medía veinticinco metros aproximadamente, no parecía tener la misma densidad de vegetación. Sólo árboles salteados sin demasiadas ramas bajas y algún que otro matorral era todo cuanto podía apreciarse, pudiendo alcanzar la vista decenas de metros de distancia.
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EL SECRETO DE TIAMAT
Science FictionA finales de la década de los 50, cuatro exploradores llamados a realizar una misteriosa expedición a la Antártida viven la aventura más fascinante y peligrosa de sus vidas. Un trepidante recorrido en el que, mientras luchan una dura batalla interna...