Capítulo 51 -La cabaña-

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Boston (Massachusetts)

Kat traspasó la antigua cancela con su automóvil y Ángela se aseguró de cerrarla echando el candado. Querían evitar otro sobresalto como el sufrido con el mayordomo Jim y de paso cerciorarse de que nadie las siguiera. Atravesaron por un camino de tierra con algo de pendiente. A ambos lados, los árboles parecían erguirse a su paso. Al fondo, tras una suave curva, les aguardaba una pequeña cabaña realizada por completo de troncos. Cierta verdina, incluso algún que otro moho pegajoso cubría algunas zonas de las paredes y del tejado, ya casi blanqueado por las partículas de nieve que comenzaban a ser visibles. Otras plantas enredaderas del bosque hacían suyas ciertas partes de la estructura. Lo deshabitado de la zona, las inclemencias del tiempo y la propia naturaleza moldearon y transformaron un entorno que antaño parecía haber sido diferente. Si bien, las cadenas rotas y oxidadas de un viejo columpio terminaban por ofrecer un carácter tétrico al, ya de por sí, un ambiente misterioso.

Aunque las rachas de viento se vieron reducidas, la nieve continuaba cayendo con fuerza y el cielo gris se volvió más suave. No así la temperatura que bajó considerablemente.

Pudieron observar, con cierta incertidumbre y también con algo de inquietud, que la chimenea desprendía un pequeño hilo de humo blanco. «¿Quién estará dentro?» susurraban confundidas al tiempo que se dirigían una mirada con cierto halo de angustia. Tragaron saliva y, como si quisieran evitar una desgracia en un campo de minas, subieron los tres peldaños hasta culminar a una especie de descansillo; éste bordeaba exteriormente por completo la cabaña. Parecía haber sido un antiguo hogar abandonado. Moralmente, no les pareció correcto usar, sin más, la llave que les ofreció Jim, el mayordomo; de modo que, tímidamente, golpearon la puerta con los nudillos.

—¿Hay alguien en casa? —castañeteó los dientes Kat esperando alguna respuesta, para después volver a llamar.

Pero nadie contestó.

Ángela dio un paso hacia delante y golpeó, esta vez, fuertemente la puerta con la palma de su mano.

—¡Oiga! ¿Nos oye? —gritó de forma más contundente. El frío le hacía encogerse de hombros—. Venimos de parte del Doctor Clarence

Tampoco obtuvieron reacción alguna.

Las tres, sin saber qué hacer, intercambiaron una desconcertada mirada.

Al fin, Mary agarró la llave que tenía Kat en su mano y, con cierto temor, la introdujo en la cerradura girándola media vuelta. A continuación percibió que la puerta de madera quedó desbloqueada. Volvió su rostro hacia sus compañeras como si esperase un gesto de aprobación, cosa que recibió al instante. «¿Quién me mandará meterme en esto?» pensó. Con su mano derecha, temblorosa, empujó muy lentamente la puerta, ésta comenzó a girar suavemente mientras que, de manera espantosa, se oían rechinar las bisagras.

—¿Hay alguien en casa? —volvió a preguntar Mary antes de entrar.

No obstante, ni tan siquiera hubo contestación.

Kat, desconfiada, agarró su revólver apartando a Mary para dar el primer paso; y, con absoluta decisión, pateó la puerta para terminarla de abrir. Toda la habitación se encontraba perfectamente iluminada por lamparillas de aceite, cosa que le ayudó a comprobar que, en efecto, no había nadie en su interior. La cabaña era bastante más grande por dentro de lo que parecía desde fuera. Justo en el centro, una gran mesa rústica rectangular precedía majestuosa todo el habitáculo. Al fondo del mismo, una chimenea encendida brindaba una atmósfera acogedora que las tres agradecieron enormemente, pues sus cuerpos comenzaban a entumecerse debido al frío. Entre tanto, un formidable aroma a café recién hecho terminaba de impregnar el cálido ambiente hogareño que les ofrecía el interior de la cabaña.

EL SECRETO DE TIAMATDonde viven las historias. Descúbrelo ahora