Capítulo 25 -Un encuentro imposible-

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Apertura Polar Sur "El Anillo"

Las jóvenes adornaron el centro de la tienda con ricas viandas. Una gran cazuela de barro presidía al resto; en su interior un caldo caliente, hecho de algún tipo de verdura salvaje y mezclado con un poco de carne y grasa animal, pero de paladar agradable. A su alrededor figuraban todo tipo de frutas, algunas de ellas desconocidas para los invitados, otras sin embargo eran muy similares a las manzanas y a las uvas, aunque de tamaño algo más reducido, al igual que una especie de plátanos salvajes realmente minúsculos, pero de una dulzura aún mayor. Entremezclada en ellas, había también una especie de masa horneada, parecida al pan, hecho a base de harina de diferentes semillas silvestres. Y por último, e igualmente repartido en derredor del plato principal, infinidad de frutos secos como la almendra, el cacahuete y la avellana, además de otros desconocidos para ellos. Para beber había agua y una especie de zumo fermentado semejante al vino pero de un color verdoso.

Los tres disfrutaban del jugoso banquete al tiempo que comentaban en voz baja sobre el insólito ritual del anciano y sabio curandero, cuando de repente, Marvin abrió los ojos. La herida cubierta con la untuosa pasta realizada minuciosamente por aquel misterioso hombre parecía haberle hecho efecto. Al menos dejó de sangrar, y el dolor había disminuido considerablemente.

De inmediato, arrastraron hacia el enfermo el tejido de cuero sobre el cual estaban todos los alimentos, y se sentaron junto a él. Tomó con deseo un poco de caldo caliente que le ofreció Eddie, y Marvin fue recuperándose poco a poco. Los ánimos del grupo volvían a su cauce normal. Mientras eso sucedía, comieron y bebieron hasta que no pudieron introducir nada más en el estomago. Después, el sueño les rindió, durmiendo plácidamente casi seis horas seguidas. Nadie molestó al grupo en todo ese tiempo.

La gente del poblado continuaba con sus quehaceres diarios, que consistía en la recolección de alimentos vegetales, la cacería, el acopio de la leña, la puesta a punto de las armas de caza, las reparaciones de utensilios, la preparación de la comida e incluso los juegos de los más pequeños eran sólo algunos de los muchos y variados que tenían a lo largo del día. Sin embargo, todo se establecía en un orden extraordinario; cada individuo o grupo de trabajo rezumaba una armonía increíblemente desconcertante, y la paz podía respirarse en cada rincón del poblado.

Al despertar, los cuatro sintieron la enorme curiosidad por saber quiénes eran estas personas, de qué manera vivían y como se organizaban. Decidieron salir para comprobarlo.

Marvin intentó incorporarse por si solo, pero Eddie se lo recriminó:

—Será mejor que te quedes recuperándote del todo, aún estás muy débil.

—¡De eso nada! —protestó incorporándose el primero, con un gesto de dolor que intentó en vano disimular—. Quiero ir con vosotros.

—¡Si no conociera lo cabezota que eres! Sé que no podré retenerte.

—Entonces, iremos despacio —apuntó Peter ayudándolo del brazo.

—No quiero ser una carga.

—No lo eres —dijo Norman. Y lo agarró del otro brazo.

—Agradezco todo lo que habéis hecho por mí —expuso lamentándose de su estado.

—Lo importante es que estamos vivos —dijo Eddie—. Aunque sea de milagro.

—Sí. Eso es cierto —afirmó Marvin—. Lo último que recuerdo es caer por la catarata.

—Tal vez aquello fue lo que nos salvó de los mercenarios —comentó Norman.

—Es posible, pero la próxima vez preferiría escapar de otra forma —sugirió sonriendo Peter.

EL SECRETO DE TIAMATDonde viven las historias. Descúbrelo ahora