Capítulo 28 -Cálidas galerías para un crudo invierno-

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Apertura Polar Sur "El Anillo"

Sin duda, la noche anterior fue excitante para los cuatro. Sin embargo, el agotamiento pudo con ellos y durmieron hasta el amanecer.

Entre bromas, conversaron sobre lo ocurrido.

Marvin parecía restablecido de sus heridas, y dispuesto más que nunca a seguir adelante con la misión.

Aprovechando la situación, para volver a ver a Peter, Nainsa les llevó a la tienda el desayuno basado en diversas frutas. Ninguno de los dos quitaba los ojos de encima al otro; sus rostros estaban iluminados. Ciertamente, ambos estaban enamorados y, en ese instante, aquello fue comprobado por sus propios compañeros. Es un misterio de la vida cuando dos almas se encuentran y, sin remedio o antídoto que valga, caen atrapadas en las estrechas redes del amor.

—No te vayas. Quédate a desayunar con nosotros —dijo Peter antes de que Nainsa atravesara la puerta.

—Grashiiaas —contestó dulcemente la muchacha con alguna dificultad en el idioma.

Los cinco se sentaron para comer alrededor de la fruta haciendo un pequeño corrillo, y Nainsa se colocó muy pegado a Peter. Todos menos él, se sentían algo violentados por la presencia de la hermosa muchacha. No obstante, no tardarían en acostumbrarse a la situación al ver que ella se comportaba como si los conociera de toda la vida, pues en todo momento se mostró con increíble naturalidad y confianza. Quizás aquel imperio llamado prejuicio se olvidara de invadir esa pequeña parte del mundo.

Tal y como acordaron la noche anterior, Allan ya se encontraba esperando junto a la tienda de Insadi; ambos dialogaban de lo que iban a realizar durante el día. Allan sonrió cuando los vio llegar. Se saludaron, y en primer lugar los condujo a la tienda para presentarles a su pareja, que estaba siendo atendida por su madre, ya que el embarazo se encontraba bastante avanzado.

Era costumbre que las mujeres al final de su embarazo fuesen atendidas por sus madres. Si carecían de éstas, o por algún motivo no se encontraban en condiciones físicas de ayudar, sus parientes femeninos más cercanos se encargaban de ellas, y si tampoco fuese posible, cualquier vecina con experiencia en partos se ofrecía con gusto; después de todo eran como una gran familia.

Allan les enseñó todo el perímetro rocoso de la meseta, donde vivían cuando concluía el periodo estival. Durante los seis meses de noche interminable se recluían en el interior de las cuevas con todas las reservas de alimentos acumuladas en el verano.

La zona periférica de la planicie era una elevación rocosa que a su vez servía de protección al poblado. Disponían de una gran cantidad de huecos que daban acceso a galerías internas de diversos tamaños y formas, donde a menudo se bifurcaban en pequeñas cavernas en las que cada familia tenía configurado su hogar. Algunas de ellas podían estar enlazadas con otras —ya sean artificialmente o incluso a veces de manera natural— con túneles que se conectaban entre sí mediante ramificaciones a veces laberínticas. De esta forma se facilitaba el desplazamiento de un sitio a otro sin necesidad de salir al exterior. Sus habitantes conocían a la perfección todo el entramado, orientándose en él sin ningún problema.

Allan los invitó a pasar para que lo viesen con sus propios ojos. Los puntos de iluminación se hallaban dispuestos de tal manera que no existía un solo palmo oculto por la oscuridad; mediante candiles iluminaban las esquinas, recodos o bifurcaciones. En los túneles de tramos largos también instalaban los puntos de luces necesarios justo cuando el suelo dejaba de ser visible. Y los niños de cada zona que comenzaban a hacer labores de mayor responsabilidad eran los encargados de tenerlos siempre encendidos en la época en que el Sol los abandonaba durante los seis largos meses de invierno. Miles de metros de túneles que accedían a grandes cavidades en forma de cúpulas, y que servían tanto de acceso a las cavernas familiares como a lugares más amplios de reuniones. Muchas de estas cavidades podían medir más de sesenta metros de diámetro. Las aberturas menos habitables las utilizaban como almacenes de alimentos, enseres o herramientas de caza, también para la leña suficiente como para aguantar todo el invierno. Tal era el número de cuevas y túneles existentes en aquella zona, la mayoría de ellos inexplorados, que podría dar cobijo a dos tribus más como la que habitaba allí.

Continuaron caminando durante varios minutos hasta llegar a unos pasadizos laberínticos donde ya no había iluminación instalada, y solo podían caminar en fila de uno, aunque en algunas ocasiones se ensanchaban. Allan encendió un par de candiles de mano y uno se lo dio a Eddie.

A la altura de una bifurcación de cuatro accesos, de tres metros de diámetro, se detuvo Allan:

—En este sitio hay restos de esqueletos Nazis —dijo señalando el suelo mientras lo iluminaba y el eco de su voz retumbaba como en una caja de resonancia—. He podido comprobar que existen otros tantos repartidos por el laberinto de cuevas. Al parecer Hitler envió a sus hombres a que exploraran esta zona. Muchos se perdieron y jamás pudieron salir de aquí.

—¡Dios, es cierto! —exclamó Eddie mientras examinaba los restos del uniforme militar—. Parece ser que no fue el único lugar al que Hitler envió su ejército. ¿Recuerdas la base que te conté? En ella había un acceso subterráneo, y en su interior también vi dibujos de la esvástica Nazi.

—Eso hace indicar que todo el subsuelo puede estar conectado por galerías subterráneas —explicó Peter.

—Según me ha contado Insadi, la tribu tuvo que abandonar el lugar mientras la exploración ocurría, intimidados por esos miserables.

—Sí, en pecho arma fuego —interpretaba Insadi haciendo gestos con la mano.

—¿Qué tratarían de encontrar esos criminales? —preguntó Marvin.

—Seguramente Hitler sabía algo sobre la existencia de tecnología reptiliana de la que os comentó Izaicha —expuso Allan—, y de algún modo sus intenciones eran apoderarse de ella.

—Sí. Es posible que así fuera —musitó Eddie mientras continuaba inspeccionando el suelo.

Insadi, tras mostrar curiosidad por todo lo que se comentaba, explicó que sus antepasados relataban una leyenda en la que decía que su pueblo fue ayudado por hombres verdes en las cuevas; y que fue narrada a lo largo de generaciones. También les explicó que los viejos del lugar a menudo cuentan una fábula donde se dice que existe un túnel por donde se acede a un lugar mágico.

Los comentarios de Insadi captaron la atención de todos, hasta que llegó la hora de volver al exterior.

Regresaron a la zona de las tiendas cuando, de repente, unos gritos desgarradores sobresaltó a todo el poblado. Provenían de un hombre joven que corría despavorido en dirección a ellos. Sus ojos estaban rojos y desencajados, y todo su cuerpo salpicado de sangre. Se trataba del único superviviente de un grupo de diez cazadores que partió al amanecer. 

EL SECRETO DE TIAMATDonde viven las historias. Descúbrelo ahora