Capítulo 17 -Alguien a quien acudir-

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Boston (Massachusetts)

La lluvia comenzó a cernirse sobre la ciudad; la típica tormenta invernal. Era por la tarde, y Kat miraba melancólica a través de la ventana cómo las gotas formaban pequeños charcos dispersos, que poco a poco iban fusionándose mediante una especie de red neuronal. Los recuerdos de Norman paseaban por su mente con aires de felicidad, aunque debido a la distancia le parecían muy lejanos. «Debo pedir ayuda» meditaba mientras dibujaba su nombre en el cristal empañado. Aquellos pensamientos la activó con la fuerza imparable de un ciclón.

«Tal vez no es el mejor momento para salir de casa»; sin embargo, a toda prisa se calzó unas botas, cogió la gabardina y un paraguas, y decidió realizar una visita inesperada a su entrañable y muy querido padre adoptivo, Elías Hopkins, ex-agente especial del FBI, jubilado hacía ya varios años. Kat conocía su dilatada experiencia profesional y sabía que aún estaba al tanto de sus numerosos contactos. Confiaba en que pudiera ayudarla a desvelar el misterioso asunto de las visitas.

Durante todo el tiempo que Kat vivió con Elías, éste hizo las veces de padre y de madre. Cuando tuvo edad para independizarse, sus buenos consejos y apoyo moral la ayudaron a triunfar en su carrera como agente de policía.

Kat tan sólo tenía tres años cuando, de una forma trágica y desafortunada, su madre murió en un accidente de tráfico. Diez años más tarde también tuvo que sufrir la pérdida de su padre, asesinado mientras realizaba un servicio. Aún agónico, minutos antes de su fallecimiento, suplicó a su íntimo amigo y compañero de trabajo que se encargara de su hija, que apenas si cumplió los trece años cuando quedó huérfana. De modo que esto hizo que ahora su nuevo padre la cuidase y quisiese como a su propia hija.

Elías Hopkins, a pesar de estar jubilado, llevaba varios años como gerente de una agencia de detectives privados que él mismo fundó. A su edad era un hombre muy activo aún laboralmente, de hecho detestaba quedarse en casa sentado en el sofá «mirando la caja tonta», como solía decir. Tenía un carácter un tanto risueño, aunque a veces bastante cabezota.

Kat fue a verle a su oficina.

—¡Dios mío hija, cuánto tiempo! —exclamó con júbilo mientras torpemente se incorporaba del asiento. Sus setenta y cuatro años ya no le permitían realizar movimientos más hábiles—. ¡Qué alegría me da verte! Estás más guapa que nunca.

—¡Que va a decir un viejo como tú! —reía Kat de forma cariñosa mientras cerraba la puerta del despacho y soltaba la gabardina y el paraguas.

—Bueno, a mi edad estoy aún de buen ver.

—Eso es cierto padre.

Durante unos segundos ambos se abrazaron tiernamente. La música que le pareció producir la palabra padre en los labios de Kat hizo que a Elías se le empañasen los ojos. Se quitó las gafas y con un pañuelo comenzó a secarlos.

—Siéntate hija —dijo con un nudo en la garganta.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Kat recogiéndose su cabello rojizo, humedecido por la lluvia.

—Estoy muy bien, y ahora mucho mejor al verte.

Elías era un hombre bastante esbelto, bien trajeado y conservaba bien el aire atractivo del que siempre se caracterizó, algo mujeriego en sus años más jóvenes. El ya escaso pelo gris tan sólo le cubría las sienes. Sus ojos eran marrones, acaramelados, con una nariz un poco respingona y rosada por la punta; todo en su conjunto hacía de él un rostro amable. Elías contrajo matrimonio por dos veces, pero desafortunadamente, por una causa o por otra, nunca llegó a tener sus propios hijos. La felicidad paternal únicamente pudo disfrutarla en compañía de su queridísima Kat, cosa que le bastaba.

EL SECRETO DE TIAMATDonde viven las historias. Descúbrelo ahora