TRECE

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"¿Cuando aprendiste a tejer?" Dijo Jacin, mirando la canasta que traía Winter en su regazo.

"Hace algunas semanas." Respondió ella.

Jacin levantó una de las mantas de mano de la colección y miró a los puntos precisos que representaban un cúmulo de estrellas y planetas alrededor de la frontera de la manta. "¿No tienes sueño?"

"No, no mucho." Ella rebusco en la canasta y le mostró una manta de bebe con peces bordados al rededor. "Esta es mi favorita. Me tomó cuatro días enteros."

El gruñó, "supongo que las visiones fueron malas esa semana."

"Horribles," dijo ella ligeramente. "Pero ahora tengo todos estos regalos." Devolvió la pequeña manta al resto de telas coloridas. "Sabes que mantenerme ocupada me ayuda. Es cuando estoy inactiva  que los monstruos vienen."

Jacin la miró de reojo. Había sido su guardia por semanas ahora, pero raramente hablaban de forma tan casual -se esperaba que los guardias guardaran una respetuosa distancia de sus cargos. Pero hoy Winter lo había prácticamente arrastrado al AR-2 uno de los domos adyacentes del sector central. Eran más que nada tiendas de alta gama junto a vecindarios residenciales, pero ha esta hora tan temprana en el día todas las tiendas seguían cerradas y las calles vacías y pacíficas. No había nadie como para preocuparse por actuar con propiedad.

"¿Y todos estos regalos son para los comerciantes?"

"Para los comerciantes, empleados y sirvientes de casas." Sus ojos brillaban. "El motor de Artemisia, que es pasado por alto."

Las clases más bajas entonces. La gente que lidiaba con la basura, cocinaba la comida y se aseguraban de que todas las necesidades de los aristocráticos de Luna estuvieran cubiertas. Ellos fueron recompensados ​​con vidas mucho más envidiables que los trabajadores del sector exterior. Al menos sus estómagos estaban llenos. Lo único malo era que tenían que vivir en Artemisia, rodeados por los políticos y los jugadores con mentes de la ciudad. Un buen sirviente era tratado como una preciada mascota -mimado y adulado cuando querían, golpeado y desechado cuando lo encontraban inútil.

Jacin siempre había pensado que, si le hubieran dado a elegir, habría preferido su suerte que la de los mineros o trabajadores de fábricas.

"¿Los has estado visitando a menudo?" Preguntó él.

"No tanto como me gustaría. Pero una de las asistentes de los sombrereros tuvo un bebé y había querido hacer algo para ella. ¿Crees que le guste?"

"Será la cosa más linda que tenga ese niño."

Winter dio un salto de alegría mientras caminaba. "Mi madre era una gran costurera, ya sabes. Se estaba volviendo bastante popular entre las tiendas de ropa cuando... bueno. En fin, ella bordo mi manta de bebé. Levana trató de deshacerse de ella pero papá fue capaz de esconder la basura. Es una de mis más preciadas posesiones." Ella agitó sus pestañas y Jacin sintió sus labios contraerse hacia ella, y no era contra su voluntad.

"Sabía que era costurera," dijo él, "¿pero cómo es que nunca he visto esa manta tan especial?"

"Me avergonzaba decírtelo."

Él se rió, pero cuando Winter no se unió a él, el sonido se perdió en la distancia. "¿En serio?"

Winter se encogió de hombros, mostrando su sonrisa traviesa. "Es algo tonto, ¿verdad? ¿Aferrarse a una manta de bebe y esas cosas?" Tomó una honda respiración. "Pero también es mi nombre. Ella bordó una escena del invierno terrestre, con nieve, árboles sin hojas y un par de manoplas rojas, que son como guantes pero con todos los dedos unidos."

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