DIESIOCHO

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Winter dejó que su criada peinara su cabello, tirando de la parte superior en una trenza gruesa enhebrada con hilos de oro y plata y dejando el resto en cascada sobre los hombros. Dejó que la doncella le escogiera un vestido azul pálido que rozó su piel como el agua y un collar de pedrería para acentuar su cuello. Dejó que la doncella frotara aceites perfumados en su piel.

No le permitió ponerle ningún maquillaje -ni siquiera para cubrir las cicatrices. La criada no opuso resistencia. "Creo que no lo necesita su alteza," dijo ella, haciendo una leve reverencia.

Winter sabía que su belleza era excepcional, pero nunca había tenido una razón para mostrarla. Sin importar que hiciera, las miradas en el corredor la seguían. Sin importar que hiciera, su madrastra gruñía y trataba de ocultar su envidia.

Pero desde que Jacin le confesó que no era inmune a su apariencia, había buscado la oportunidad de vestirse en sus nuevas galas. No es que ella esperará mucho viniendo de él más que una mirada satisfactoria. Sabía que era ingenuo pensar que Jacin alguna vez haría algo tan loco como profesar su amor por ella. Si es que la amaba después de todo. Lo cual estaba convencida que él haría, debía hacer, después de estos años... Sin embargo, su trato hacia ella había tenido una calidad distante desde que él se unió a la guardia real. El respeto profesional que él mantenía le hacía querer tomarlo de las solapas y besarlo, solo para ver cuánto tardaría en descongelarse.

No, ella no esperaba una confesión o un beso, y sabía muy bien que un noviazgo estaba fuera de cuestión. Todo lo que quería era una sonrisa de admiración, una mirada sin aliento que la sustentaría.

Tan pronto como la doncella se fue,  Winter se dirigió al corredor, donde Jacin permanecía inmovible en su puesto.

"Señor Clay, ¿podría solicitar su opinión antes de ir a recibir a nuestros invitados terrestres?"

El esperó dos largas respiraciones antes de responder. "A su servicio, su alteza."

Sin embargo él no quitó su atención de la pared del corredor.

Alisando su falda, Winter se situó frente a él. "¿Quisiera saber si piensas si me veo bonita hoy?"

Otro respiro, más audible esta vez. "No es divertido, princesa."

"¿Divertido? Es una pregunta honesta." Ella frunció sus labios. "No estoy segura si el azul sea mi color."

El finalmente la miró. "¿Estás tratando de volverme loco?"

Ella se rió. "Compañía de amores locos, señor Clay, note que no ha respondido a mi pregunta."

Su mandíbula se tensó mientras volvía a mirar a algún punto por en cima de la cabeza de ella. "Vaya a buscar cumplidos en algún otro lugar, princesa. Yo estoy ocupado protegiéndola de amenazas desconocidas."

"Y que gran trabajo estás haciendo." Ella trató de ocultar su decepción mientras regresaba a su aposento, rozando el pecho de Jacin al volverse. Pero con ese pequeño toque, la mano de el le recogió un puñado de su falda, anclándola a su lado. Su corazón se volcó, y pese a toda su bravuconería, la mirada penetrante de Jacin la hacía sentirse pequeña e infantil.

"Por favor, deja de hacer esto," susurró él, suplicante más bien que enojado. "Solo... Déjalo así."

Ella tragó saliva, y creyó que debía fingir ignorancia. Pero, no -ignorancia era lo que ella fingía para todos los demás. No Jacin. Nunca para Jacin. "Odio esto," le susurró ella en respuesta. "Odio tener que pretender que ni siquiera te veo."

La expresión de él se suavizó. "Yo sé que miras. Eso es lo que importa. ¿No?"

Ella inclinó levemente su cabeza, no estaba segura de estar de acuerdo. Qué bueno sería vivir en un mundo en el que no tuviera que fingir.

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