Capitulo 3: Cosas nuevas.

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Entro silenciosamente a la clase, es un caos: Chicos arrojando papeles, chicas ligando con chicos, algunos encima de los puestos finos de madera y otros que, simplemente, hablan o gritan.
La maestra entra y con un solo portazo, calla a los demás.
-Buenos días estudiantes. Este año tenemos una nueva alumna, Maggie Hawthorne. Maggie, ¿Que tal si te presentas, cariño?
Trago notablemente saliva, doy un vacilante paso adelante y suelto.
-Me llamo Maggie Hawthorne, tengo 16 años. Y estoy becada en esta universidad-. Muchos ojos están atentos a mis palabras.
-¿Alguien tiene alguna duda con respecto a Maggie?-. Pregunta la maestra.
Alguien alza la mano, esta muy atrás como para que lo vea.
-Si, tú David.-
-¿Por que hay una pitufo en la clase?-. Todos se echan a reír. Podría apostar a que la persona que ha hablado es el mismo tonto de hace unos minutos.
La profesora dice algo que no alcanzo a escuchar, pero sirve para callar a los demás.
-Ve a tomar asiento-.
Camino unos pasos hasta dar con un puesto vacío, dejo mi mochila y me siento.
La maestra explica un tema y yo me meto en el mundo de la música al ponerme los audífonos. Veo a mis compañeros: Hay un chico delante mío, habla con otro chico y estoy casi segura de que pertenece al grupo sin cerebro que me asecho en los casilleros.
Luego de unos minutos, suena el timbre para el cambio de clases (El cual casi no escucho por los audífonos) y la maestra desaparece.
Casi de inmediato, una ola de estudiantes se me acercan. Mueven sus labios, pero no logro escuchar nada, me quito los aparatos y digo:
-¿Qué?-. Se echan a reír.
-He preguntado que de donde vienes-. Dice una rubia chica.
-De la puerta-. Las carcajadas no tardan en sonar. -Es broma, vengo de mi casa-. Más risas.
-Que bromista-. Aparece el chico llamado David. -La enana tiene humor-.
-Genial, pues por lo menos tengo algo, pero... ¿Tú que tienes?, ah, claro. Una manada de imbéciles-.
Su cara cambia rápidamente, y juraría que va a hacer algo, pero llega la maestra y todos vuelven a su sitio.
Las siguientes horas son una pesadilla, explican temas aburridos y nos hacen escribir varias cosas que, cuando termino, me dejan doliendo la mano. El timbrazo indica que nos podemos ir, los demás se van retirando y quedo de ultima.
Salgo con mis cosas, pero unos fuertes brazos me cogen de los hombros y me estrellan contra la pared. David, esta mirándome fijamente a los ojos.
-¿Ha que viene esto?-.
-No permití que ningún simplón se me burle para que vengas a hacerlo tú-.
-Bueno, yo tampoco permití que un sin-cerebro se me burle para que vengas a hacerlo tú.- Protesto molesta -Ahora, si me lo permites, me largo-. Le empujo y me voy. Empiezo a ponerme los audífonos cuando se me acerca por atrás y susurra:
-Eres ruda... Adoro las rudas-.
Se va. Y, por alguna estúpida razón, me he sonrojado.

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