Capítulo 21: Celos y Desengaños

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- ¡Yo voy, Rosie!... yo atiendo -advierto bajando apresurada la escalera desde la sala, luego de cerrar el libro que estaba estudiando.

- A esta hora, debe ser el chico de las fresas... ¿quién más? -declara Rose con una risita mientras limpia los muebles de caoba con un paño y plumero.

Ups, ¿tan evidente soy? Por supuesto que a esta hora, casi mediodía del sábado, sólo puede ser Gale trayendo fresas. El corazón me golpea más fuerte que los tres golpes que siempre da él (o Katniss) a la puerta trasera. Abro la puerta y, por supuesto, ahí está Gale, con su estampa alta y varonil, esos ojos grises que resaltan en su piel tostada. 

- Hola Madge... te traigo fresas -me saluda y, por primera vez en todos los años que nos vende fruta, me sonríe cuando me muestra la mercancía. El corazón se me va a salir por la boca.

- ¡Hola Gale! ¡Guau son muchas!... -exclamo al ver el balde casi lleno.

- Esta vez no las vendí en el Quemador... las dejé casi todas para ti, como sé que te gustan tanto... -me cuenta con otra sonrisa y siento mariposas en el estómago-. Sólo dejé unas cuantas para las Everdeen y mi familia.

- Espera, papá dejó el dinero por aquí -digo, dando media vuelta y entrando a la cocina antes que me vea toda sonrojada.

No quería dejar de mirarlo, su porte majestuoso, su torso fuerte bajo la camiseta, sus ojos plateados y esa sonrisa encantadora; pero sentía cada vez más calor en mis mejillas, en especial cuando señaló que no vendió todas las fresas en el Quemador para dejármelas. Así que salí del paso entrando a buscar el dinero, le pregunto cuánto es, ya que son más que otras veces.

- Lo de siempre, Madge -señala, alcanzo a ver de reojo que ladea la cabeza y se encoge de hombros.

- ¿Qué... estás bromeando? -le pregunto volteando sorprendida. Al tomar el balde y vaciar las fresas en el lavaplatos calculo que deben ser cuatro kilos... es más que lo que nos vende siempre, unos tres kilos.

- No... lo de siempre, Madge.

- Pero son más que siempre, Gale... por lo menos un kilo más, no puedes cobrarnos lo de siempre, no sería justo...

- Bueno, el kilo extra va de regalo...

- ¿Por qué? -pregunto aún más intrigada y sorprendida, empiezo a ponerme colorada de nuevo.

- Digamos que... estás empezando a caerme bien... -dice, apoyado en el marco de la puerta y sonriendo.

Ahora sí estoy roja como fresa.

- ¿Aah?. -Es todo lo que puedo pronunciar mientras lo miro y luego bajo la mirada, cohibida, cuando la levanto otra vez, sigue sonriendo y trato de no turbarme más cuando agrego-. Sigo insistiendo que no es un trato justo... no porque te caiga bien ahora, me vas a cobrar de menos; cuentas claras, conservan la amistad -digo, calculando en mi mente y sacando más dinero del cajón donde papá deja para los gastos de la casa.

- Y yo insisto que es lo mismo de siempre... el resto va de regalo.

Le extiendo el dinero, él cuenta las monedas. Separa la cantidad usual y me devuelve el resto. Yo no se las recibo de vuelta, entrelazando mis manos tras la espalda y retrocediendo otra vez hacia la cocina. Gale da unos pasos al interior de la estancia y las deja apiladas en la mesa. Me mira con una sonrisa triunfante.


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Gale y Madge: Fresas en el BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora