Capítulo 6

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Gabriel contempla a su mujer, duerme plácida. Recuerda el día que la conoció, veintisiete años atrás.

Él había viajado a Chile con sus padres, escapando de los problemas en Colombia y en cuanto la vio, se enamoró de ella. No así ella de él, que no miraba a nadie, de hecho, era una chica muy tímida y Gabriel, hasta el día de hoy, está convencido que Eva ni siquiera lo recuerda de esa época.

Un par de años después de su llegada al fundo, pasó lo que pasó y ella se marchó. No volvió a saber de ella sino hasta tres años después, cuando la encontró en España. Ella no lo reconoció, tampoco él se lo dijo, simplemente se puso a sus pies para servirle en lo que fuera necesario. Desde ese entonces él, como un perro fiel, se ha mantenido a su lado, cuidándola, apoyándola, adorándola; porque lo que él hace con ella es eso, rendirle adoración, sin importarle no ser correspondido.

―Un euro por tus pensamientos. ―Su dueña había despertado sin que él lo notara. Ella le regala un beso en el dorso de su mano.

―Mi doña, ¿cómo se siente?

―Mucho mejor.

El hombre sonríe y le acaricia el rostro con cariño.

―¿En qué pensabas? ―insiste ella―. Parecías muy lejos de aquí.

―En usted, en cuando la conocí

―Ha pasado tanto tiempo.

―No tanto, solo unos cuantos años.

―Unos cuantos que han dejado su huella muy marcada.

―¿Por qué lo dice?

―Es cosa de mirarme, Gabriel, ya no soy la misma joven que conociste.

―No, ahora está mucho mejor ―adula el hombre.

―No es verdad, solo lo dices para halagarme.

Gabriel no contesta nada, solo se acerca y la besa con ternura.

―Gabriel, ¿puedo hacerte una pregunta?

―Sabe que sí, mi doña,

―Es que es una duda que tengo hace mucho tiempo.

―¿Y por qué no la aclaró antes, mi doña?

―No me atreví...

―Eva Pardo, la mujer que no le teme a nada ni a nadie, ¿teme hacerle una pregunta a su perro fiel?

―En realidad, al principio no me atreví, luego lo olvidé y ahora, con mi vuelta a Chile, volvió a mi memoria.

Gabriel alza una ceja, ¿acaso sí lo recuerda?

―Dígame, mi doña, sabe que puede consultar lo que quiera.

―¿Por qué dejaste la casa de mis papás? ¿Por qué te viniste a trabajar conmigo?

El hombre queda de piedra. Ni un músculo de su cuerpo se mueve.

―Gabriel...

―¿Desde cuándo lo sabía?

―Siempre lo supe. Al principio te contraté pensando que ellos te habían enviado, pero luego me demostraste tu lealtad a toda prueba ―responde la mujer tocando con su dedo el costado del hombre donde tiene una cicatriz por culpa de un fanático que, al no ser tomado en cuenta por la actriz, quiso asesinarla y Gabriel intervino, interponiéndose entre la bala y su mujer.

―Nunca le fallaré, mi doña.

―Lo sé. Y te lo agradezco.

―¿Eva Pardo agradeciendo? Quién es usted y que ha hecho con mi dueña ―ordena en broma el empleado.

La Mujer del TeatroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora