Capítulo 9

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―Mamá, necesito saber la verdad ―insiste Juan Ignacio.


―Hijo, yo le prometí a tu hermana que no diría nada.


―Ella rompió esa promesa y si le dijo a Guido que la buscara es porque ella te dio autorización para que hablaras.


―Sí, pero Erick...


―Erick, mamá, es un hijo de puta que nunca mereció a mi hermana, lo sabes muy bien.


―No hables así de tu cuñado.


―Joder, mamá, ¿hasta cuándo lo defiendes? Con las pocas que veces que lo vi, me di cuenta que ese tipo lo único que hacía era hacer infeliz a mi hermana, la engañaba, la humillaba y hasta me atrevería a decir, que hasta la golpeaba.


―No digas eso, hijo, no es verdad.


―No sé, hasta me atrevería a afirmar que él la mató.


―¡Juan Ignacio! ¿Cómo se te ocurre decir semejante barbaridad?


―Se me ocurre, mamá, ¿no te parece extraña su muerte?


―Fue un ataque.


―Ataque de qué, mamá, si ni los doctores supieron lo que ocurrió con ella, la autopsia se ha demorado, no me extrañaría nada que quisieran exhumar el cuerpo de Rebeca.


―Bueno, Erick no pudo haber sido porque llevaba dos semanas fuera cuando pasó lo que pasó.


―No lo sé, pero a mí esto se me hace muy raro.


―Lo sé querido, pero yo, que vivo aquí con tu hermana y su familia, te puedo asegurar que no hay nada extraño. Si nunca le quisieron decir a Guido que era adoptado, no tiene ninguna cosa extraña, toma en cuenta que mucha gente que adopta no lo dice a sus hijos.


En eso concuerda Juan Ignacio, pero sigue sin cuadrarle toda la historia.


Se va afuera y se sienta en el jardín. Enciende un cigarrillo. Todo le da vueltas en su cabeza. La muerte de su hermana; la actitud de su cuñado, de su mamá, ellos, de una u otra forma, engañaron a su sobrino y a él mismo. También viene a su mente una mujer. Eva Pardo. Nunca la había visto en persona, solo en fotos y estas no la favorecían. No podía explicarse por qué lo había dejado así. No era una niña, era una mujer y, según tenía entendido, con mucha experiencia en hombres. ¿Por qué no había querido estar con él?


Lo peor es que ni siquiera se había podido desfogar después de aquello y la tensión de esos días le estaban jugando una muy mala pasada. Necesitaba una mujer. Y urgente.


Juan Ignacio se levanta, siente el calor entre sus piernas. Necesita descargar energías. Su móvil suena antes que empiece a caminar.

La Mujer del TeatroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora