―¡Mierda! ―exclama asustada y enfurecida.
Las llamas se alzan gigantes y unos hombres entran al lugar atraídos por las llamas. Eva va a gritar para pedir ayuda, no obstante, una mano en su boca la detiene. La tiran hacia atrás y la meten a una sala en el preciso momento en el que una de las vigas cae en el mismo sitio donde se encontraba unos segundos antes. La empujan contra una pared sin soltar su boca.
―Shhht, silencio, mi doña ―susurra al tiempo de soltarla.
Eva abre mucho los ojos, la luz es escasa y solo ahora se percata que es su fiel guardián.
―Gabriel, hay que salir de aquí.
―Todavía no, mi doña.
―¡Por aquí! ―escuchan a los hombres gritar afuera, buscan a la directora. Todos saben que ella está allí.
―¿Crees que pueda haber sobrevivido? Debe estar calcinada entre esos escombros.
―Tenemos que buscarla.
―¿Para qué?
―¿Y si está viva y malherida?
―Terminará de morirse. Bien merecido se lo tiene.
Eva se sorprende al escuchar las palabras del hombre que se encuentra afuera.
―La quieren ver muerta, mi doña, es mejor que crean que lo está, hasta no saber quién hizo esto.
―Yo sé quién fue.
―¿Lo sabe?
―Fue Guido.
―¿Guido? ¿Su hijo?
―No es mi hijo, mucho menos después de esto. Él vino a verme... A despedirse.
Desde ese momento, el silencio reina entre ellos hasta que cae la noche y pueden salir sin ser vistos.
Gabriel lleva a la mujer a un pequeño motel parejero y allí la deja. Pide algo de comer y se va directo al hotel donde arma su maleta con algunas cosas suyas y unas pocas de Eva. Para todos, su mujer está muerta y así se quedará hasta el momento indicado. Él se encargaría de todo.
Π
Guido, seguro y confiado en que su madre se había muerto en ese incendio, sube al avión con una sonrisa en los labios. Por otro lado, Juan Ignacio no emite palabra alguna. Su mutismo, indiferente para su sobrino, es debido al reguero de muertes de los últimos días. Primero Katiuska, luego el padre, sus amigos y el ex de Eva, los tres jóvenes actores que chocaron contra un árbol de vuelta de la discoteca. Y ahora, la misma Eva. No cree que sea mera coincidencia. No. Algo más hubo allí. Al principio, dudó de Eva, sin embargo, ahora ya no está tan seguro. Y el miedo de que fuera su joven sobrino y no su cuñado como pensó al principio, el asesino de su hermana, crecía por segundos.
―¿Es idea mía o esa mujer te gustaba más de lo que admites? ―cuestiona el joven a medio camino.
―¿Por qué lo preguntas?
―Por la cara que tienes.
―Es la única que tengo ―contesta malhumorado.
―Andamos con el genio atravesado. Mejor no te hablo más.
―Mejor ―responde Juan Ignacio lacónico.
―¿Qué te pasa?
―Nada.
―Por favor, tío, tú estás enojado conmigo, se te nota.
―No estoy enojado, Guido, estoy preocupado. Katiuska y Eva están muertas y...
―¿Y qué?
―Y que no creo que sea casualidad. Como tampoco me trago el cuento de que Kati se suicidó, ella no era del tipo que hacían esas cosas.
―¿Qué crees, que la mataron?
―Al igual que a Eva.
―Tío, creo que te estás volviendo paranoico.
―¿Tú crees?
―¿Quién querría matar a Katiuska? Era algo loca, obsesiva y compulsiva, pero totalmente inofensiva. A Eva... Bueno, a Eva sí pudieron querer asesinarla. Tengo entendido que esa mujer tenía más de un enemigo.
―Incluyéndote a ti.
―¿Crees que yo asesiné a Eva?
―Ganas no te faltaban.
―Era mi mamá, tío, no digo que me duele, que estoy sufriendo porque sería mentira, pero de ahí a llevar a cabo un asesinato... No. No soy un asesino. En el fondo lo que yo quería era que me quisiera, aunque fuera un poco.
―Ella te quería, de otro modo te aseguro que a esta altura estarías muerto. Ella no era una mujer buena, pero aceptó de ti lo que no aceptó de nadie más.
―Por lo mismo. Ella también me amenazó pero no cumplió sus amenazas. Yo tampoco hubiese podido, no soy un asesino.
―No digo que lo seas.
―Pero sí piensas que yo maté a Eva, lo que me hace sospechoso de tu novia. ¿También crees que maté a mi mamá, a Rebeca? ―inquiere el joven algo molesto.
―No he dicho eso ―replica Juan Ignacio con menos convencimiento del que en verdad tiene.
―No lo has dicho, pero lo piensas.
―Guido...
―No, tío, ya me quedó claro que para ti casi soy un asesino serial. ―El sobrino esboza una triste sonrisa.
―No es así, Guido, pero dime algo, ¿te parece normal que haya habido tantas muertes el último tiempo?
―Ni tantas, ni anormal. Todos los días muere gente. A mi mamá ya sabemos que la asesinaron, o tal vez no. Mi papá poco y nada sabe de los medicamentos que ella tomaba, o quizás ―agrega el joven encogiéndose de hombros―, ella misma haya querido suicidarse y no encontró nada mejor que envenenarse con alguna cosa.
―Y tú lo dices como si nada ―repone el hombre.
―Yo he pensado mucho, tío, mucho, también he llorado su muerte, aunque no lo creas, y ya me parece suficiente. Si ella se quiso ir y dejarme solo con mi otra "mamá"...
―No creo que Rebeca haya querido irse.
―Pero se fue.
―No puedes odiarla porque se murió. No atesores tanto odio en tu corazón.
―No la odio porque se murió. La odio por haberme mentido toda la vida y por no saber luchar por la verdad.
―Dime algo, Guido... ¿Ella te contó que no era tu madre biológica antes de aquel día en el hospital?
Guido sostiene un momento la mirada de su tío sin ninguna expresión en su rostro, luego la aparta y mira por la ventana.
―Eso es un sí.
―Ella nunca me dijo que no era mi mamá. Me enteré de la peor forma ―replica con molestia.
Juan Ignacio no cree eso. Cada vez se siente más seguro que su sobrino tiene mucho más que contar que lo que admite.
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La Mujer del Teatro
Genel KurguEva Pardo, una mujer alrededor de la cual se tejen muchas historias, una mujer de temer que no le importa el qué dirán y nunca tiene una palabra de agradecimiento. Para ella, los hombres son un objeto desechable que sirven solo para usarlos en su p...