Capítulo 24

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Guido y Juan Ignacio habían preferido abstenerse de asistir a la presentación y al momento de que la directora y su ayudante vuelven al hotel, Eva ve al hombre que la espera con paciencia.

―Buenas noches, Eva ―saluda el productor.

―Juan Ignacio ―es su escueto saludo.

―Necesito hablar contigo.

―Tú dirás.

―A solas ―repone él mirando de reojo a Gabriel.

―Lo que sea que quieras decirme puedes hacerlo delante de él.

―No creo que sea de su incumbencia, mientras menos gente sepa lo que te voy a decir, mejor.

―Mejor para quién, Juan Ignacio, ¿para ti?

―Para tu hijo.

―Yo no tengo ningún hijo.

―Hablo de Guido.

―Tu sobrino ―corrige ella.

―Bueno, como sea ―responde impaciente―. Quiero hablar de él.

―Tú dirás, ya te dije, yo te escucho.

Juan Ignacio vuelve a indicar a Gabriel con la mirada. Eva resopla y luego sonríe socarrona.

―Estamos en el hall de un hotel donde cada dos minutos pasa alguien por nuestro lado, ¿y te preocupa mi asistente? ¿Es en serio?

―Vamos a un lugar más íntimo ―propone entonces.

―¿Íntimo? ¿Contigo? No, ya sabemos que la intimidad entre tú y yo no funciona muy bien. Vamos a mi piso, allí tengo mi oficina si quieres un lugar más "privado" ―recalca la palabra con sorna.

El gesto del productor no pasa inadvertido ni para Eva ni para Gabriel, a lo que la mujer comienza a caminar hacia el ascensor.

―¿Ahora sí puedes hablar? Gabriel no se mueve de aquí.

―Guido te quiere muerta ―explica lacónico y molesto por la presencia del amante de Eva.

―¿Y cuál es la novedad? ―inquiere, sin emoción la mujer.

―¿No te importa?

―¿Me veo como si me importara?

―Eva...

―Mira, Juan Ignacio, he tenido mucha paciencia con ese niñito, demasiada tal vez, así que dile que se cuide y no me moleste, si lo hace, no tendré contemplación.

―¿Le harías daño a tu propio hijo? ―cuestiona extrañado.

―Ya te dije que no tengo ningún hijo.

Juan Ignacio mueve la cabeza de un lado a otro, incrédulo, no puede creer que madre e hijo no sientan nada el uno por el otro más que odio.

―Nosotros nos vamos mañana en la tarde, trataré de mantenerlo alejado de ti ―expresa el hombre.

―Eso espero. No quiero una despedida.

El productor detiene su mirada en el rostro impasible de la mujer y luego la dirige al Gabriel que lo observa con furia.

―Que no se atreva a acercarse a Eva, mucho menos con malas intenciones, de otro modo, se las tendrá que ver conmigo ―amenaza el empleado.

―Adiós, Eva, te juro que me he llevado una gran decepción contigo.

―Lo mismo digo, Juan Ignacio ―responde con altanería la mujer.

El hombre sale a paso raudo del lugar sin mirar atrás.

Eva se gira para mirar a su empleado quien ladea la cabeza.

―Mañana comienza nuestra venganza, Gabriel. Antes de ir a inspeccionar el teatro para devolverlo en perfecto estado, iré al fundo de mi padre.

―Ya está todo listo, mi doña. ¿Está segura que no quiere que la acompañe?

―Soy La mujer del teatro, Gabriel, no le temo a nadie.

―Mi doña, tal vez necesite mi ayuda ―repone casi como un ruego.

Eva se acerca al hombre y enlaza sus brazos alrededor de su cuello.

―Estoy segura que, aunque te diga que no, irás conmigo.

―No se equivoca, mi doña, no quiero dejarla sola, pero no quiero ir a escondidas.

―Creo que me estoy haciendo vieja, porque sí quiero que estés a mi lado.

―Vieja la ropa, querida ―asegura él, uniendo sus labios a los de la mujer que lo recibe con presteza.

Π

Guido no se encuentra en su cuarto cuando su tío llega a verlo. Lo llama a su celular y le deja una docena de mensajes. Se queda a aguardar su llegada. Espera que no haga una estupidez de la que pueda arrepentirse el resto de su vida.

―Tío, ¿qué haces aquí? ―Se sorprende el joven.

―Te esperaba, sobrino, ¿me puedes decir dónde estabas hasta esta hora?

―En un bar, fui a tomarme unos tragos, ¿o no puedo acaso? ¿Tengo que pedir permiso para cada paso que doy?

―No se trata de eso, hijo, me tenías preocupado.

―Lo siento, no pensé que querrías verme después de nuestra discusión, de haberlo sabido, te habría avisado.

―Tampoco contestaste mis llamadas.

―No oí mi móvil ―responde lacónico y con clara molestia en la voz.

―Mañana a las siete tenemos que salir hacia el aeropuerto.

―Ya.

―Espero que no cometas una tontería.

―Se te refieres a Eva...

―Precisamente. Quiero que te olvides de ella y la dejes en paz. Esa mujer es peligrosa.

El joven larga una amarga risotada.

―Esa tipa es una mujer que solo habla y no actúa, no es más que un perro que ladra pero no muerde.

―Por lo mismo, si piensas eso, no la busques.

―Como digas, tío ―responde con una enigmática sonrisa que, en vez de calmar el sistema nervioso de Juan Ignacio, lo altera todavía más.

―Por favor, Guido, no vayas a hacer una locura.

―No te preocupes, tío, mañana dormiré hasta las doce, comeré algo, visitaré el centro de la ciudad para llevarle algo de recuerdo a mi abuela... Ese será mi itinerario. No te preocupes. Ya me di cuenta que con Eva no voy a conseguir nada. Y matarla sería premiarla. Mejor que viva con la culpa de haber abandonado a su hijo, porque aunque no lo admita, conocerme fue un shock para ella.

Juan Ignacio asiente con la cabeza.

―Así que cálmate. Ya la olvidé. Esa mujer, cuando muera, se va a ir al mismísimo infierno, y no le será fácil morir. Todo se paga en esta vida, y nadie se va de este mundo sin pagar.


La Mujer del TeatroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora