Capítulo 17

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―La ciudad está muy cambiada ―comenta Eva en el vehículo que los lleva del aeropuerto a la ciudad.

―Han pasado más de veinticinco años ―responde Gabriel.

―Es verdad. ¿Averiguaste algo del fundo? ¿Sigue todo igual?

―Sí, su padre sigue siendo un terrateniente muy poderosos, pero según algunas fuentes, teme mucho su llegada, mi doña, más ahora que varios de sus empleados se fueron.

―¿Y eso?

―Creyeron que fue él quien cerró el camino. Y a causa de eso, falleció la mujer de uno de los peones. No se lo perdonan.

―Eso nos favorece.

―Mañana es la presentación y luego de eso ya estaremos libres. ¿Cuál es el itinerario?

―Es mejor que no lo sepas.

―¿Está segura de querer hacerlo sola?

―Más que segura, ya te lo he dicho, esto es algo que debo hacerlo yo misma.

―Me quedaré cerca.

―Nunca dejarás de ser mi fiel guardián, ¿verdad?

―Usted sabe que no.

―Sabes que conmigo estarás en peligro, ¿cierto?

―No me importa el peligro en el que esté yo, usted es la que no puede estar en peligro.

Ella sonríe y le da un corto beso. Ya no le importa que la vean besándose con su asistente. Y ese solo gesto hace feliz a Gabriel.

Nada más llegar al hotel, Eva y Gabriel se dirigen al teatro donde se realizará la presentación. Las empresas locales ya habían hecho su trabajo de luces y sonido por lo que, luego de una breve inspección, se van a un restaurant cercano para almorzar.

―Eva Pardo, ¡qué sorpresa! ―Juan Ignacio se acerca a la mesa donde se encuentran la mujer y su empleado.

―Juan Ignacio Montt, ¿y tú? ―pregunta sorprendida la mujer.

―Aquí de viaje con mi sobrino, él quería conocer Chile. ―El hombre indica una mesa cercana donde se encuentra Guido, que mira con cara de pocos amigos a Eva.

―Andas de chaperón ―se burla la mujer.

―Algo así, ¿nos vemos más tarde?

―Si andas con tu sobrino, no creo que te convenga juntarte conmigo, no creo que quieras dejarlo solo en una ciudad extraña para él ―responde con sinceridad la mujer, sabe que si se juntan tendrá que matarlo y no quiere eso.

Juan Ignacio hace un gesto de extrañeza ante aquel comentario.

―No parece un joven de muchos amigos y si tú eres su única compañía, no sería justo que se quedara solo. Y yo no tengo alma de niñera ―aclara la mujer dejando más confundido al hombre.

―Oh, no, él se puede quedar un rato solo.

A Gabriel no le gusta la presencia de ese hombre en esa ciudad, mucho menos la presencia de Guido.

―¿Y por qué están aquí? ―interviene Gabriel―. Digo, podrían estar en la costa o en la capital. Incluso en la cordillera, pero ¿en Talca?

―¿Tiene algo de malo esta ciudad?

―No, pero no es precisamente una ciudad turística. No hay mucho que hacer aquí.

―Créeme que tenemos mucho que hacer aquí.

―¿Cómo se llama su sobrino? Me parece cara conocida. ―El fiel guardián de Eva cambia de tema a propósito, a su dueña no la pillarían por sorpresa. Con la pierna, por debajo de la mesa, le hace la seña de mantener la calma y no inmutarse ante lo que viene.

Juan Ignacio observa a su sobrino un momento y luego vuelve su mirada a Gabriel y a Eva.

―Guido... Guido Barker ―remarca el apellido.

―Con razón se me hacía cara conocida ―comenta Gabriel con una enorme sonrisa―. Él es canadiense, ¿verdad?

―¿Lo conoces?

―A él personalmente, no, pero conozco a su padre, Erick. ¿Él está bien? A su mamá... Rebeca, ¿verdad? A ella la vi solo un par de veces. Es muy sobreprotectora con su hijo, ¿cómo es que lo dejó venir solo?

―¿Cómo conoces a Erick? ―pregunta Juan Ignacio con algo de molestia.

―Hace muchos años. Rebeca estaba recién embarazada. Ellos vinieron por negocios... conmigo.

―¿Contigo? ―Juan Ignacio se sorprendía cada vez más.

―Así es. Si ahora somos socios con Eva, en un rubro totalmente distinto al mío, es porque estaba seguro que era un buen negocio cuando la conocí en España.

Juan Ignacio traga saliva. Eva permanece en silencio con el rostro sin emoción.

―De todos modos, hasta el día de hoy mantenemos contacto con Erick. En realidad, hace cerca de dos meses que hablé con él la última vez, en un viaje que hizo a Europa, ahí nos juntamos. Seguimos haciendo negocios juntos.

―Yo creí que solo eres un empleado más de Eva.

La mujer se echa a reír.

―¿Tú crees que yo saldría a comer con un simple empleado?

Juan Ignacio está descolocado. No esperó esto. Y se le nota.

―Será mejor que me vaya.

―Mañana es la función ―le indica Gabriel―. Están invitados con tu sobrino, puedes pasar a buscar un par de entradas más tarde, creo que nos quedamos en el mismo hotel.

―Muchas gracias, pero ya compramos nuestras entradas.

―Entonces no te sorprendió verme aquí, sabías que estaría ―se burla la mujer.

Juan Ignacio la escanea con furia. Ella le sonríe con ironía. El hombre da la media vuelta y se va. Algo habla con su sobrino y salen aprisa del restaurant.

Eva y Gabriel se miran y se largan a reír.

―Querían sorprendernos y los sorprendidos fueron ellos ―comenta Eva―. ¿Tú sabías que Juan Ignacio era tío de Guido?

―No. Debo confesar que no. Lo supe hace unas semanas y por casualidad.

―¿Por qué no me lo dijiste?

―Porque fue justo antes de viajar. No me esperaba encontrarlos aquí.

―¿Crees que me estén buscando? A Isabel, digo.

―¿Qué más pueden estar haciendo? Aunque creo, mi doña, que ya la encontraron.

―Sí, puede que ya sepan que soy la mamá de ese muchacho, lo que no saben es que no tengo interés alguno en conocerlo, mucho menos en hacerme cargo. En todo caso, está bastante grandecito como para necesitar una mamá. Menos a una que no lo quiere.


La Mujer del TeatroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora