Capítulo 21

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En Canadá las cosas se complican cada vez más. Erick fue interrogado varias veces por la policía y, aunque está fuera de sospecha de participación directa por no encontrarse en el país, no se descarta que fuera el autor intelectual.

―Necesitamos interrogar a su hijo, señor Barker, ¿cuándo vuelve al país? ―inquiere uno de los oficiales aquella tarde.

Erick mira su reloj, son las cuatro y media de la tarde, por lo que, en Chile, son las nueve y media.

―Lo llamaré y le preguntaré. Para ser franco, mi hijo se fue muy molesto conmigo ―contesta Erick―. Se enteró que él fue adoptado y está furioso.

―¿Y se fue de la casa?

―Se fue a buscar a su verdadera mamá que, se supone, está en Chile.

―¿No está ahí?

―Ella vive en España, aunque por esas cosas de la vida, ella viajó a Chile, pero no es una mujer de fiar y la verdad es que estoy muy preocupado por mi hijo. El problema es que él no quiere contestar mis llamadas. Solo le contestan a mi suegra. Le diré a ella que les avise que tienen que volver.

―En cuanto vuelva, me avisa.

―Claro que sí, oficial.

El uniformado se va. Erick queda meditando. Desde que se supo que a su mujer la asesinaron, tiene una opresión en el pecho y una duda que lo corroe por dentro y que no lo deja respirar. Él no es un asesino. Tuvo una amante, sí, tuvo, porque un par de días después del funeral de su esposa, su secretaria apareció muerta, un accidente de coche le arrebató la vida. Aquel día habían discutido por una estupidez, por algo que él no entendió y, lo más probable, es que ella se fuera a toda velocidad, enojada, lo que había provocado que se cayera a un acantilado. Las dos mujeres que más había amado se le habían ido de su vida de golpe. Porque sí, él estuvo muy enamorado de Rebeca, pero las cosas no salieron como esperaban y ese amor se convirtió en cariño. Rebeca incluso sabía que su esposo tenía otra mujer y no le importaba. Su esposa, poco tiempo después de casados, se dio cuenta de su propia inclinación sexual y lo veía a él solo como un gran amigo, por eso le extrañó cuando Juan Ignacio le dijo que había recibido mensajes de ella diciéndole que quería separarse o que estaban mal, porque no era así. Si ella le hubiese pedido que se fuera, él lo hubiera hecho, sin embargo, ella no quería. Había sido Rebeca la que le rogó no separarse. Lo necesitaba, según sus propias palabras, estar con él le daba la calma que necesitaba.

Erick se sirve un whisky y lo toma al seco.

―Sabes que te estás destruyendo la vida, ¿verdad? ―Su suegra le habla desde la puerta del salón.

―En un par de semanas perdí todo, ya no me queda nada por lo que vivir ―responde el yerno abrumado.

―Tengo miedo ―comenta la mujer acercándose al bar y se sirve un vaso de menta.

―¿Miedo? ¿A qué?

―A perder a Guido. Desde que murió Rebeca él cambió tanto que ya no lo reconozco. ―Hace una extensa pausa que no es interrumpida por Erick, él no sabe qué decir―. Se encontró con Isabel.

Ahora él sí presta atención.

―¿Qué le dijo? ―interroga nervioso.

―Dijo que ella no lo quiere.

―¡Vaya novedad!

―Lo amenazó.

―¿¡Qué?!

―Y él la amenazó de vuelta. Él quiere verla muerta.

―Guido no es así.

―Así está, Erick, por eso te digo que tengo miedo de que mi nieto se convierta en un asesino.

―Yo tengo miedo de que ya lo sea ―musita el hombre.

―¿A qué te refieres?

―A que si la muerte de Rebeca fue provocada....

―¿Crees que pudo ser Guido?

―Él estuvo con ella esa mañana. No quiero pensar en eso, suegra, pero no me lo puedo quitar de la cabeza.

―¿Por qué haría una cosa así?

―Porque ella le dijo aquella mañana, antes de su ataque, que era adoptado.

―¿Cómo lo sabes?

―Porque ayer, anoche, cuando preparaba la ropa de trabajo para hoy, encontré una carta en el terno azul... Ella le iba a contar toda la verdad a mi hijo, que, según ella, no podía seguir guardando el secreto.

―¿Crees que se lo dijo?

―Guido no se sorprendió cuando ella le dijo que buscara a su otra mamá.

―¿Y esa es una razón para matarla?

―No lo sé. No entiendo, le juro que no lo entiendo, pero me da vueltas en la cabeza y no puedo apartarlo de mi mente.

Erick vuelve a sentirse otra copa de whisky, la desesperación le brota por cada poro de su ser.

―Tienes que estar tranquilo, debe haber una explicación para todo esto.

―Ojalá, Consuelo, ojalá.

Π

La velada ya termina y Eva con Gabriel se preparan para irse.

―Eva ―habla Katiuska justo antes de que sus acompañantes se levanten.

―Dime ―insta la mujer.

―Te voy a pedir algo.

―¿Pedir?

―Sí, en realidad, te lo voy a exigir. Deja a Juan Ignacio en paz. Él es mío.

―A ver, Katiuska, primero, tú a mí no me exiges nada. Segundo, yo no tengo nada qué hablar con Juan Ignacio. Tercero, si es tan tuyo, debiste quedarte con él esta noche.

―Yo estoy esperando un hijo suyo.

―¿Y?

―Que él tiene que quedarse conmigo.

―¿Y él quiere?

La joven baja la mirada.

―No quiere nada contigo ni con ese hijo, ¿verdad?

―En cuanto nazca, lo va a querer.

―O lo va a odiar.

―¡Es su hijo!

―Un hijo que no desea.

―Tú deberías ayudarme.

Eva mira a Gabriel y ambos echan a reír.

―¡Ay, Katiuska! Cómo se nota que no me conoces. Yo no ayudo a nadie.

―Tú eres mujer, al menos hazlo por este niño, un hijo es sagrado.

Eva y Gabriel vuelven a reír.

―Mira, Katiuska, yo de instinto maternal tengo lo que tú de decente. Buscas ayuda en el lugar equivocado.

―Mira, Eva, vas a dejar a Juan Ignacio tranquilo, él es mío y no voy a dejar que nadie me lo quite.

―Y si te lo quito, ¿qué?

―Te vas a arrepentir.

―¿Sí? ¿Me amenazas?

―Sí. Nadie se interpondrá entre mi hombre y yo.

La mujer del teatro le da una significativa mirada a su acompañante. Él ya sabe lo que tiene que hacer.

―No te preocupes, Katiuska, no volveremos a pelear por Juan Ignacio. Te lo prometo ―afirma con cinismo la mujer.

―Gracias. ―Sonríe abiertamente la otra.

Gabriel y Eva se levantan. Katiuska les imita.

―¿Puedo irme con ustedes? Juan Ignacio se fue, estaba cansado.

"De ti", piensa el hombre.

Llegan al hotel y en la recepción se despiden como si la discusión anterior no hubiese ocurrido.

La Mujer del TeatroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora