Francia, 1789 (Parte 3)

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El joven príncipe estaba en cama, bastante cansado y en un estado deplorable, se pensaba pues que era cuestión de tiempo para que dejara ese mundo. El palacio sufría al saber que en cualquier momento lo perdería, pero nadie lo hacía más como el joven Joel. Pasaba cada segundo que podía cerca de la habitación de su Donatien.

Si algo necesitaba, él estaría ahí para dárselo inmediatamente. Las horas pasaban, sintiendo como su propia alma se consumía al mismo compás que la del niño en cama. El veredicto estaba dado, la sentencia de muerte marcaba un ataúd, curioso para dos amantes, ¿acaso por primera vez uno se libraría de la inmaculada muerte?

—¡El pequeño empeora! — Gritó saliendo del cuarto la nodriza, aquella noticia llegó rápido a los oídos de Joel, apresurándose a ir.

Los pequeños ojos azules iban apagándose, ya no había un cielo reflejado, sólo la más triste sombra de la vida que se esfuma sin poder retenerla.

¿Adónde ibas, pequeña ave? Aún no has surcado los cielos prometidos...

—¡Donatien, no te duermas! ¡No te vayas! — Pedía desesperado, le carcomía por dentro el dolor incesante.

—Jo...el — pronunció entrecortadamente — No...te...quedes...aquí

—No te esfuerces en hablar — pidió con lágrimas surcándole las mejillas, en vez de hacerle caso, el Dauphin apretó la mano de quien amaba, debía decirlo.

—Por...favor...se libre...por mí — comenzó a toser, su pequeño cuerpo se estremecía y cuando miró hacia las sábanas, varias gotas de sangre estaban impregnadas en la tela — No más...esclavitud

Los pasos decididos de la reina entraron a la habitación, indignada de ver como su hija estaba siendo tocado por un esclavo, ordenó que lo sacaran.

—¡No lo quiero aquí! ¡Sáquenlo! — los guardias llegaron a querer arrancarlo de las pequeñas y hermosas manos de su único resplandor en la oscuridad.

—¡No! ¡Suéltenme! — Se removía, dispuesto a luchar para estar hasta el final. Fue inútil.

—Jo...el — volvió a decir, a llamar su nombre mientras su mano se estiraba hacia él, quería morir sintiendo su toque, era lo único que pedía en su tierna inocencia.

Las puertas se cerraron delante de Joel, diciéndole que no podía estar ahí, que no tenía derecho a si quiera verlo partir cuando lo vio llegar a ese mundo que tantas vidas atrás compartieron. Se arrodilló enfrente, queriendo traspasar la pared que le separaba, la distancia a la que se sometía siempre. Lo podía sentir, a aquel débil corazón latiendo lentamente, primero fue cayendo en un sueño y luego no hubo nada.

Donatien había muerto.

***

Y no importaba ya si era un esclavo, porque dentro de sí también lo era. A los recuerdos, al dolor que tenía que llevar encima, cargando, como si fueran toneladas de lamentos. La vida, aquella cosa que se le fue entregada con condiciones, no le importaba ya. Sólo deseaba verle fin, acabar ya con ese paseo terrenal y quizá se encontraría en el más allá con su precioso niño, en donde serían libres por fin.

—Pero, querida Reina, el pueblo exige comida, no hay ni siquiera pan...— Joel se detuvo al escuchar que alguien hablaba con esa mujer que tanto despreciaba.

Si no tienen pan, que coman pastel

Ah, ese descaro, esa burla en su voz.

Los ojos sin brillo del esclavo volvieron a brillar, lo sentía por su príncipe que alguna vez perteneció a esa estirpe, pero él jamás fue así. Recorrió todo el camino, sin mirar atrás supo que su monarca le dio la chispa que el pueblo necesitaba y la usó. Extendió aquella frase que había dicho a cada persona que conocía. Funcionó perfectamente, porque las llamas estaban más vivas que nunca, creando un incendio total que no se detenía con nada.

Posiblemente María Antonieta tenía todo el pastel que quisiera, pero no la suficiente agua como para apaciguar el hambre de su pueblo.

Soltó una gran carcajada con sorna, se rió tanto y en su locura simplemente se quedó ahí, parado en medio de la multitud que le aplastaba lentamente, asfixiándolo y degollándolo.

—Oh, mi Donatien, ya no soy un esclavo y tampoco tu reino lo es — debajo de los miles de pies que le estaban pisoteando, alzó su mano al cielo, le recordaba a los ojos de su príncipe.

Lo último que deseó fue volver a correr en los prados con él.

Así pues, en la toma de la Bastilla, otro más se apilaba a la hilera de muertos. De nuevo comenzaba a moverse la rueca de la Reencarnación.


¡Hola chicxs! Me disculpo por la tardanza, pero me han agarrado en días ocupados x.x y ayer me inspiré demasiado en Chiaki xD Bueno, ya acabamos con otra época, que Jesús ni que wea, el KaiSoo reencarnando cada tercer lunes del mes (¿?) okno espero les haya gustado, besitos :*

Reencarnación / KaisooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora