Japón, 1827 (Parte 4)

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—Okasan, han traído a una nueva — era la voz de Kumiko, no importaba que ella fuera mayor, le diría de esa forma tan respetuosa en todo momento.

—Déjala pasar — respondió con quietud, cada que alguna nueva niña venía a la okiya, sentía una gran nostalgia.

Un día así, en una situación similar, había conocido a Kaori, suspiró, ya veinte años de eso. Veinte años en los que su corazón no había vuelto a latir, se había quedado en una quietud extrema, marchito como su cerezo. La pequeña entró al lugar con mirada perdida, la miró de arriba abajo.

—Veamos, ¿qué tienes para mí? — Preguntó con voz algo ronca debido a la edad.

Su belleza se había ido esfumando con el pasar de las estaciones, así como su tiempo de geisha, para pasar a ser la cabeza de la okiya. Para ese entonces, ya nada le sorprendía, había estado viviendo como se lo pidió, pero sin ella, la vida no era la misma.

—Está bien, Kumiko, enséñale lo que debe hacer — dijo al finalizar las usuales preguntas.

Levantó con cuidado su cuerpo para ir hacia la ventana de Kaori, observaba al cerezo marchito que estaba en la misma situación que su interior. Y al escuchar el sonido de un cascabel, fijó sus ojos en el hecho de que comenzaba a florecer.

—La primavera está llegando — susurró sin poder creerlo.

Sí, las cosas comenzaban a descongelarse en ese tardío invierno.

***

Caminaba vagamente, bien podía mandar a otra persona a hacer esas labores, sin embargo, gustaba de ver al distrito de Hanamachi que cada día parecía crecer un poco más. Llevaba una bolsa, lista para regresar a sus aposentos, pasaba esa calle de manera apresurada porque siempre los recuerdos venían a su cabeza, de un lado el cerezo le daba recuerdos preciosos e imágenes muy vividas de una Kaori mirar el cielo y del otro lado, estaba el dolor, el vacío de la perdida que tuvo.

Una flor danzó suavemente frente a sus ojos, observó con detalle como flotaba ahí y cuando sus ojos enfocaron algo más lejano, lo vio parado ahí. Miraba con total interés el árbol sakura, su perfil era sin duda muy hermoso y había algo en su esencia que le daba cierto cosquilleo en su interior. Abrió la boca ligeramente, sentía que debía decir algo, pero nada salió, no existían palabras para describir las emociones que estaban fluyendo dentro.

El hombre de hakama gris, de repente sintió la necesidad de girar su rostro y al hacerlo se encontró con una mujer en kimono observándolo. Fue como la vez anterior, cuando sus ojos se toparon uno con los otros, hubo chispas y el mundo de Mirai volvió a girar.

Sus ojos se volvieron cristalinos, la sentí ahí, en ese otro cuerpo tan diferente podía mirar a su Kaori y no entendía cómo o por qué, sólo la sentía con el alma. Caminó lentamente hacia él sin pensar mucho y a medida que avanzaba se fijó en que había algo en sus vestimentas que le alertaba.

La espada, las ropas, el cabello largo amarrado en una coleta y una pequeña cicatriz en el rostro, entonces cayó en cuenta de lo que era.

Un samurái.

La misma clase de hombre que había arrebatado a su Kaori de su vida. Salió corriendo de ahí, retractándose de sus pasos.

—¡Espera! — Intentó detenerla, porque el joven guerrero sentía algo extraño, que no comprendía y aquella mujer causaba en él cierta nostalgia incontenible.

Al llegar a casa, se encerró en su cuarto, rebuscó entre sus cosas hasta encontrar las viejas prendas que solía usar Kaori, apretujó su rostro para sentir la seda. Así se sentía cuando estaba a su lado, tan terso...

—¿Quién era ese hombre? — Se preguntó sin despegarse de la vieja prenda.

Los cascabeles volvieron a sonar en su cabeza.

¿Alguna vez ha escuchado usted sobre la Reencarnación?

La voz de aquel hombre resonó en su cabeza, de repente todo lo que le contó regresó a su cabeza y de alguna forma tuvo sentido. Volteó a ver hacia la puerta corrediza de su pieza, ese hombre posiblemente era...negó con la cabeza.

—Son cuentos, fantasías, supersticiones — dijo, sin embargo, cada que la imagen de ese hombre llegaba a invadirla, su corazón latía tan fuerte y todo su cuerpo se estremecía.

Era igual a cuando era joven y Kaori estaba a su lado, nunca comprendieron por qué les sucedía eso.

Hay amantes que siguen muriendo en cada vida luego de su encuentro...

Abrió los ojos de golpe, quizá por eso sucedía, su alma le avisaba que no era la primera vez que se encontraban. Tal vez estaban malditos...

—El amuleto — recordó que todo eso tenía una solución, por eso ese hombre les había contado esa extraña historia, les estaba visando — Debo encontrarlo — se paró de inmediato aun sin saber a dónde podría ir.

Sus pies la llevaron por bastantes minutos sin un rumbo fijo, cuando se dio cuenta estaba llegando hacia la casa de té donde lo conoció. No podía preguntar por un cliente de veinte años atrás, ¿entonces qué debía hacer? Ninguna pista del paradero de ese hombre tenía y no creía poder encontrarlo. Entonces devolvió sus pasos con desanimo, no creía que estaba haciendo semejante cosa, ya estaba demasiado grande para ello.

De camino a casa, se topó con la vereda que llevaba al templo de Hanamchi, donde hace años se unió a Kaori. Los árboles estaban en su mayor verdor, se agitaban con el viento y movían su cabello que estaba despeinado por la carrera que hizo, tal como si su alma se lo susurrar, comenzó a adentrarse, caminando lentamente bajo los muchos arcos rojos de madera del templo. Se contaba que cada arco significaba un año de vida y al pasarlos, podías ver al final de la luz lo que el destino te deparaba.

Un año por arco, una vida que se iba y otra que a sus ojos regresaban, era tan extraño porque diferentes imágenes estaban apareciendo en su mente, como si se bañara en el río del recuerdo. Contuvo la respiración al ver que llegaba al final de camino y cuando sus ojos pudieron vislumbrar los que estaba ahí, su aliento voló junto al aire que corría. Ese hombre que tanto le recordaba a Kaori se encontraba mirando el agua que purificaba a los visitantes, se acercó lentamente sin hacer mucho ruido, parecía completamente aborto de lo que le rodeaba y ella se preguntaba qué tanto miraba.

Por fin vio lo que tanto le llamaba la atención y sus ojos se abrieron enormemente al ver el reflejo.

—Kaori — susurró llevándose sus manos a la boca, en la pileta de agua que normalmente los creyentes usaban para limpiar sus manos antes de entrar al templo, se encontraba la imagen de aquella geisha, mirando de la misma forma que lo hacía el hombre de pie a su lado.

—Es extraño lo que siento...cuando te veo, mi corazón se acelera y hay algo a nuestro alrededor que...— se quedó callado, parecía no poder despegar la mirada del agua — He soñado por años en un dulce rostro, he visto mi muerte bajo un cerezo y he buscado aquellos labios que besé... ¿acaso nos hemos encontrado antes en otra vida?

Justo en ese momento que volteó a verla, vio en sus ojos la verdad, claro que se habían visto antes, él era su Kaori y había vuelto a ella. Se apresuró a tomarlo y rodear sus hombros con sus pequeños brazos.

—Sí y nos hemos vuelto a encontrar — le susurró mientras llenaba su hombro con lágrimas — ¿Cómo te llamas en esta vida, mi bien amado?

Sujetó su pequeña cintura y respiró su aroma, le hacía recordar a muchas cosas y ahora comprendía por qué.

—Kaito — contestó por fin estrechándola.

Era una cálida bienvenida luego de tantos años de espera, luego de tanto dolor pasado.

 Sólo que, la maldición del Dios seguía presente en forma de destino...


Reencarnación / KaisooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora