Japón, 1807 (Parte 3)

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El cerezo que tanto adoraba observar Kaori, se marchitaba con la llegada del otoño y cuando quedó sumido en una frialdad, el invierno había llegado. Las geishas flotaban en nubes blancas al alcance de cualquiera, la nieve hacia parecer que se estaba en un congelado cielo.

—Tu mizuage, será entregado al hombre con más honor — le explicaba a la pequeña Maiko que estaba delante, el aire frío entraba por la ventana, helando a ambas.

Aunque su Oneesama lo quisiera adornar con bellas palabras, comprendía que aquello sólo significaba que sería vendida, pero lo lograba pagar su deuda a la okiya, sería más que feliz. Bajó la vista para verse las manos, las sentía tan suaves, ya no ásperas a cuando debía trabajar duro, muchas cosas del pasado se desvanecían lentamente con el paso del tiempo, a excepción de una cosa.

Alzó la vista para encontrarse con el bello rostro de Kaori contemplando el té que estaba sirviendo, la vejez comenzaba a pasarle pequeñas facturas que posiblemente pocos notaban, pero, Mirai lo hacía. En su corazón, no había pasado ni un solo instante desde que nació ese sentimiento al verla, era como si el lazo que las uniera no se quebrara a pesar del tiempo.

—¿Podrías tú comprar mi mizuage? — Preguntó con todo su valor, no deseaba entregar su carne a un desconocido, porque en ella estaban grabadas las caricias de Kaori.

Entornó los ojos hacia Mirai, no podía creer que le estaba pidiendo aquello, algo tan delicado, pero, sobre todo, la connotación de sus palabras.

—Lo que me pides — la pequeña se le acercó más, acortando esa distancia, por unos momentos pareció ver a la misma niña que llegó a la okiya años atrás, pero luego cuando estuvo por completo enfrente, la imagen de una hermosa mujer que ya había florecido se presentó.

Los años le cayeron encima uno por uno, al ver esa piel tan tersa, blanca como la nieve que cubría su cerezo, enormes ojos que demostraban el cariño que le tenía y sus ropas que la hacían flotar en su mente y en vez de sentir algún rencor...la amó. Porque llenaba todo lo que alguna vez estuvo vacío, la completaba de una forma única y casi mágica. Su mano ligeramente más pequeña tomó la suya con cuidado, ahí estaba de nuevo esa corriente.

—Oneesama — llamó bastante cerca ya del rostro de Kaori, en un murmullo, fueron cerrando los ojos lentamente, despacio, dejando que las respiraciones fueran el único ruido interesante.

Y un beso hubo formado en ese momento. Todo se quedó en plenitud, un choque de emociones que se encontraban con el mar a la arena, un golpeteo suave...Cuando se separaron, Kaori tomó el rostro sonriente de Mirai.

—Las cosas deben seguir su rumbo — espetó a pesar de saber que eliminaría la sonrisa de la joven, así fue, se fue marchitando en sus manos — pero, siempre nos perteneceremos y quizá, podamos vivir en secreto lo que sentimos, somos geishas y nosotras no amamos...al menos no en voz alta

Terminó por sostenerla en sus brazos, arrullando un llanto piadoso, de injusticia...

***

Hanamachi temblaba de miedo al saber que unos bandidos, samuráis que masacraban todo a su paso, se dirigían a la ciudad, las okiyas temían por las vidas de sus geishas que posiblemente serían arrebatadas de sus lugares para complacer placeres tan bajos y ensuciarían su verdadero arte.

—Kaori, a partir de hoy no saldrás a ninguna casa de té, dejaremos que Mirai se encargue de eso — había ordenado Okasan, la heredera a la okiya se levantó molesta.

—¡No enviarás a Mirai afuera con este peligro! — Gritó histérica de sólo pensar lo que podría pasarle.

—No es tu decisión — espetó para calmar su repentina cólera — la okiya debe mantenerse alguna forma

Reencarnación / KaisooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora