Capítulo 1

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El sol oculto tras las nubes de algodón y las hojas suaves que se balanceaban al compás del frío viento cubrían su rostro delicado de caramelo, las pequeñas luces que se colaban entre las hojas iluminaba su silueta y le daban un toque único y exquisito.

Exquisito como café en invierno, lindo como las flores de suave aroma, peculiar como los pajarillos traviesos que se posan en las ventanas, inocente cual alma pura llena de bondad, y triste, triste como los recuerdos muertos de un sueño inconcluso de verano.

Su diminuto cuerpo reposaba plácido contra el acolchado pasto del enorme jardín de la universidad en donde asistía. Su mochila vieja estaba a un lado y un desgastado libro estaba sobre ella. Los blancos auriculares lo alejaban de todo con la hipnótica voz de Gerard Way; su cabeza se mueve en un lento compás al ritmo de la canción estruendosa, con un pie doblado y otro estirado, y los brazos bajo su cabeza lo adormece de una forma insana.

Fue el primero en salir del tedioso examen y le sobró tiempo. Al ser su última clase debió correr a su hogar al conservar más tiempo del previsto: llegar al lugar donde se supone que debía amar y desear pasar más tiempo.

Pero no, él estaba ahí, acostado bajo un frondoso árbol retrasando la llegada a la zona de guerra; gritos, palabras frías y bruscas, rechazo, reclamos, reproches, indirectas... Era mejor quedarse tirado ahí una eternidad que llegar a su casa y ver a sus malhumorados padres.

—Oye, niño —alguien agitó su hombro. Sin necesidad de voltear a su izquierda él reconocía el olor—, tienes que irte ya, no puedes permanecer más aquí.

El viejo guardia de seguridad le regaló una sonrisa con tinte de disculpa. Era común ver al pequeño omega ahí y siempre tenía que echarlo por lo tarde que se quedaba. Conocía de memoria su sencilla rutina: llegaba, comía un sándwich, leía un rato, se acostaba en el pasto y se quedaba ahí hasta el máximo tiempo que le permitieran. Lo que más inquietaba era los apagados ojos y su triste sonrisa.

Louis se quitó lo auriculares por si decía algo más, pero sólo le sonrió alejándose con pasos lentos. Guardó sus cosas en su mochila, se levantó y limpió la parte trasera de sus jeans, acomodó los lentes sobre su nariz respirando profundo para darse valor y comenzar a caminar en dirección a su casa.

Los monstruos en su interior lo esperaban con la misma hostilidad de siempre, aquella que vagaba sobre él cuando se encontraba ahí.

Una pequeña gota cayó sobre su nariz y en seguida descendió otra sobre su cabello, levantó la mirada y vio las repentinas nubes pesadas envolviendo el ahora inexistente sol. Subió la capucha de su chaqueta y volvió a colocarse los auriculares.

Terrified of what I'd be
[Aterrorizado de lo que sería]
As a kid from what I'd seen
[Como un niño, por lo que he visto]
Every single day
[Cada día]
When people try to
[Cuando las personas tratan de]
Put the pieces back together
[Juntar todas las piezas]
Just to smash them down
[Solo para romperlas hacia abajo]
Turn my headphones up real loud
[Subo el volumen a mis auriculares]
I don't think I'll need them now
[No creo que los necesite ahora]
Cause you stop the noise
[Porque tú detuviste el ruido]

Su suave voz flotaba en la calle desierta, sus ojos cerrados y su respiración enérgica lo llenaba de sentimientos. En su interior imaginaba escuchar esa misma canción junto a alguien que no se quejara del volumen alto, que sintiera el amor a flote, tan grande y asfixiante que los envolviera sintiendo cada letra grabada a fuego en su piel.

No eres ni serás la mitad de lo que son tus hermanas.

Eres una pérdida de tiempo.

¿Quién en su sano juicio va a querer cortejarte cuando existen millones de mejores omegas?

El recuerdo de las palabras venenosas le trajo de nuevo a la sucia y fría realidad perforaron su burbuja. Por más que quisiera negar todas las cosas desagradables que le decían, era imposible. Lo era porque ellos tenían razón. Deseaba cerrarles la boca, pero ¿cómo hacerlo sin parecer necesitado y desagradable? Un omega en celo y ansioso por un alfa era lo último que necesitaba parecer.

En menos de lo que pensó ya estaba abriendo la puerta de su casa y en el momento en el que puso un pie dentro y la puerta que lo protegía del dolor se cerró, corrió a su habitación ignorando todo.

Cerró la puerta y arrojó su mochila en un lugar sin importancia, lanzándose a la cama y subiendo más el volumen. Cuando las pesadas gotas comenzaron a descender con fuerza, se giró sobre su costado y admiró cómo golpeaban el cristal levemente, empañando su ventana, tiró de las sábanas y se cubrió con ellas en el momento en el que el frío empezó a llenar su pequeña habitación porque esa parte de la casa era con extrañeza la única que no tenía calefacción.

Tal vez si sus padres hicieran un buen trabajo, ya se habrían desecho de él hace mucho tiempo, ¿por qué no deshacerse de él de una sola vez en lugar de perder el tiempo haciéndolo poco a poco? ¿tanto lo odiaban cómo para hacer su miseria interminable?

Él ayudaba a todos los que lo necesitaran; ayudaba en un centro de gente sin hogar los fines de semana, daba de comer a los animales callejeros, no era malo con nadie, no tenía amigos, aunque ese motivo era más por decisión propia que inducida. ¿Por qué razón no podía tener un poco de todo lo soleado? Limpió con el dorso de su mano las lágrimas que se escaparon involuntarias, la frustración y la rutina sin un escape pronto llegaban a calar tan hondo dentro de él que escapaba acuosa sin contención. En un par de minutos arrullado con el frío y el amortiguado sonido de la lluvia lentamente cayó dormido.

(...)

Demasiado corto para su gusto solo fueron dos horas las que tuvo libres antes de que profanaran su sueño y lo arrastraran hasta el comedor donde sus padres y él comían en silencio absoluto.

No recordaba que ellos hubieran preguntado antes cómo fue su día, si estaba bien o si alguien lo molestaba en la escuela tal y como lo hacían con sus hermanas mayores.

Ellas ya no vivían en ese mismo techo al estar todas reclamadas y con pequeños niños rondando a su alrededor, él era el único que por desgracia no podía escapar de la mazmorra donde lo tendrían cautivo el resto de sus días. Las dos únicas puertas que tenía eran: salir de ahí una vez tuviera los recursos necesarios, o, ser sacado por un alfa. La primera era su opción.

—Mañana irás a la oficina conmigo —declaró su padre mientras cortaba un poco de carne sobre su plato.

—¿Por qué tendría que hacer eso? —Louis frunció el ceño molesto y sin poder detenerse subió el volumen de su voz.

Era el inicio de sus vacaciones y sus padres ya iban a empezar a arruinar todo. Como siempre. Qué raro.

—Baja la voz —reprendió severa su madre—. Ayudarás a tu padre mañana sin falta, mínimamente debes de servir en algo —la mirada fría y filosa de su madre lo hizo estremecer— ¿O acaso ni eso puedes hacer?

Louis apretó la mandíbula, dolido, y sus puños se cerraron sin poder evitarlo, bajó la cabeza y tratando de tragar el nudo que se formó en su garganta comió lo más rápido posible.

Tomó sus platos y los lavó un poco ansioso por encerrarse de nuevo y no volverlos a ver en mucho tiempo, si fuera por el resto de su vida estaría mejor. Gracias a cualquier cosa no rompió nada por su apuro. Salió de la cocina apresurado para ir a su habitación, pero una voz lo detuvo a la mitad de las escaleras.

—Mañana te levantaré temprano e irás ¿entendido? —la voz profunda y seca de su padre no daba lugar a un no.

Louis asintió sin volver la cabeza y volvió a reanudar su camino ahora con más pesadez y enojo.

¿Por qué tenía que sucederle eso a él? ¿había hecho algo malo antes de nacer cómo para que lo trataran así? Si hubiese sido un alfa o mínimo una chica su vida no sería tan miserable como lo era.

Respiró profundo preparándose para el asqueroso día que seguro le esperaría por la mañana, pero lo que no sabía era que no había nada que pudiese hacer ante el peculiar e inesperado momento que se avecinaba y tocaría cuando el alba llegara.

Trágicamente Omega|Larry Stylinson|OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora