Una visita indeseada II

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La noche había llegado pero la luna no salió. Nubes cubrieron el cielo, y los relámpagos lo iluminaron. Al parecer, ni siquiera la luna quería ser testigo de la posible aparición de la figura encapuchada, que algunos lo llamaban espectro, fantasma o demonio.

Ángelo Berretti vivía precisamente en el piso más alto de las "Torres Góticas". Para su comodidad, contaba con una gran terraza con vistas a toda Ciudad Gótica. Su apartamento tenía dos pisos y para su protección, contaba con guardias en todas las posibles entradas a la casa, es decir, en la puerta principal, en la entrada de la terraza, y un guardia más que hacía la vigilancia en todo el piso superior; todos armados con metralletas por si era necesario. El viejo Berretti tenía setenta años y su pelo gris había casi desaparecido por completo. Su panza había crecido el doble en los últimos años, y su amor por la bebida blanca había crecido con notoriedad.

Esa noche, al término de la cena, se había colocado su bella bata violácea, y como todas las veces que el sol desaparecía, se había encendido un habano. Fumó con tranquilidad en su viejo pero extenso sofá con vistas hacia "Empresas Wayne". No era porque le gustara, sino porque era el edificio que tenía en frente. Se relajó y suspiró hondo. Sus años de andar se habían terminado, y ahora disfrutaba de sus millones en la casa de sus sueños. La chimenea estaba encendida, y era la luz del fuego que, no solo le brindaba un calor acogedor, sino que iluminaba el living de manera tenue.

De pronto, un ruido en el piso superior irrumpió en la paz generada por la valiosa lluvia que caía.

-¿Qué ha sido eso? -le preguntó Ángelo a Tino, el guardia que se encontraba a sus espaldas.

El hombre se encogió de hombros y llamó a su compañero, pero no hubo respuesta alguna. Todo resultaba demasiado extraño.

-Quédese aquí, jefe. -El hombre armado subió lentamente hacia el piso superior.

El viejo sin perder un segundo, se dirigió hasta la puerta para ir en busca del otro guardaespaldas. Debía estar protegido por si acaso. Llegó hasta la puerta que conducía al hall y tanteó el interruptor de luz. Luego de palpar varias veces sin resultados positivos, lo encontró, pero al encenderlas, éstas no funcionaron.

-¿Qué rayos ocurre?

El nerviosismo ganaba partido en sus sentimientos. Abrió la puerta lentamente y se asomó. Allí no había ningún guardia ni rastros de a dónde había ido. Cruzó el hall y abrió la otra puerta que llevaba a la tecnológica cocina. Entonces, tirado en el suelo inconsciente, halló a su hombre. Asustado por lo que acababa de pasar, regresó rápidamente a la luz de la chimenea. Se oyó otro fuerte ruido proveniente del piso superior. Ángelo tomó su arma que se encontraba oculta debajo del sofá y decidió subir a investigar. Afuera, los relámpagos rugían con más intensidad.

No eran muchos escalones los que tenía que subir, sin embargo, le pareció eterno el camino hasta llegar al pasillo superior. Se asomó antes de salir completamente a la luz de la ventana que tenía frente a él. No había señales de sus hombres. Avanzó lentamente y de vez en cuando se sobresaltaba con algún trueno que se oía desde lejos.

Llegó a la primera puerta. Tenía que abrirla pero su mano le temblaba sin parar. Levantó su arma y apuntó al mismo tiempo que la abría violentamente, no había nadie allí. Al menos, no al alcance de su vista. La cerró para asegurarse de que nadie se escondiera sin que él lo notara, y avanzó hasta la segunda. Su corazón se aceleró más deprisa cuando apoyó su mano contra el picaporte, para su sorpresa, ésta no cedió; estaba cerrada con llave. Suspiró aliviado. Sólo le quedaba una: su habitación. Avanzó trastabillando. Su cuerpo entero le temblaba, y su pecho subía y bajaba a grandes velocidades. Su corazón palpitó aún más rápido, dándole la sensación de que estallaría de un momento a otro. La puerta estaba entreabierta, y podía ver como la habitación se iluminaba al tiempo que se oían los truenos. Tenía que abrirla, sí, tomó coraje y empujó lentamente la puerta de madera. Dentro, la cama estaba desecha tal cual él la había dejado. Rebuscó con su mirada en cada rincón iluminado por el gran ventanal que tenía en su cuarto. No había señales de sus hombres, el dormitorio parecía vacío, pero Ángelo sabía que no era cierto. Había algo en el único rincón oscuro, algo tenebroso. Su corazón se paralizó. Levantó su pistola lista para acabar con cualquier cosa que allí estuviera. Pero como por acto de magia, su arma salió volando de su mano y fue a parar al otro lado de la cama. Una especie de látigo demencial había golpeado contra su mano dejándole una pequeña cicatriz.

Batman: El Lado Oscuro De La JusticiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora