Capítulo 2.

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MOSCÚ, RUSIA.
06:30 PM.

Terminé el giro y me dejé caer suavemente de punteras, tal y como nos había dicho Mrs. Svetlena, nuestra profesora de ballet. Era una mujer exigente y bastante entrada en años, pero que seguía conservando su físico y su talento a pesar de ello.

-Muy bien, señoritas. Vayan a cambiarse, mañana es lunes y les espera un duro día de trabajo.

Todas asentimos a la vez y nos dirigimos cansadas a los vestuarios, rompiendo nuestra perfecta formación.

Me despedí de mis compañeras en la salida, cansada. De lo único que tenía ganas era de llegar a casa y tirarme en el sofá a dormir. Eso sí, después de haberme comido una enorme pizza barbacoa con mi hermana.

Si teníamos suerte, mi padrastro estaría toda la noche bebiendo en algún bareto de mala muerte y llegaría tan borracho que se desplomaría en las escaleras de entrada. Si llegaba.

Pero antes de hacer todo aquello... Era domingo, y eso significaba pasarme por el Tragus a por las ganancias de la semana.

Encargué una pizza mientras me bajaba del coche, justo para una hora después. Entre hablar con Mark e ir a los almacenes no debería tardar mucho más.

El club estaba desierto a esas horas, las luces amarillentas completamente dadas mientras los camareros hacían las reposiciones para la semana. Me dirigí a la segunda planta sin decirles una palabra, queriendo acabar rápido con este asunto. Mark estaba en su puesto habitual, una de las cristaleras de la enorme sala VIP.

-¿Cómo estás hoy, guapo?

-Decepcionado con el amor.- dijo girándose, fingiendo una mala cara de pena.- Los hombres son odiosos.

-Vaya, ¿ya te dejó el del otro día?

-Oh, no, ese es vieja historia. El que me ha decepcionado ha sido otro.

Dejé escapar una carcajada mientras lo seguía al pasillo, debía haberlo imaginado. Aunque Mark no era de relaciones muy estables, siempre se ilusionaba como un niño con un juguete nuevo. Hasta que el juguete se iba, claro. Pero mi amigo, en el fondo, era un buenazo. Solo que nadie lo sabía, admití para mi misma.

-Hemos logrado vender todo. -me informó ya en su despacho.- Pero no puede seguir subiendo el precio.

-Lo sé, créeme.- dejé un beso en su mejilla tras coger el fajo de billetes que me tendía.- Negociaré.

-Ten cuidado, bombón.

Le guiñé un ojo antes de salir, escondiendo bien el dinero en mi bolso. Solo debía entregarlo y podría irme a casa.

Ralenticé mi coche cuando llegué al polígono industrial, adentrándome entre los almacenes hasta llegar a una zona oscura, donde un deportivo negro ya me esperaba. La ventanilla trasera bajó cuando llegué a su altura, permitiéndome ver el interior.

-Lo de esta semana.- aseguré tendiendo el sobre que me había dado mi amigo. Él solo asintió, contando el dinero antes de separar una fracción.-No puede seguir subiendo el precio.

-Tu parte, por el trabajo bien hecho.- comentó tendiéndome de nuevo el sobre, ignorando completamente mi comentario.

-Bien.

Asentí, dispuesta a subir la ventanilla y largarme, cuando él añadió algo más.

-¿Has vuelto a saber algo de él?

Lo miré confundida por un segundo. Sabía desde hacía muchos años quién era ese hombre de traje negro y toda la influencia que tenía. El mayor capo de la ciudad. Por ello, sus palabras me dejaron desconcertada.

Midnight.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora