Capítulo 3.

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LOS ÁNGELES, CALIFORNIA.
01:30 PM.

Tras demasiadas horas de aeropuertos, vuelos y situaciones incómodas, al fin podría separarme de mi padre. Seguía siendo igual a lo que recordaba: frío, prepotente y ególatra. Todo un encanto, vamos.

En las dos conversaciones que habíamos tenido me había dejado en claro varias cosas: no me quería allí, viviría con mi hermano y sus amigos y yo no tenía futuro en el mundo del ballet, por ello se había encargado de no buscarme una academia, además de inscribirme en uno de los mejores institutos de la ciudad, donde debía seguir mis estudios.

Intenté que no notara que mi enfado llegaba a límites estratosféricos cuando avanzábamos por un barrio residencial a las afueras de la ciudad. Mientras conducía por las calles, podía ver las lujosas casas pasar ante mis ojos y el olor y el sonido del mar a lo lejos. A lo mejor esto no estaba tan mal, fue lo que pensé, hasta que mi padre volvió a abrir la boca, deteniéndose frente a una de las grandes casas.

-Tu hermano no sabe por qué estás aquí, Anastasia.- me miró fijamente, dándome a entender demasiadas cosas.- Es un buen chico que no necesita saber nada de tu vida en Moscú, ¿estamos?

-No sé por quién me tomas para pensar...

-Porque tu madre no, pero yo sí sé cómo conseguías el dinero de la casa.

Rodé los ojos, cansada de escucharlo. ¿Qué se pensaba que iba a contarle a mi hermano?

-Mantendré la boca cerrada, ¿contento?

Mi mirada fue retadora, pero la suya destiló una advertencia.

-Cenamos juntos una vez al mes, tu hermano ya te pondrá al día.

Bajé del coche con paso decidido, sin dejar que me afectase nuestra última conversación. Yo no era idiota, si la vida me daba una oportunidad para empezar de cero, pensaba aprovecharla. Había dejado bien cerrados mis asuntos en Moscú y, con Aishane allí, no debía preocuparme de nada.

Por fin podría ser una adolescente normal.

Toqué el timbre de la casa un tanto impresionada, nadie me dijo que sería tan grande. Un pequeño jardín con entrada para coches conducía al patio trasero, al igual que al garaje, mientras que un porche daba la bienvenida a una casa playera de dos pisos, en la que perfectamente podrían vivir diez personas.

Al cabo de unos pocos segundos, escuché una voz pidiendo a gritos que bajasen la música y unos pasos acelerados apresurándose hacia la puerta. Ésta se abrió de golpe, y me quedé embobada mirando al chico que estaba parado frente a mí. Tenía el pelo rubio todo despeinado y aquel cuerpo de escándalo sólo estaba tapado por un bañador bastante sugerente.

Carraspeó y volví a mirar hacia arriba, me había distraído un poco y él se había percatado.

-¿Sabes que hoy no hay fiesta, no, linda?

-¿Me ves con pinta de venir a una fiesta?- respondí señalando mi enorme maleta, sin dejarme impresionar por su sonrisa arrogante y coqueta.

-Oh, ¿entonces vienes a vendernos galletas? Lo siento, pero no comemos cosas de desconocidas...

Su sonrisa socarrona y la mirada que me dirigió, me hicieron entender que no estaba hablando de galletas precisamente.

-¡Paul! ¿Quién es?

Otra voz proveniente del interior de la casa me impidió contestarle y el chico, Paul, se giró hacia ella sonriente.

-Hay aquí una niña que creo que se ha perdido, Alex...

-¿Cómo que se ha...?- el nuevo chico se quedó a media frase, su cara inmóvil por la sorpresa.- ¿Nastia?

-¿Liosha?- repetí atontada por unos segundos, mirando al nuevo de arriba a abajo.

Midnight.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora