Carezco de sentido común. Al menos eso es lo que pensaría de mí la mayoría de superhéroes del mundo al ver mi situación. No sé si existen otros superhéroes en el mundo. Es muy grande para conocer las aventuras que suceden por todo su largo y anchura. Sin embargo, puedo estar seguro de que una heroína en concreto tiene ese pensamiento cada vez que me ve. Para no andarme con misterios, sí, hablo de la heroica salvadora de París, la misteriosa Ladybug. Después de todo, parece estar a punto de lanzarme su yoyó, con intenciones para nada amistosas.
—¡ERES IDIOTA! —grita, persiguiéndome por la azotea.
Estamos solos, así que no hay quien me salve de la enfadada mariquita. Yo esquivo sus ataques impetuosos como buenamente puedo.
—¡Podías haber muerto! ¿¡Eres consciente de eso!?
—Pero funcionó, ¿no? —contesto, sin poder evitar que una sonrisa pícara e idiota se quede pegada en mis labios.Es estúpido que me haga feliz que mi Lady esté en ese estado, tan iracunda, pero no puedo evitarlo. La siempre lógica, esquiva y práctica Ladybug que nunca falla un tiro, le tiembla tanto la mano que no es capaz de lanzar su arma bien. Todo, por su preocupación por mí. Por haberme arriesgado demasiado en esta misión y haber estado a punto de no poder contarlo. Francamente, la espantosa cicatriz que se me iba a quedar en el pecho me iba a recordar ese monstruo toda la vida. Además de imposibilitarme hacer sesiones de fotos sin camiseta, lo que era una lástima.
Aprovecho que su último tiro se ha desviado de su trayectoria, alejándose más de lo pensado, para dar un gran salto y colocarme frente a ella. Tomo sus manos antes de que pueda hacer nada. Me enternece sentirlas temblar entre las mías, porque sé que es una reacción más relacionada con el miedo que con la furia.
—Estoy aquí —digo, estrechando el contacto cálido—. Todo está bien.
Veo como hace un mohín severo con los labios, pero tampoco pierdo de vista el color enrojecido de sus ojos azules. Al igual que la forma en que su peinado, siempre perfecto, muestra un aspecto desaliñado. Especialmente el lado izquierdo, que está impregnado de sangre. Mi sangre. Presenció como una gota roja le resbala por la mejilla. Sabiendo de qué se trata, ella se estremece ante el contacto.
Cuando estoy seguro de que se ha tranquilizado lo suficiente como para no intentar colgarme de la Torre Eiffel nuevamente, suelto una de sus manos. La pasó a su mejilla. La acaricio suavemente, tratando de hacer desaparecer cualquier rastro de sangre de su piel.
—Al final, ¿cuándo ha salido mal uno de mis planes? —pregunto, sonriendo ladinamente.
El surco entre sus cejas se profundiza, al igual que su mohín. Aprovecha que había liberado una de sus manos para darme un golpe con la mano abierta en la cabeza, justo entre mis orejas gatunas. Emito un maullido lastimero.
—Gato idiota —farfulla ella, aunque puedo ver aparecer una minúscula sonrisa.
En ese momento, nos sumimos, durante un momento, en nuestra rutina. Siempre que mi compañera de aventuras y yo logramos ponerle fin a una pesadilla parisina, nos permitimos el placer de sentir la euforia del trabajo bien hecho en compañía del otro. Después de terminar con un akuma tan complicado y destructivo como ese, decidimos gozar de unos gratificante, casi eufóricos, minutos de libertad.
Algo en mi interior siente que ese día es diferente al resto. Quizás por mi proximidad a la muerte, pero mi corazón tiene un deseo mudo que palpita por todo mi cuerpo. Nuestros miraculous parecen estar de acuerdo con mi deseo porque empiezan a pitar al mismo tiempo. Veo como ella está a punto de retirarse, de despedirse. Se aleja un paso de mí. Se lo impido. Refuerzo el agarre en torno a su muñeca y tiro de ella, aproximándola nuevamente.
Ella averigua lo que quiero, mirándome a los ojos. Quizás porque nos conocemos demasiado o porque ya ha visto el brillo de mis ojos al hacerle esa misma petición, pero lo sabe.
—Tenemos que despedirnos, Chat Noir —afirma, de manera tajante.
Ella no es brusca, pero sí clara. Sin embargo, me resisto a hacerle caso.
—Chat...
El pitido de nuestros miraculous resuena en el aire de manera alarmante. Tanto como la mirada que me dirige en ese momento mi Lady. Rendido, cierro los ojos y la suelto. Los mantengo así. No quiero ver como se marcha. Al sentir una caricia suave y cálida en mi mejilla, los abro, impresionado. Ella pasea suavemente sus dedos por mi piel, de forma cariñosa, acunando mi mejilla con la palma de su mano.
—Gracias —susurra, con una sonrisa sincera, antes de marcharse dando saltos por los tejados.
Yo me quedo allí, parado, incluso cuando mi transformación termina y Plagg vuela frente a mi cara, intentando llamar mi atención. Soy consciente de su presencia, pero soy incapaz de escuchar lo que dice y mucho menos de reaccionar. Yo solo puedo, como un autómata, pasar mi mano por mi mejilla, justo donde estuvo la suya antes. Veo como Plagg se palmea la frente, rendido, en el mismo momento en que una sonrisa tonta reaparece en mi boca.
Definitivamente, soy un idiota carente de sentido común, pero, en este momento, soy estúpidamente feliz.
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Noir, Bleu, Cheveux
FanfictionSin importar a dónde fuera o qué hiciera, sin importar cuánto cambiara, ella siempre sería la extraña chica de las coletas. La del cabello extraordinario. La que siempre hacía bailar el azul y el negro. Serie de microrrelatos y relatos cortos de Mi...