La vie en rose (Primera parte)

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Recorrí los tejados de París presurosamente, recriminándome a mí mismo mi torpeza. No era propio de mí olvidarme de mis cosas, ni hablar de dejármelas atrás. Mucho menos algo tan importante como mi tablet. Allí estaban todas mis tareas y apuntes. Emití un gruñido frustrado antes de saltar al tejado del colegio.


Lo bueno era que ya era tarde, por lo que no quedaría nadie en clase. Si había alguna abeja laboriosa en el panal, estaría en la biblioteca.
Me asomé, desde el tejado, por la ventana. Tenía la intención de descolgarme y colarme por ahí, en lugar de recorrer todo el edificio. Me tuve que esconder al instante, volviendo a mi posición inicial, agazapado. Había una persona en el salón. Gracias a mis perspicaces y maravillosos ojos, había podido registrar su presencia al momento. Estaba de espaldas, pero por sus curvas, resaltadas con aquel vestido blanco estilo Audrey Hepburn, era obvio que era una chica. Y aquel cabello suave y estrellado, recogido en dos coletas, solo podía ser de una persona. Mi princesa, Marinette.


Con mucho cuidado, me asomé nuevamente. Marinette danzaba, con cierta torpeza. Rodeaba el aire con sus brazos, esperando que la guiara.


Gracias al bullicio de la calle, mis propios rezos internos y el bajo volumen del aparato de música, no le había prestado atención hasta el momento a la canción que sonaba. Una versión desconocida de La vie en rose era la banda sonora del baile de mi princesa.


Con mucho cuidado, abrí la ventana y me colé en la habitación. Me senté en el marco, en una postura desenfadada, observándola. No es que yo fuera un acosador ni nada por el estilo, pero ver a Marinette aprender a bailar, con sus pasos torpes, me provocaba un sentimiento de ternura. Sin embargo, cuando temí estar volviéndome uno de estar tanto tiempo ahí parado, me obligué a hablar:


—Es más fácil bailar con una pareja, princesa —sugerí, con una risita socarrona. Se intensificó al ver como Marinette se sobresaltaba, dando un brinco, y se giraba en mi dirección con los ojos abiertos de par en par.
—¡Chat! ¡No me des esos sustos! —exclamó, poniendo los brazos en jarras.


Haciendo caso omiso al reclamo, me levanté de mi asiento y me acerqué a ella. Le tendí una mano, esperando que aceptara.


— ¿Qué? —preguntó, con el ceño fruncido y sin cambiar de posición.
—Déjame enseñarte, princesa.
— ¿En serio? —cuestionó, incrédula y desconfiada.


Reafirmé mi mano tendida, esperando. Esta vez sí la aceptó.
La canción estaba en bucle, así que no sé cuánto tiempo estuvimos bailando. Solo sé que, de forma inconsciente, me sumí en su perfume de lavanda.

Tenía que ser una estampa muy curiosa la nuestra: Una dama con un vestido brillante bailando con un gato callejero. Me sentía como La Dama y el Vagabundo. La burbuja de calma y bienestar era tan agradable que no podía encontrar nada de negativo en ello.

Solo puedo decir que, después de llevar a Marinette a su hogar y separarnos, corrí a mi casa con una sonrisa tonta en la cara. Una que desapareció al llegar a mi habitación y darme cuenta que me había dejado la tablet en clase. Otra vez.


Noir, Bleu, CheveuxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora