¡A jugar!

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Inspiré hondo, disfrutando del aire limpio del parque. Gracias a que era temprano, estaba casi vacío. Me permití pasear tranquilamente, sin pensar en nada en concreto ni dirigirme a un lugar en específico. Solo me limité a disfrutar del entorno pacífico y del perfume húmedo del aire, producto de las lloviznas de la madrugada.

Francamente, estaba tan relajado que ni siquiera era consciente del movimiento instantáneo de mis pies. Si me hubiera sentado, probablemente me hubiera convertido en una masa feliz y blanda. Como una gelatina al sol. Estaba seguro de que tenía una estúpida sonrisa gatuna en la cara, pero no me importaba.

Salí de mi estupor a marchas forzadas debido a el eco de unas voces en la distancia. Meneé la cabeza rápidamente, intentando sacarme de encima la modorra. Busqué a mi alrededor lo que ocurría, encontrándome con la figura de una chica de espaldas. Tenía la piel muy pálida, casi traslúcida, y el efecto parecía aún mayor por su ropa. Vestía un veraniego vestido blanco, con tirantes anchos en los hombros y mucho vuelo en la falda. Llevaba el cabello suelto, por lo que bailaba ligeramente con cada uno de sus movimientos. Era de un negro zafiro precioso. A la luz del sol, recordaba a una noche estrellada. Me habría gustado ver su cara, pero, de todas formas, estaba demasiado lejos como para poder apreciarla bien. Igualmente, algo dentro de mí me decía que había visto un cabello tan único como ese con anterioridad. Sin embargo, no tuve tiempo de hacer la conexión por mí mismo antes de que la respuesta se mostrara ante mí.

Una pequeña niña, muy morena y pelirroja, con el pelo recogido en dos coletas, apareció en la escena. Llevaba una camiseta estampada y unos pesqueros vaqueros, lo que le permitía correr por todo el parque sin problemas. Me vio en la distancia y se acercó a mí a todo tropel, dejando que la muchacha quedara relegada atrás.

—¡Adrien! —exclamó la niña con su voz aguda, saltando directamente a mis brazos.

—¡Manón! —respondí yo, reconociéndola y asegurando el apurado abrazo—. ¡Cuánto tiempo! ¿Qué haces aquí?

—He venido con Marinette a jugar.

—¿Marinette? —pregunté con sorpresa, alzando la vista.

—¡Manón! ¿¡Cuántas veces te he dicho que no salgas corriendo así sin más!? —reclamó la muchacha del vestido blanco a gritos, mientras se acercaba al trote hacia nosotros.

En ese momento, viendo sus mejillas sonrojadas y sus cristalinos ojos azules, la reconocí.

—Vi a Adrien. No podía no acercarme —contestó ella cuando Marinette estuvo lo suficientemente cerca, apretando el agarre en torno a mi cuello.

— ¿Adrien? —cuestionó sin entender, hasta que dirigió su mirada hacia mí.

Al ver cómo sus ojos se abrían de par en par, perplejos, y como abría y cerraba la boca sin saber qué decir, estuve a punto de reírme. Sí, definitivamente esa era Marinette.

—¡V-vaya, Ad-drien! —saludó nerviosa—. N-no me había d-dado cuenta de que... B-bueno, de que estabas aquí.

—Hola, Marinette —respondí el saludo con una sonrisa, intentando que se relajara.

—Adrien, ¡vamos a jugar! —pidió Marón, tirando del cuello de mi camisa para llamar mi atención.

—¡Marón! No puedes ir exigiéndole cosas a la gente así por qué sí —la regañó Marinette con el ceño fruncido y los brazos en jarras.

—No te preocupes, no me importa —la disculpé, dejando a la niña en el suelo—. ¿A qué quieres jugar?

—¡A la trinca(1)!

Sin mediar palabra, salió corriendo. Había que admitir que, para ser tan pequeña, sus zancadas eran enormes y sus pasos rápidos. No tardó en perderse en la distancia.

—¿Se supone que yo la llevo? —pregunté divertido.

—Supongo —susurró Marinette en respuesta, encogiéndose de hombros y rascándose disimuladamente la nuca.

—¿Y a qué esperas?

Marinette me miró confusa, sin comprender.

—Tú también juegas, ¿no?

No le hacía falta hablar para saber la frase que ella tenía en la punta de la lengua. Era como si su cara estuviera diciendo a gritos: «¿En serio?». Sin embargo, al ver en mi cara, que tenía una sonrisa traviesa de oreja a oreja, que no bromeaba, echó a correr. Me reí bajito, divertido por su reacción. Conté hasta diez antes de empezar la persecución.

¿Quién me iba a decir que a mis catorce años iba a disfrutar de una tarde de juegos cómo había deseado desde los seis?

¿Quién me iba a decir que a mis catorce años iba a disfrutar de una tarde de juegos cómo había deseado desde los seis?

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¡Hola a todos! Espero que este pequeño relato os haya gustado. Ya sé que es cortito, pero se me ocurrió la idea al escuchar la canción de Marmalade Boy y... En fin, salió esto xD.

Trinca (1): Es un juego de persecución. Básicamente como el pilla-pilla. 

Por cierto, este es el estado gelatinoso en el que casi entra Adrien xD. 

 

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Noir, Bleu, CheveuxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora