Sin importar a dónde fuera o qué hiciera, sin importar cuánto cambiara, ella siempre sería la extraña chica de las coletas. La del cabello extraordinario. La que siempre hacía bailar el azul y el negro.
Serie de microrrelatos y relatos cortos de Mi...
Por la esperanza del mañana sacrificamos el hoy, sin embargo la felicidad siempre está en el ahora.
Jiddu Krishnamurti
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Hay momentos en los que lo más importante es permitirse volar y tocar el cielo, olvidarse completamente de las obligaciones impuestas y permitirse ser uno mismo.
Para mí, era imposible no sentirme así cada noche, cuando recorría las calles de París como un gato callejero. No pertenecía ni le debía cuentas a nadie; solo a mí mismo.
No importaba en qué circunstancias estuviera como Adrien Agreste, porque como Chat Noir era libre. Era curioso como ambos podíamos estar bajo el mismo cielo, pero vivíamos nuestra existencia bajo él de una forma completamente diferente.
Sabía que la gente me escucharía, pero eso no me detuvo a emitir un grito de júbilo cuando me lancé en picado desde uno de los rascacielos del distrito de Finanzas y Negocios de París, La Défense. Era una locura lanzarse desde semejante altura, pero eso era lo que lo hacía tan vigorizante, tan vivo. Estaba tan alejado de la fría e inhumana seguridad de mi habitación que suponía un verdadero alivio.
El aire golpeaba mi cara con tal fuerza que dolía. Mantenía los ojos abiertos por inercia, más que por deseo propio. Sin embargo, todo era una visión borrosa a mi alrededor. Lo único que se veía con claridad era el suelo. Cuando estaba a varias plantas de distancia de lo que parecía una muerte inminente, utilicé mi arma para que se anclara a la terraza de un edificio vecino de diez plantas y me llevara hasta él. Se había encajado contra la malla metálica de seguridad que rodeaba el techo, así que salté sobre la barra antes de que se encogiera del todo y aterricé encima de la malla.
Sin aliento, brinqué al suelo de gravilla de la terraza y me tiré boca arriba, mirando el cielo. Me faltaba el aire, ni siquiera podía pensar con claridad. Sin embargo, no cambiaría esa sensación llena de adrenalina por nada del mundo. Por sentimientos así era que, probablemente, consentía tanto a Plagg. Se suponía que solo debíamos transformarnos en situaciones de emergencia, pero él hacía la vista gorda y se esforzaba para que yo tuviera esos minutos de libertad.
Mirando el cielo plagado de estrellas, con una preciosa luna sonriente en medio, no pude evitar pensar en ella; en mi Lady. Su cabello brillaba exactamente igual que el cielo nocturno de aquella noche estrellada. La rodeaba el mismo ambiente: tan enigmático, tan secreto, tan atrayente. Su compañía en una noche de correrías como esa habría sido perfecta, la guinda del pastel. Sin embargo, sabía que era imposible. Más que nada porque me habría echado una bronca de mil demonios si descubriera que estaba utilizando mis poderes para mi propio placer y no para ayudar a la sociedad. Sonreí, recordando con humor como ponía los ojos en blanco para luego fruncir el ceño por esas cosas.
De repente, una figura grácil cruzó el cielo nocturno, posándose grácilmente sobre la Luna. Pestañeé, sorprendido. La busqué con la mirada, pero la sombra ya había desaparecido. Me erguí por instinto, buscando alguna señal de que no había sido una ilusión, porque ese cuerpo me era demasiado familiar. Sin embargo, no encontré nada.
Me recosté de nuevo, bufando molesto. Mis ansias habían sido tan fuertes que ya estaba soñando despierto. Ser consciente de eso me desinfló, eliminando cualquier rastro de adrenalina en mí. Sin embargo, el deseo seguía latiendo en mi interior, tan fuerte como había sido antes la adrenalina. Ansiaba verla, aunque fuera un solo segundo. Sabía lo que me sucedería cuando cruzara miradas con ella. Un rayo me partiría en dos solo con eso, deteniendo durante un segundo mi corazón y arrebatándome el aliento. Tener esos sentimientos por ella, que habían nacido más por el deseo de Cupido que por los míos propios, sin elección ninguna, ¿sería el primer indicio? ¿Sería amor?
Una de las ventajas de no ser feliz es que se puede desear la felicidad.
Miguel de Unamuno
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Una frase para empezar y otra para terminar. Las dos me gustaron tanto que no pude contenerme, las puse ambas xD. Bueno, ¿qué os ha parecido? Romance tiene poco, pero me gusta jugar con el deseo irrefrenable de Adrien de ser libre, porque me parece un precioso gatito encerrado en una jaula de oro.
No sé si me seguís en Twitter, pero la verdad es que estos días he estado de viaje y no ha podido publicar nada. Este es un relato breve, pero teniendo en cuenta las circunstancias... Os invito a seguirme en Twitter para que podáis enteraros de cuando surjan esta clase de cosas.
Bueno, pues esto es todo. Con esto y un bizcocho, ¡nos leemos en el próximo capítulo!
Por cierto, ¿creéis que lo que vio Chat fue un sueño, una ilusión o realidad?