Cornflower

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En medio de la noche, podía ver las luces de su habitación encendidas a través de las ventanas. ¿Era extraño sentirse atraído hacia esa luz como una polilla? Se suponía que era un gato, debería de sentirse atraído hacia la luna y las estrellas, no hacia las luces artificiales. No se suponía que él fuera un barco y la habitación de Marinette su faro. Y como siguiera distrayéndose, acabaría estrellándose. Concretamente contra la pared de ladrillo de su casa.

Trepó a la farola que estaba en su calle, prácticamente bajo su ventana, y pudo adivinar la figura de Marinette a través de ella. No estaba lo suficientemente cerca ni en un ángulo óptimo para verla con claridad, pero estaba segura de que se trataba de su princesa. Aunque había ido a verla a propósito, aún le costaba entender le fuerte atracción que lo llevaba hasta ella.

Sin poder evitarlo, recordó sus brillantes e inteligentes ojos azules; su cabello negro, tan brillante como el cielo espléndidamente estrellado de aquella noche; y su piel perlada, tan pálida como la misma luna. Quizás su instinto de gato no estaba fallando del todo y realmente se sentía atraído por el blanco satélite y las estrellas. Porque Marinette era su cielo.

Inspiró hondo, armándose de valor y sujetando con cuidado la carga que tenía entre sus manos. Indeciso, estuvo a punto de dar media vuelta y marcharse en la oscuridad de la noche, cuando vio a Marinette salir al balcón y apoyarse en la barandilla de metal. Tenía que hacerlo.

Tomando impulso con sus piernas, saltó, cayendo en pie sobre la barandilla y logrando que Marinette se asustara, pegando un brinco.

— ¿¡Pero qué...!? —empezó a preguntar Marinette, sorprendida, pero Chat le tapó la boca con un dedo para evitar que subiera la voz y llamara la atención de sus padres.

Si sus padres lo veían allí, eran capaces de coger el rodillo de cocina y molerlo a palos. Bueno, quizás no quisieran matarlo y no sacrificarían su rodillo en el proceso. Pero seguro que les habían quedado barras de pan duro para atizarle en toda la cabeza.

— ¡Chat! —musitó Marinette con el ceño fruncido, apartando mi mano de su boca—. Me has asustado, ¿se puede saber qué haces aquí?

— ¿Necesito una razón para venir a verte, mi princesa? —preguntó el gato usando su tono más seductor.

Sin embargo, solo consiguió que Marinette se cruzara de brazos y alzara una ceja, observándolo suspicaz. En respuesta, Chat únicamente pudo resoplar.

— ¡Está bien! Quizás he venido por otra razón... —rezongó Chat, sentándose en la valla.

— ¿Y esa razón es? —interrogó Marinette, apoyándose a mi lado.

Sin encontrar las palabras oportunas, simplemente le tendió la flor que tenía en mi mano. Lo ideal quizás habría sido traer un ramo, pero temió que fuera demasiado obvio con algo tan..., llamativo.

— ¡Oh! —exclamó Marinette, sorprendida—. ¿Y esto? ¿Es para mí?

Chat se limitó a asentir, con una vergüenza anormal en él. No era la primera vez que le entregaba flores a alguien pero, por alguna extraña razón, se sentía como que nunca antes hubiera hecho algo como eso.

Marinette, con una divertida sonrisa que intentaba por todos los medios contener, tomó la flor entre sus manos y la acercó a su rostro para comprobar su aroma. El perfume sutil y elegante del aciano pegaba perfectamente con su atractivo color azul.

—Gracias —agradeció Marinette, maravillada por la flor—. Pero, ¿por qué?

Chat la observó, y le pareció encantadora la estampa que se presentaba frente a sus ojos. Los ojos de Marinette adquirieron un ligero tono añil con el reflejo de las flores.

— ¿Te comió la lengua el gato? —cuestionó Marinette en broma ante el extraño silencio del gato, ganándose una malhumorada mirada de Chat.

—No suelo morderme la lengua, gracias por tu interés —contestó, lanzándole una mirada altiva—. Simplemente me di cuenta de que..., jamás te había dado las gracias.

— ¿Por qué? —volvió a preguntar Marinette, sintiendo que tenía que sacarle las palabras a Chat con cucharilla, algo raro en él.

Aunque Marinette intuía por los derroteros que iban los pensamientos de Chat, quería que los dijera él mismo, con su propia boca, con la pillería que le era tan conocida.

—Por todas las veces en las que me has ayudado desde que te conocí —admitió al fin, fijando sus ojos verdes en los azules de ella.

—Un agradecimiento por salvarte.

—Ayudarme —recalcó Chat, logrando que Marinette riera.

Al comprobar cómo, incluso con esa escasa luz, podía ver las mejillas de Chat sonrojarse, decidió dejar el tema correr. Admiró la flor entre sus manos, encantada por lo que ella misma sabía y decidida a que sería un secreto por el momento. El hecho de que los acianos fueran conocidos como talismanes del amor, ideales para transmitir los sentimientos puros de los corazones tímidos y atraer el amor hacia ellos, era más que suficiente.

Con una sonrisa traviesa y enternecida, una que Chat fue incapaz de descifrar en ese momento pero que igualmente le maravillo, Marinette dijo:

—De verdad, gracias Chat. 

Y besó con cuidado uno de los pétalos de la flor, deseando que llegara el momento de poder besarle a él. 


¡Hola a todos, lindas flores! 

Ha pasado un tiempo desde que escribí algo en esta colección, ¿verdad? Ha sido un relatito corto, lo sé, pero realmente ha sido un pequeño regalo para @DragoViking, que sé que se quedó con con ganas de Marichat después de Sin Aire. No sé si algún otro lector le pasó lo mismo jajajaja.

Os dejo una foto de un aciano que creo que os gustará.

En fin, con esto y un bizcocho, ¡nos leemos pronto!  

En fin, con esto y un bizcocho, ¡nos leemos pronto!  

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Noir, Bleu, CheveuxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora