Mi pasado no consistía en una pesadilla de tétrica película de terror. No me iba a convertir en un apático que había desconectado su inteligencia emocional ni en un psicótico sociópata. No iba a ser como Hawk Moth. Tampoco iba a ser como mi padre. No, mis traumas no llegaban a ese punto. Yo mismo me había encargado de guarecer bien mi corazón ante los ataques que pudiera suponer mi pasado en mí.
Mi vida se parecía más a esas películas dramáticas que mi madre detestaba, pero que siempre veía. Las detestaba porque la ponían triste, pero siempre las acababa viendo, hecha un mar de lágrimas. Aún recordaba su llantina cuando le dio por hacer un maratón de Marco, una de las series de su infancia. En mi mente permanecía el recuerdo de la risa de mi padre al verla envuelta en una manta, abrazándome como a un peluche con sus manos temblorosas, mientras lloraba como una niña pequeña. Quizás, lo que más me dolía de todo esto es que, con la muerte de mi madre, no solo la había perdido a ella, si no a ambos. Era huérfano. Lo era desde que mi padre se había convertido en un zombi sin sentimientos.
Paseé por los tejados de París como el silencioso gato que era. La luna llena me iluminaba. La luz era tan fuerte que, si en lugar de ser Chat Noir fuera Chien Noir*, estaría aullándole a la luna como un loco. Una conocida música llamó mi atención. Aumenté mi velocidad, atravesando las calles desde los aires con facilidad. Según avanzaba, la música se iba haciendo más fuerte, aumentaba el sonido de las voces, el olor al césped y la balada suave del viento entre las hojas de los árboles.
Me encaramé en la azotea de un edificio cuando, a mis pies, vi un parque. Estaba lleno de sillas, con personas de todas las edades sentadas en ellas. Desde allí podía saber con facilidad los grupos que había con amigos, los que había en familia. El parque no era muy grande, así que no habría más de cien personas. Sin embargo, un ambiente cálido rezumaba de aquel espacio tan pequeño, pese a estar al aire libre. Era hogareño y acogedor. Todas las sillas estafan enfocadas al frente, donde una gran tela blanca estaba colgada en la pared de ladrillo rojizo del edificio colindante al parque. Como sospechaba, la película Marco de 1999 era la que estaba expuesta, lo que explicaba que la música me llegara con tanta facilidad pese a la distancia. Sin embargo, me sorprendió encontrarme con aquel cine al aire libre.
Sin saber el porqué, me acomodé en aquella terraza, dejando que mis piernas colgaran en el aire. Quizás por la fuerza de la nostalgia o porque la luna llena me hacía hacer cosas raras. No me lo planteé demasiado.
Un repentino toque en mi hombro me sobresaltó. Tanto, que casi me caigo del muro. Solo mis instintos de gato lo impidieron. Estaba tan concentrado en la película que me había desentendido de mi entorno. Miré al intruso, encontrándome una sorpresa. Mi adorada Ladybug me miraba desde la altura que le daba estar de pie, con una sonrisa burlona.
― ¿Asustado, gatito?
― ¿Mi Lady? ―pregunté, demasiado pasmado por su presencia como para responder a su broma―. ¿Qué haces aquí?
―Me dio por dar un paseo ―respondió, encogiéndose de hombros―. De milagro encontré esto ―Con esas palabras se acomodó a mi lado.
No sé por qué, repentinamente empecé a ponerme nervioso. Quizás porque el calor de su brazo se pasaba al mío de lo cerca que estábamos. Agradecí como nunca que las mariquitas no vieran la misma gama de colores que los humanos. En ese momento debía parecer un fósforo* con patas.
Vimos el resto de la película prácticamente en silencio. Solo soltamos algún comentario lastimero ante la vida del pobre Marco, pero estábamos demasiado atentos a la historia como para desviarnos en cualquier conversación. Al menos, yo lo estaba. Esas escenas me recordaban demasiadas cosas. Me recordaban el amor que le tenía a mi madre; a las tardes que pasábamos juntos, desde compartiendo juegos a ver simplemente series y películas abrigados en mi cama. Todos habían sido recuerdos felices, hasta que se había ido. Ahora estaban impregnados de tristeza por cada esquina, cada recoveco.
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Noir, Bleu, Cheveux
FanficSin importar a dónde fuera o qué hiciera, sin importar cuánto cambiara, ella siempre sería la extraña chica de las coletas. La del cabello extraordinario. La que siempre hacía bailar el azul y el negro. Serie de microrrelatos y relatos cortos de Mi...