Supongo que es imposible que todo salga bien. Aún con esa reflexión en mi mente, detesto esta sensación. Hace que me arda la piel de puro coraje al saber que, incluso después de poner todo mi esfuerzo en que algo funcione, la realidad choca indudablemente contra mí de forma brutal.
Me duele la forma en que la frustración me corroe mientras observo cómo mi padre me da la espalda y desaparece por el pasillo, sin mirar atrás ni una simple vez; me escuece la mirada compasiva de Nathalie clavada en mi nuca; y me agota darme cuenta de que ya debería estar acostumbrado a que, entre mi padre y yo, las cosas terminen así. No importa lo mucho que me esfuerce, jamás recibiré de él más que una pétrea mirada de análisis. Buscar cariño de una persona así es una cruzada imposible, sin importar las estrategias que arme ni el esfuerzo que ponga en cada una de mis batallas.
Siendo ya un adolescente, no un niño de mamá, debería habérseme hecho ya clara esa idea. Debería de dejar de esperar atención de una persona que nunca me la va a dar. Tendría que dejar de permitir que mi corazón se encoja al ver cómo mi padre me trata más como un empleado que como a su hijo.
Salgo de mi casa, olvidándome por completo de Nathalie y de su mirada preocupada. No me dice nada, pero puedo sentir como sus ojos me siguen. Casi puedo escuchar como su mente vacila, preguntándose a cuál de los dos Agreste debe seguir. Para facilitar su decisión, acelero mis pasos, alejándome de ella. La obligación hace mella en ella, una característica que parece que esa casa saca a relucir en sus habitantes de sobremanera, y se va tras mi padre.
Salgo al frío de la calle, sorprendiéndome de la humedad del aire. Observo el cielo y descubro que los primeros copos de nieve están cayendo. Suspiro, al pensar en tener una blanca Navidad. Miro a mi espalda, observando la forma en que la nieve comienza a acumularse en el tejado de la mansión. Siempre me ha gustado la nieve, principalmente en estas fiestas, pero en esta ocasión solo consigue entristecerme aún más. No es que siga esperando seguir el ejemplo de las películas navideñas y ponerme a armar muñecos de nieve y batallas de bolas de nieve, pero sí me gustaría compartir algo más...
Me encuentro con un enorme charco helado en el medio de la calle. Me invade el deseo de saltar sobre él, sin importarme remotamente lo cara que sea la ropa que estoy llevando, pero me detengo al escuchar la voz de mi padre en mi cabeza: « ¿Hasta cuándo vas a seguir preocupándote por estas tonterías? ¿Navidad? Eso es solo una tontería para entretener a las masas. Nosotros estamos demasiado ocupados para perder el tiempo en semejante estupidez.» Sí, esas habían sido sus palabras ante la simple e inocente pregunta de si celebrarían las fiestas este año. En respuesta, su padre lo había llamado niño y le había organizado todo un programa de modelaje y sesiones de fotos durante las vacaciones. Estaría solo este año. Ni siquiera Nathalie podría acompañarme.
— ¿Adrien? —pregunta Plagg con una timidez extraña en él, saliendo del bolsillo interior de mi abrigo—. ¿Te encuentras bien?
La voz de mi padre sigue resonando como un extraño eco en mi cabeza, lo que consigue que tuerza aún más el gesto y que Plagg me mire aún más preocupado.
Con el ardor en el pecho aún latente, me desprendo totalmente de las limitaciones y me lanzo. La quietud del agua desaparece y salpico todo a mí alrededor. Plagg me observa con los ojos como platos. Le sonrío ladinamente, entretenido por mi acto de rebeldía infantil.
— ¿Vamos de paseo? —le invito con ademán juguetón.
No sé quién está más sorprendido con mi actitud, si Plagg o yo. Solo dejo que mi lado travieso salga a la luz cuando soy Chat Noir. Ante una situación así, si continúo como Adrien, generalmente me sumerjo en mi soledad y en mi melancolía hasta que soy capaz de recomponerme. Pero estoy cansado. No quiero permanecer en esa casa, ni quiero aislarme.
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Noir, Bleu, Cheveux
FanfictionSin importar a dónde fuera o qué hiciera, sin importar cuánto cambiara, ella siempre sería la extraña chica de las coletas. La del cabello extraordinario. La que siempre hacía bailar el azul y el negro. Serie de microrrelatos y relatos cortos de Mi...