Sentimientos incomprensibles

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Sin saber muy bien el porqué, cuando las manos de Marinette rodearon mi cuello, me ruboricé como un niño inocente. Normalmente, como Adrien, simplemente me contenía aunque los comentarios de Chat Noir resonaran en mi cabeza. Sin embargo, esa vez, con los dedos de Marinnete tocándome, me quedé en blanco. Estaba seguro de que, si intentaba hablar, tartamudearía. Apreté bien la mandíbula, negándome a que algo así pasara.

Después de ajustarme correctamente la corbata granate sobre el cuello de la camisa negra, se apartó de mí. Me tendió la americana azabache y me ayudó a ponérmela. El roce era mínimo, pero lo sentía como ondas de agua. El mínimo contacto parecía provocar oleadas de electricidad por todo mi cuerpo. Después, paseó un cepillo rápidamente por encima, permitiéndome un momento para intentar organizar mis pensamientos.

— ¡Marinnette! —gritó Alya desde la otra punta del parque—. ¡Te necesitamos aquí!

— ¡Voy! —exclamó Marinnette en respuesta.

Me echó un vistazo rápido, antes de sonreírme nerviosamente, de oreja a oreja. Me hizo una seña en dirección a Alya y Nathanaël, que estaban juntos en un banco mirando algo en la tablet del chico. Parecía estar a punto de decir algo, pero se marchó rápidamente sin decir palabra. Un segundo después ya tenía a Chloé colgada de mi brazo.

—Adrien, querido, ¡estás absolutamente maravilloso! —vociferó, afianzando aún más su presa en torno a mí—. Lo que es una sorpresa, teniendo en cuenta que lo ha diseñado Marinette. Aunque claro, tú estás magnífico con cualquier cosa. ¡Solo pensar lo increíble que estarías si hubieran elegido mi diseño! Estos incultos paletos no saben lo que es el verdadero talento.

Rodé los ojos, desentendiéndome de la verborrea de Chloé por completo.

El Ayuntamiento de París había organizado un concurso de fotografía en el que podían participar todos los institutos de la ciudad. Las únicas normas eran que el proyecto, el álbum fotográfico, tenía que contar con la participación de toda la clase y la supervisión del tutor. Como premio, el grupo ganador podía irse de excursión, durante un fin de semana, a la ciudad francesa que eligiera.

El tema era libre, así que la clase había decidido enfocarlo en la sobriedad parisina. Me habían elegido, por unanimidad, como el modelo para la sesión fotográfica. Gracias a Dios, también habían decidido que sería el único en aparecer frente a las cámaras. La idea de posar con Chloé a mi vera no me era nada grata.

Desvié mi vista hacia Nathanaël, que se encargaba de la dirección artística. Estaba junto a Alya y a Marinnette. Los tres estaban en sentados en el banco, observando algo que Nathanaël señalaba y haciendo comentarios, con el chico en el centro. Ante un grito de Nino, Alya se levantó, con la cámara en mano, dejándolos solos.

Probablemente solo fueron imaginaciones mías, pero juraría que Nathanaël se acercó aún más a Marinnette en ese momento. El recuerdo de que se había convertido en Evillustrator por sus sentimientos hacia ella no hacía más que reafirmar esa idea. Al ver cómo, sin venir a cuento, él le peinaba su fleco turmalina, apartándolo de su frente, una presión incómoda se formó en mi garganta. Al ver que ella sonreía, sin intención de apartarle, el malestar creció. Apuntalé mis pies en el suelo, oprimiendo cualquier impulso de salir corriendo hacia allí, sabiendo que no tenía ningún derecho ni razón para hacer algo así. Miré en otra dirección, incómodo y confuso conmigo mismo por los desagradables sentimientos que bullían en mi interior. El repentino tirón de Chloé en mi brazo me hizo salir de mi trance.

—Adrien, ¿estás bien? —preguntó, con el ceño fruncido—. Tienes toda la cara sonrojada y estás sudando, querido —apuntó, sacando un pañuelo de su bolso y pasándolo por mi frente—. Ya sabía yo que la incompetente de Marienette no podía hacer nada bien. Mira que hacerte vestir así, ¡debes estar pasando un calor horrible!

Como excusa podía valer, si hiciera un sol de justicia. Sin embargo, para mostrar el aire taciturno de París, habíamos escogido un día nublado y frío. Hasta se estaban replanteando conseguir hielo seco y ventiladores para simular la niebla. Inspiré profundamente, incómodo, en lugar de responderle a Chloé. ¿Qué le iba a decir? ¿Qué no entendía por qué estaba tan acalorado? ¿Por qué mirar a Marinette y a Nathanaël juntos me hacía sentir así?

Lancé la vista al cielo encapotado, casi como una plegaria silenciosa, pidiendo: «por favor, que alguien me lo explique».

Noir, Bleu, CheveuxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora