Grita

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Segunda parte
Marinette POV


Iba tarareando por la calle, sin inmutarme por las gotas que me humedecían el rostro. Solo estaba serenando. La canción la había aprendido en la clase optativa de idiomas. Mientras que inglés era una asignatura obligatoria, nos daban a elegir entre alemán y español como segundo idioma. Por similitud, opté por la segunda opción. Era una pena que Adrien estuviera en alemán con la insoportable de Chloé. Suspiré sin poder evitarlo.

No sé en qué momento empecé a cantar apropiadamente la canción, dentro de mis meditaciones, pero sí cuando la interrumpí. No muy lejos de mí, se dejó oír un ruido sordo, como de un peso al caer al suelo, y el irritante chirrido de algo afilado arañando la piedra. Fue muy similar a arrastrar las uñas por la pizarra. Me estremecí. El sonido provenía del sendero pedregoso que bordeaba el río, unas escaleras más abajo del camino por el que yo iba.

Intentando mantener la compostura, volví a cantar, tratando de insuflarme fuerzas. Me temblaba un poco la voz, pero me obligué a mí misma a olvidarme de eso. Comencé a caminar en esa dirección, buscando alongarme al límite de la calle antes de decidir si debía bajar o no. Cuando llegué a ese punto, una fuerte respiración, un jadeo rasposo, llegó a mis oídos. Puse mala cara, un poco asustada, pero no me alejé.

Por fin, me acerqué lo suficiente como para ver lo que estaba ocurriendo debajo.

— ¡Chat Noir! —exclamé, sumida en el pánico.

El atolondrado gato que luchaba a mi lado en todas nuestras aventuras, con una sonrisa traviesa siempre en la cara, estaba tirado en el suelo como un muñeco desmadejado. Pálido como la muerte, respiraba de forma entrecortada.

Recompuesta de la impresión, me erguí como pude y salí corriendo hacia las escaleras, que comunicaban la calle con el sendero pedregoso, descendiendo los escalones de dos en dos. Estuve a punto de caerme de bruces un par de veces, pero no me importó. Lo único que estaba en mi mente en ese momento era Chat Noir.

Llegué a su posición. Me arrodillé junto a su cabeza con tal fuerza y rapidez que la tela de mis pantalones me arañó las rodillas. Haciendo caso omiso al dolor, toqué su rostro con las manos.

— ¡Chat Noir! ¡CHAT NOIR! ¿¡Estás bien!? ¿¡Puedes oírme!?

No quería zarandearle, por miedo a que tuviera algo roto, aunque no lo parecía. Comprobé su respiración y su pulso. Ambos estaban agitados e inestables. Me mordí el labio, sin saber qué hacer. Acaricié sus mejillas con más fuerza de la necesaria, apartando los rastros de agua de su piel y dejando ligeras marcas rojas tras mis dedos.

— ¿Qué puedo hacer? —me pregunté a mí misma, nerviosa.

Lo más lógico sería llevarlo a un médico, pero eso pondría en riesgo su seguridad. De igual manera, para eso tendría que llevarle hasta allí. Evaluando lo que él podría pesar como peso muerto y la escasa fuerza que tenía siendo Marinette, era imposible.

Miré al puente de soslayo. Allí, al menos, podría protegerle de la lluvia. Sin embargo, tendría que arrastrarle, al menos, cincuenta metros para poder lograrlo.

Le tomé de las manos, dispuesta a levantarme y tirar de él como buenamente pudiera, cuando él se movió. Me quedé quieta, arrodillada en el suelo, mientras él se revolvía y luchaba por abrir los ojos.

—Chat Noir, ¿estás bien?

Era una pregunta estúpida. Era obvio que no lo estaba, pero me encontraba tan nerviosa que fue lo único que pasó por mi mente. Chat Noir tenía la vista nublada y parecía que le costaba un enorme esfuerzo concentrarse. Estuvimos varios minutos en silencio, mientras él terminaba de recobrar mínimamente el sentido.

— ¿Princesa? —cuestionó, con voz rasgada y grave. Tragó fuertemente después de hablar, como si le supusiera un gran esfuerzo—. ¿Qué haces aquí?

—Estaba paseando y te encontré aquí tirado. ¿Qué ha pasado? ¿Te ha atacado algún akuma?

Él negó repetidas veces con la cabeza, con un amago de sonrisa temblorosa, aunque lo hizo tan lentamente que sus esfuerzos de no preocuparme fueron en vano.

—Solo han sido...—comenzó a decir, haciendo una pausa para tomar aire, sonoramente—, problemas personales. No tienes que preocuparte, princesa.

Era una petición muy difícil de cumplir, cuando lo tenía a mi lado, tirado en el suelo, casi sin voz y con posibles vestigios de fiebre.

— ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Hay algún médico fiable que te pueda atender?

Chat Noir negó nuevamente con la cabeza.

—Tu innata preocupación por mí es más que suficiente para recomponer a un gato callejero, princesa —comentó, con una sonrisa pícara. Como le había sucedido antes, estaba tan débil que apenas logró el efecto que deseaba.

— ¿Entonces? No puedo dejarte aquí tirado.

Chat Noir pareció meditar durante un segundo, antes de volver a hablar. No quería forzarle a hacerlo, realmente. Su voz sonaba peor cada vez que abría la boca y era alarmante. Sin embargo, tenía que hacer algo por él.

—La que cantaba antes... Princesa, ¿eras tú?

La pregunta me tomó por sorpresa.

—Antes estaba cantando, sí —respondí sin entender—. ¿Por qué?

— ¿Podrías volver a hacerlo?

—Pero deberíamos... —Chat Noir me cortó a mitad de la frase, apretando el agarre de nuestras manos, que permanecían entrelazadas de mi anterior intento de llevarle bajo la protección del puente.

—Por favor —la voz se le rompió al final y comenzó a toser.

Chat Noir no era una persona que mostrara sus debilidades fácilmente, tampoco era de los que caían sin luchar. Siempre se levantaba nuevamente. Aunque no tenía problemas en pedir ayuda, en todo momento trataba de equilibrar la balanza con su propia fuerza. Verle así me resultaba desconcertante y descorazonador. Sobre todo porque, a diferencia de nuestras luchas contra los akumas, sabía que esa vez no podía protegerle. Los fantasmas que le perseguían estaban muy lejos como para poder ser batallados por mí.

Me moví un poco, soltando el agarre de una de mis manos para poder acomodar su cabeza en mi regazo. Me incliné sobre él, intentando que la mayor parte de la lluvia impactara sobre mi cabeza en lugar de la suya. Empecé a cantar, acariciando su pelo suavemente en el proceso.

Estuvimos así mucho tiempo, sumidos en una burbuja que comenzamos a construir sin darnos cuenta. La enfermedad pareció esfumarse del cuerpo de Chat Noir con el mismo ritmo que se detenía la lluvia sobre nosotros. Al final, estábamos allí, empapados bajo un cielo lleno de esponjosas nubes que parecía que no tardarían en evaporarse.

Chat Noir apretó la mano que mantenía sobre su pecho con las dos suyas. Podía sentir los latidos de su corazón bajo la piel, latiendo sereno y con fuerza. Le miré a los ojos. Aunque seguían enrojecidos, por fin había desaparecido la espesura provocada por el padecimiento. Me sonrió, esta vez de verdad. Era una enorme y preciosa sonrisa, muy sincera.

—Gracias, princesa.

Yo, sin palabras y repentinamente avergonzada, simplemente le devolví la sonrisa.

— ¿Sabías que tu pelo tiene reflejos violetas cuando está mojado? —comentó en forma de pregunta, retomando su sonrisa coqueta.

Alcé los ojos al cielo, aunque no pude evitar que mi expresión se relajara. Volvía a ser el gatito atolondrado de siempre. 


Noir, Bleu, CheveuxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora