Capítulo 2| Un viaje a Los Ángeles

67.3K 4.1K 1.4K
                                    

Si no me sentía psicológicamente preparada para un cambio de ciudad, mucho menos para uno de país. Un internado. Esa es la clase de momentos donde digo: vaya mierda, nada puede salir peor.

Por otra parte, he de admitir que lo que me dijeron mis padres antes de ir a dormir, que era una niña consentida y caprichosa, es cierto, aunque depende desde que punto lo mires. Ya que mis padres no podían hacerse cargo de mí pensaban que lo mejor sería regalarme todo lo que quisiera. Un gran error. Al principio me agradaba la situación, pero conforme fui creciendo comencé a dejar sus regalos de lado. Ya no me interesaban.

Con mi actitud gano la atención de mis padres en ocasiones, cuando los llaman de la comisaría o del colegio. Pero jamás es suficiente, nunca será suficiente. Un niño necesita a sus padres. En mi caso, una inmadura adolescente que necesita a sus padres. Pero bueno, eso jamás lo admitiré en voz alta.

Me veo siento arrastra de los brazos de Morfeo y traída a la realidad de forma aplastante, mientras me remuevo en las cómodas mantas emitiendo un gruñido.

— ¡Dylan Camila! Despierta, holgazana. Debes ir al aeropuerto. ¡Despierta! —los llamados bruscos y ruidosos de mi madre no cesan.

Suelto un gruñido abriendo uno de mis ojos. La luz que se cuela por las ventanas dejaría ciego a un águila, necesito cortinas. Aunque, si tengo en cuenta que me mudaré, quizá no las necesito tanto.

Me incorporo en la cama refregando mi ojo derecho.

—Mamá, pero qué cuidadosa, me despertaste tan suavemente que creo que quedé sorda —expreso con sarcasmo, mi voz sale rasposa. Sin decir más me dejo caer en la cama llevando las mantas hasta por encima de mi cabeza. Me cubro por completo.

—Ay, Dylan, tú nunca cambias. Es hora de que te vayas despertando o perderás el avión. —Su voz se hace más fastidiosa que de costumbre, sin embargo, para mí todas las voces a las que se le ocurran despertarme antes de medio día son fastidiosas.

—Cinco minutos más —ruego.

Al no escuchar su respuesta mis músculos se destensan, pues tal vez se ha apiadado de mí y me permitió conciliar el sueño de nuevo. No obstante, lo siguiente que logro percibir es cómo mi cuerpo se ve apartado de la cómoda cama en un brusco movimiento, de inmediato caigo por inercia hacia el frío suelo.

— ¿Mamá, no podías ser más cuidadosa, cierto? —manifiesto con notable ironía. Aparto un par de mechones castaños que han caído por mi rostro cuando me pongo de pie con pereza.

—Levántate ya, vamos rápido al cuarto de baño, señorita.

Durante un par de segundos observo mi cama deshecha, esta parece tener un poder magnético que me atrae: «ven, vuelve», «sabes que quieres estar conmigo», «solo cinco minutos más». Niego removiendo mi cabello. Ya estoy imaginando cosas, se nota que solo he dormido diez horas.

Me pongo mis pantuflas y me dirijo como un zombie del apocalipsis en dirección al baño. Una vez higienizada me visto con un jersey de fútbol americano de unas dos tallas más grande. Adoro ese deporte, además de jugarlo genial. Cuando estaba con mi hermano y su mejor amigo siempre practicábamos en ratos libres, no es por presumir, pero le he ganado a la mayoría de los chicos que van a mis antiguos institutos. No soy tan buena en los estudios, pero cuando me esfuerzo para que los profesores se traguen sus palabras obtengo calificaciones pasables. Sin embargo, lo mío es el fútbol.

Camino hacia el peinador para intentar arreglar el nido de ratas que tengo en la cabeza, pero me es una misión imposible, así que decido recogerlo usando una gorra. Mi cabello siempre ha sido un problema, si bien tiene escasas ondas, se enmaraña con facilidad.

Instituto de Hombres [#1] EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora