Capítulo 9| Entrando al equipo -parte 2

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Este es uno de esos momentos de felicidad absoluta, no puedo ocultar la gran sonrisa que se ha plantado en mis labios al observar el rostro descompuesto del rubio de Derek. Eso les pasa por no confiar en mí por mi complexión delgada, las apariencias engañan. Admito que no soy la mejor jugadora del mundo, pero sí que lo hago bien. Pero como antes he dicho, debo mejorar mi resistencia y que no parezca que tengo un ataque de asma. Las personas aún están atónitas, pero un segundo después el lugar estalla en silbidos y gritos. Un chillido escapa de mi garganta cuando la mayor parte de los chicos se lanzan sobre mí, por inercia nuestros cuerpos caen al suelo. Lo confirmo, mañana me dolerá a muerte mi cuerpo.

Mis risas no podrían ser más altas, pero intento disimular mis chillidos con gritos varoniles. Al levantarnos del suelo el entrenador se acerca sin decir palabra junto a mis compañeros de habitación. Observo como parecen discutir algo hasta que el señor griterío se dispone a hablar.

— ¡Todos a los vestidores! —Exclama, haciendo sonar su silbato— ¡Pronto les diremos quienes entran al equipo! —todos contestamos con un «sí, entrenador» para luego dirigirnos a los vestidores.

Repito lo hecho con anterioridad, esperar a que todos se cambien primero. El tal Derek me envía miradas furtivas mientras se cambia, intento no fijarme en su abdomen bien esculpido. Esto es un mar de testosterona y soy una hormonal.

—Te patearon el trasero, ¿eh, Derek? —dice un chico moreno, chocando los puños con otro. No oculto mi sonrisa, además de las carcajadas que inundan el lugar. El rubio gruñe, abandonando los vestidores.

Varios me felicitan por mi desempeño, dándome golpes «amistosos» en mi hombro. Creo que lo dislocaron. Si de esa forma me felicitan no quiero saber que harán si hago algo mal. Una vez cambiada vuelvo al campo, observando como mis compañeros de habitación hablan con el entrenador.

— ¡Todos ustedes! ¡Acérquense! —habla amablemente el entrenador, sosteniendo una carpeta en sus manos.

Sí, y tu papá es Obama.

«Cierto, cierto». La amabilidad que desprende el entrenador le brota por los poros, nótese el sarcasmo. Nos acercamos, el hombre comienza a decir los nombres de los que logran entrar al equipo

—Los que entrarán al equipo son... —dice. Ruedo los ojos, es que les gusta el suspenso.

Sí, son exasperantes.

«Tanto como tú».

Yo soy tú, y tú eres yo.

«Cállate».

Mejor presta atención.

«Sí, sí claro».

—Carlos, Tom, Brandon y... —dice el entrenador. Mis manos no dejan de sudar, un nudo se ha formado en mi garganta. Que la surte esté de mi lado esta vez— Dylan —finaliza.

Mi rostro se ilumina por completo, reprimo un grito emocionado. Al escuchar mi nombre siento que desbordo de alegría, tanto así que quiero comer un pote lleno de nutella.

Tú y tu nutella.

—Bueno, felicidades —continúa el entrenador—. Hablen con el quarterback sobre los horarios de entrenamiento, que prácticamente son todos los días. Necesito que sean puntuales y den todo de ustedes.

Nos brinda una última mirada antes retirarse. Observo a los chicos con una sonrisa, estos se acercan proporcionándome amistosos empujones.

—Felicidades, hermano —me felicita Will, una risita escapa de mis labios.

Instituto de Hombres [#1] EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora