Capítulo 16| Venganza, dulce venganza

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Se supone que los chicos salieron ya hace varias horas a su dichosa fiesta, por lo que no veo problema en salir a divertirme también, pero de una manera más sana. Conociéndolos no creo que vuelvan temprano. Me abrazo a mí misma una vez estoy en el estacionamiento, el lugar está desierto y escasamente alumbrado. Puede que el clima en Los Ángeles sea caluroso, pero esta noche está helada. Camino un par de metros con mis pasos haciendo eco por la zona. Mi rostro se ilumina al ver a la luz de mis ojos, mi hermosa Kawasaki verde. Desde que vine al internado no había salido a pasear con ella.

Me acerco con la llave en mano para ingresarla donde va, paso mis dedos por la fría superficie antes de subir. Llevo el casco a mi cabeza antes de encender el motor, de inmediato un rugido se escucha por el desolado aparcamiento. Acelero a todo lo que da con una gran sonrisa en mi rostro. Me encanta sentir la adrenalina. Conduzco varias calles hasta divisar un centro comercial, voy reduciendo la velocidad hasta aparcar. No dudo en quitar el casco negro hasta dejarlo junto a la Kawasaki, dirigiendo mis pasos hasta el baño más cercano. En mi mochila tengo la ropa necesaria para cambiarme.

¿A cuál vas a entrar? Genia.

Me detengo en seco frente a ambas puertas de baño. Uno es de mujeres y el otro de hombres. Con mi aspecto me tacharan de pedófilo si ingreso al de chicas, pero no quiero traumarme con los urinarios.

Si entras al de hombres verás cosas que me traumarían, a ambas, y sería ilógico entrar como hombre y salir como mujer. Si entras al de mujeres te tratarán de pedófilo, violador, secuestra mujeres. ¿Y entonces qué haces?

«Entrar al baño, dah. Consi, a veces creo que tú eres la mensa».

Pero piensa las cosas, vas a entrar al baño de mujeres vestida de hombre.

No me importa entrar a cualquiera, siempre actúo y luego pienso. Impulsividad le llaman.

¡Y eso siempre nos trae consecuencias a ambas! ¡Siempre me toca sacarte de problemas!

En la vida hay que tomar riesgos y cometer errores, sino no sería vida. Titubeo delante de ambas puertas, sin pensarlo empujo la del baño de damas. Recorro el lugar con la mirada y para mi suerte no hay nadie. Tomo una bocanada de aire, mala idea. Arrugo mi nariz de inmediato cuando el olor a orina se cuela en mis fosas nasales dejando mucho que desear. Qué asco. Es un baño, pero no sería mala idea un aromatizante de menta o de eucalipto. Me dirijo a uno de los cubículos, cerrando la puerta con seguro para cambiar mi ropa. De forma apresurada saco la camiseta al igual que nos pantalones. Suelto mi cabello y sacudo mi cabeza como un perro recién bañado. Termino de cambiar mi ropa por unos shorts oscuros y una camiseta blanca del símbolo de paz. No tardo en guardar el atuendo antes usado en mi mochila. Empujo la puerta del cubículo, observándome en el espejo. No me agrada que mi mejilla tenga un rojizo que pronto se convertirá en morado y mi labio tenga un pequeño corte, pero al menos no es nada que no pase desapercibido. Le sonrío a mi reflejo antes de colgar la mochila en mi hombro para abandonar el lugar.

Camino casi todo el centro comercial, la mayor parte de los establecimientos están cerrados y solo logro encontrar un supermercado donde compro una Nutella. Algo cansada voy hacia el estacionamiento para subir a mi motocicleta.

No dudo en recorrer Los Ángeles a toda velocidad, el viento golpe contra el casco al mismo tiempo que mi cabello vuela en todas direcciones. Logro divisar a pocos metros una heladería, de inmediato mi estómago gruñe. Reduzco la velocidad hasta frenar en seco, la motocicleta hace un violento sonido, lo cual atrae la atención de varias personas. Me deshago del casco, bajando. Ignoro sus miradas. Detesto esa atención. ¿Acaso no han visto a una chica en motocicleta? Pues parece que no. Es gracioso que yo diga que odio la atención ya que es lo que siempre tiendo a hacer desastres o gritarle a alguien, pero así soy.

Instituto de Hombres [#1] EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora