19: Recuerdos rotos.

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- Lo quieres con la yema cocida? - Preguntó el zorro, dándole vuelta a aquel desayuno mientras me encontraba sentado en la mesa, haciendo algo de tarea que no había hecho en el día anterior. Como sea, era poco, por lo que cualquier momento era bueno para entregarlo.

- Sabes que si. - Respondí antes de cerrar el cuaderno, alejándolo de mi para ver cómo un plato se me servía enfrente con el desayuno pedido.

- Provecho, cariño. - Susurró antes de acariciar mis cabellos, para después besar mi cabeza cortamente.

- Gracias. - Permanecí callado, disfrutando del desayuno antes de que una voz me invadiera la cabeza. No decía nada, pero además de peculiar y familiar, se escuchaba bastante fuerte, como si intentará mandarme alguna clase de señal.

- Sucede algo? - Preguntó el zorro nuevamente, moviendo mi cabeza repetidas veces para hacerme regresar a la tierra en uno que otro pestañeo.

- Uh, no... Sólo me quedé en las nubes un momento. - Respondí aún algo atontado.

- Ya veo... Por cierto... - Dejó todos los utensilios de cocina en el fregadero, sentándose a mi lado antes de suspirar.

- No sabemos que habrá pasado con... Mamá Elisabeth... - Susurró con una voz de tristeza.

Era eso, aquella voz, era un llamado de quien alguna vez fue mi madre, me decía algo parecido a "Ven", " Acercate", y cosas así... Pero su tono no era tan energético como antes, era como si fuese una última petición.
Entonces, deje mi desayuno a medio terminar, y me levanté, corriendo a mi alcoba(que en realidad era mía y del zorro), para después comenzar a sacar una mochila, mi billetera y cambios de ropa.

- Thomas? Que tienes en mente? - Pregunto el zorro antes de rodearme con sus brazos, haciendo que me relajara poco a poco.

- Cuando me fui, había escuchado su voz, que me decía que fuera con ella, pero no me lo decía como hace años, si no que... Era como si estuviera muy débil. - Respondí antes de ver cuánto dinero tenía en la billetera, haciendo cuentas para algunos sustentos y gasolina.

- Entonces... Que planeas hacer? - Pregunto nuevamente el zorro, sacando otra mochila, con intenciones de hacer exactamente lo mismo que yo.

- Tengo que ir a verla.

Minutos después, me encontraba en una carretera, en el asiento del copiloto con una mirada de determinación hacia al frente.

- Tienes suerte de que estamos en puente de días festivos. - Exclamó antes de acelerar un poco más, iría por la vía principal para hacer menos tiempo.

Aunque los coches vuelan, tienen que ir en una dirección fija, no pueden moverse a como les de la gana, por alguna extraña razón.

Pasó una hora de viaje y habíamos llegado a mi ciudad natal, Fresno. Una vez allí, comencé a ver todo el paisaje, notando que nada había cambiado desde que me había marchado, aunque ya casi pasaba un año. Incluso estaba el mismo puesto de chili dogs, con el mismo vendedor.

No pude resistirme, y decido bajar del coche para ir a comprarme uno. Su sabor era único, simplemente me recordaba al hogar. Tenía ese sazón, como si fuese la comida de mamá.

Tengo que seguir. Nuevamente en el camino, termine por llegar a aquel viejo edificio, caminando despacio hasta la entrada, en donde sentía como mis piernas temblaban y hacían que no pudiera tocar el timbre. Que clase de magia oscura es esta?

- Thomas, yo lo hago. - Exclamó el zorro antes de tocar el timbre un par de veces.

- Creo que es un poco temprano, ni los pájaros se levantaron. - Exclamó antes de oír un llamado, una voz débil que afirmaba, mencionando que estaba en camino.

El momento de la verdad llegaba, habrá cambiado ella también? No lo sé, sólo tenía que abrir la puerta y verle nuevamente. Joder, que nervios. Que voy a decirle? Sentía como un nudo incapaz de deshacerse por el marinero más entrenado de todos, se hacía en mi garganta, haciendo que no pudiera hablar, inclusive respirar bien.

- Que desea? - Se escuchó una voz débil, abriendo aquella puerta de forma lenta, mientras se asomaba una tierna señora con los años en el rostro, aunque no se le veía del todo contenta, más bien, cansada.

- Mamá Elisabeth... - Susurré antes de agacharme, mirándole a los ojos para después sonreír un poco.

- Me recuerda? - Susurré nuevamente, abrazándole despacio. No había notado que el zorro estaba recargado en el coche, dándonos el espacio y tiempo necesario.

Aquella viejita llevo sus manos a su boca, dejando salir lágrimas de alegría para después corresponder mi abrazo con las pocas energías que le quedaban, mencionando mi nombre varias veces.

- Como ha estado? - Pregunté antes de aflojar el agarre del abrazo, mirándole a los ojos con una sonrisa, aunque estos se encontraban un poco cristalizados por unas lágrimas que no quería dejar soltar.

Aquella viejita secaba sus lágrimas constantemente, intentando sollozando entre risas antes de mencionar mi nombre varias veces.

- Mi pequeño... Te extrañe mucho. - Susurró antes de calmarse más y reír un poco. Parece como si toda su fatiga se fuera al verme, al sentirme de nuevo, abrazarme. Sentirían lo mismo?

- Bueno... No vengo a saludarle. Vengo a quedarme un tiempo, claro, si le parece a usted.

- Por supuesto. - Respondió abrazandome con fuerza, haciendo una seña al zorro para que se acercara.

- Supongo que ustedes ya hicieron de las suyas, verdad? - Susurró antes de reír entre una mirada pervertida, cosa que me hizo sonrojarse furiosamente.

- Mamá... - Decirle de aquella manera, me traía bastantes recuerdos buenos. Pero entre esos buenos recuerdos... Comenzaban a llegar los malos. No se en que estoy pensando, pero ya estaba en mi cuarto cuando regrese a mi mundo.

Quien lo diría? Sigue tal y como lo dejé, como si no fuese habitado desde ese entonces, aunque estaba limpio, estoy seguro que ella se hacía cargo de este cuarto.

- Bebé ~ - Oí la voz del zorro llamarme desde la entrada, lo cual hizo que girará a su dirección.

- Es hora de cenar. - Respondió antes de acercarse para besar mi frente. Había llegado temprano, y ahora que lo notaba, la casa estaba sola, sólo quedaba ella.

- Uh, Mamá Elisabeth. Que paso con los niños? - Le pregunté antes de sentarme, notando como su expresión de felicidad cambiaba drásticamente. Por alguna razón, sentía su dolor.

- Ya no puedo cuidarlos, me estoy volviendo vieja, y la energía se me acaba. Todo comienza a dolerme más seguido. Los niños se fueron a otro orfanato, ahora esto solo es una casa muy grande. - Mencionó aquella viejita, aguantando las ganas de romper en llanto.

Lo mínimo que pude hacer en ese momento fue abrazarle con cariño, frotando su espalda ligeramente. Louis parecía estar un poco incómodo, por lo que mencionó que nos dejaría a solas y se retiró, no se si fue una buena opción.

- Lamento por eso, Mamá Elisabeth. Se que pudo haberle dolido mucho, pero era lo mejor para todos. Que hubiese pasado si hace un esfuerzo de más? - Decía mientras frotaba mis manos en su espalda antes de besar su mejilla ligeramente.

Noté como ella reía un poco, alejándose para secar unas cuantas lágrimas que se habías escapado. Sonrió y asintió.

- Se que tienes razón, y me alegra mucho que hayas venido a visitarme, comenzaba a sentir muy sola.

- Y no olvide al idiota. - Mencioné antes de girar mi mirar, notando al zorro a lo lejos, quien miraba de vez en cuando antes de entrar, quizás quería asegurarse de que ya fuese el momento adecuado.

- Ya, vamos a cenar. - Exclamó aquella viejita antes de tomar los cubiertos y colocarlos sobre la mesa.

Por alguna razón, me congele en aquella imagen, sintiéndome otra vez como un niño.

Una cría de lobo se sentaba con entusiasmo enfrente moviendo la cola ligeramente antes de que le fuese servida la comida por una dama de apariencia humilde. Acababa de tener una visión del pasado. Ya sabrán quienes eran aquellas personas.

Soy Doble ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora