2: Mi día a día.

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Escuche que alguien tocaba la puerta de mi habitación, era de mañana, el sol me daba en la cara pero aun así, amo mi cama. Note el olor a rosas del otro lado, por lo que supuse que era Mamá Elisabeth. Me levante un poco adormilado, pero me dirigí a aquella puerta, dudando si abrir o no.

- Thomas, abre la puerta cielo. – Si, era ella, distinguía su voz y su aroma al instante. Su tono de voz era el mismo de siempre, era alegre y atento. Rayos, nunca les conté de Mamá Elisabeth, que idiota de mi parte.

Mamá Elisabeth era una mujer, bajita y algo llenita, pero llena de amor. Siempre quiso a todos los niños que llegaban al orfanatorio, siempre como si fuesen suyos. El problema es que ella era estéril, no podía tener hijos, por lo que comenzó a adoptar a huérfanos y a criarlos hasta que localizaba a alguien para poder criarlo, fue allí cuando comenzó la idea de poner el orfanato.

Su tez era algo morena, de cabello castaño corto hasta el cuello y grandes ojos verdes. Siempre vestía un suéter anaranjado con un delantal blanco, con un corazón bordado en sus bolsillos. Ella era súper tierna con todos, nunca golpeo a ninguno, y ella decía que los golpes no debían existir en nuestro vocabulario, tanto físico como mental. A pasar de los años, me di cuenta que era algo bajita, ya que cuando cumplí dieciséis, me miraba inclinando su cabeza hacia atrás, cosa que nunca hizo hasta esa edad. Cuando conseguimos una regla, medía un metro con setenta centímetros, era alto para mi edad, y mi complexión delgada lo hacía resaltar más. Ella media un metro con cincuenta y cinco, sí que era bajita.

- ¿Thomas? – Volvió a tocar la puerta. Esta vez, pensaba que estaba dormido, pero abrí la puerta antes de que se fuera.

- ¿Si...? – Respondí tallándome un ojo. Miraba como ella inclinaba su mirada hacia atrás para verme a los ojos, pero su mirada se detuvo en mi cuerpo, acostumbraba dormir sin camiseta. Y desde que... Ya saben quién se fue, comencé a hacer ejercicio, marcando mi abdomen y un poco mis brazos, aunque aún era delgado.

- E-Ehm, ¡Sí! – Había regresado de su transe. – Ya es hora de desayunar, ¿cómo está mi lobito favorito?- Pregunto sonriendo y apretándome una mejilla.

- Tengo sueño... - Respondí aun adormilado. Bostece y me acosté de nuevo en mi cama, como la amo.

- ¡Thomas! ¡Baja a desayunar! – Dijo con un tono algo molesto, aunque sabía que nunca se molestaría con nadie, su mirada molesta era falsa, solo para intimidar a los niños mal educados. Se acercó a mí y comenzó a tirar de mi cola, lo cual me hizo chillar un poco, recuerden que soy un lobo.

- Esta bien, iré a desayunar, déjame ponerme algo... - Respondí algo adolorido por el tirón que me dio, aunque no lo hizo con intenciones de arrancarme la cola, nunca lo haría.

Minutos después, baje con una sudadera con capucha gris color rayas negras, unos pantalones jeans a los cuales le hice un orificio para la cola, y unas zapatillas Converse algo vieja, esta era mi vestimenta común, la que casi siempre vestía. Tome mi reproductor y me coloque los cascos inalámbricos. Al bajar, note que aun había niños allí, y que los seguirá habiendo hasta que Mamá Elisabeth muera, o consiga un sucesor. Igual, siempre tuvo esa apariencia joven desde que yo llegué aquí, supongo que vivirá por mucho tiempo más, y eso me alegra.

Comencé a ayudarle poniendo los platos en las mesas y sirviendo la comida, yo era el único que atendía a eso, pues yo era el mayor allí, el seños Augustus solo se dedicaba a reparar objetos y darle mantenimiento a la casa.

Soy Doble ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora