Capítulo 19.

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Centro mi atención en Aaron, este hombre no es de este mundo, estoy segura. ¿Porqué no puede ser un hombre normal? Ya saben, trabajo normal, con un sueldo mediocre. Ni siquiera tanta maldita belleza es normal. Un hombre con un tatuaje, se ve normal. Con dos, también. Pero mil tatuajes no es normal. Si yo me llenara de tinta, estoy segura qué parecería un pizarrón andante, es más no llegaría tan lejos, seguramente me confundirían con un mural, pero no de esos qué tienen grandes dibujos hermosos, qué parecen pintados por un ángel, si no, de esos qué tienen letras grandes, chuecas y empalmadas unas con otras, qué parece que fueron echas por un niño de 3 años, qué lo más bonito qué pueden decir son cosas, cómo: "Te amaré por siempre, Jennifer", o "Puto el que lo lea". Pero en cambio, este tipo parece, esculpido por los Dioses, qué nació ya con los tatuajes en su piel, por el simple hecho de resaltar de los demás, cómo si provenir de una familia millonaria, y a sus venti-tantos años, ser el dueño de una gran cadena de restaurantes, y de hoteles, y de quién sabe qué más, no fuera ya lo suficiente.

Para ser exactos, no tiene ni una maldita espinilla, un pequeño grano, que desentone en su perfecta cara, con su perfecta piel. Su cabello tiene el corte indicado, incluso se ve sedoso y brillante. ¡Ni una punta abierta! ¡Ni una maldita cana! ¡O un poco de resequedad! Pero hasta su estúpido cabello, es perfecto. Que asco me da.

Dicen qué para encajar en esta vida se tiene qué ser normal.

Alguien dígale eso a este hombre, ¡Carajo!

Una risa, logra sacarme de mi trance —¡Aliana! Mi tío te está hablando —Me dice la niña.

Todos en la mesa me están viendo cómo él bicho raro qué soy. Carraspeo para disipar mí incomodidad —¿Si? —Le preguntó cómo si no me hubiera quedado cómo idiota viéndolo, por sabrá Dios, cuánto tiempo.

—Tenemos qué ir al restaurante —Me contesta con voz seca, y no es qué me esperará que me hablará cariñosamente, pero algo en su tono, me dice qué algo malo está pasando... O pasará.

—¿Ocurre algo? —Le cuestionó.

—Marian, nos veremos luego, ¿Esta bien? —Le dice a su hermana, ignorandome completamente. Ella sólo le sonríe, y asiente. Él se levanta de asiento y se acerca hacia Alana —Adios, enana, cuidate —Le da un rápido abrazo y un beso en la mejilla.

—Adios, tío, te quielo.

Vamonos —Gruñe molesto hacia mi dirección.

Reacciono y rápidamente me levanto de mi asiento —Adios, me dio mucho gusto conocerlas... —Les digo y empiezo a caminar detrás de Aaron, no sin antes darles un beso en la mejilla a cada una.

Cuándo salgo, Aaron ya está frente a su auto, con la puerta del copiloto abierta —Sube —Me dice, cuándo me acerco, se ve tan molesto qué no le replicó nada.

Cuando hago lo qué me dice, él hace de inmediato lo mismo, minutos después ya estamos en marcha hacia el restaurante.

Una llamada entrante en él teléfono de Aaron, interrumpe el tan incomodó silencio qué había inundado el automóvil —¿Si? —Contesta de mala gana. Suelta una risa amarga —Por supuesto, me lo imaginaba. —Ejerce más presión sobre los nudillos qué tiene en el volante, tanto, que se han vuelto blancos —Ve al grano, Ricardo. ¿De cuánto dinero hablamos?... ¿Que? Debes de estar bromeado, ¿Cómo es qué no me avisaste antes? —Mientras pasa cada segundo, parece qué se enfada más —¡¿Que diablos?! Entonces si les dice, qué trasladen todo mi dinero a su cuenta, ustedes le obedecen ¡¿Qué clase de idiotas son?! —Escupe, total y completamente fuera de sus cabales —Por supuesto qué van a solucionar su maldita estúpidez, mientras tanto disfruta las últimas horas en tu trabajo, de mi cuenta corre qué te despidan, ¡maldito incompetente!

Te odio, mi amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora