Capítulo 33.

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Lucho con todas mis fuerzas, para qué las estúpidas lágrimas que se formaron, no salgan de mis ojos.

Él no sabe lo que sus palabras lastiman mi dignidad, mi ego, y mi orgullo.

No digo nada, salgo de inmediato sin girar atrás. No quiero verlo con su maldita sonrisa de satisfacción y disfrutando que una vez más logró herirme.

En la recepción, el anciano me ve de inmediato ---Qué bonita se ve, señorita.

Asiento con una sonrisa ---Gracias.

---¿Esperará, Aaron?

Me das vergüenza.

Niego con la cabeza ---Tomaré un taxi, gracias. ---Me despido con la mano y salgo del edificio.

El viento que golpea mi rostro, me ayuda a sentirme un poco mejor. Pero el maldito nudo en mi garganta no desparecere. La opresión en mi pecho sigue molestando.

Tomó un taxi, varías calles después, le pago lo correcto, cuándo me deja frente al restaurante.

Cuándo entró veo a Celina, con un vestido idéntico al mío.

Y yo que me sentí importante.

---¡Te ves hermosa! ---Chilla ---Es el mismo vestido, pero sin duda te favorece más a ti.

Suelto una risa ---Tonterías, tú igual te ves muy bien.

---Mi novio no quería dejarme venir, decía que me veía muy hermosa para mi propio bien.

Me das vergüenza -en cambio a mi me dijeron.

---¡Mira, mi anillo! ---Extiende su mano izquierda y observo la argolla en uno de sus dedos, con un pequeño diamanete.

Le sonrió sinceramente ---Me alegro mucho por ti, lo merecías.

---Tú serás una de mis damas, ¿Sí o sí?

---Por supuesto, gracias por pensar en mí.

Me da un rápido abrazo ---Estoy tan feliz ---Dice.

Aaron entra al restaurante en ese momento... No lo veas, no lo veas.

---Señoritas, tomen sus puestos, los invitados no tarden en llegar ---Demanda con autoridad.

Hacemos lo que nos dice, nos quedamos en la entrada del restaurante. Una en cada costado.

Las personas empiezan a llegar 10 minutos después.

El primero que llega es el senador, acompañado de su esposa e hijas pequeñas ---Buenas noches, disfruten su velada ---Decimos al unísono.

Ni siquiera nos miran, pasan de largo como si no estuviéramos ahí, paradas como imbéciles.

Y eso sucede con la mayoría de las personas, varias nos entregan de mal manera sus abrigos, y pocos son quiénes nos sonríen.

Entra un grupito de 3 jovenes, por poco mayores que yo. Enfundados cada uno en un elegante traje ---Buenas noches, bienveni...

---Hola, muñeca ---Dice uno.

Ya van a empezar a sentirse valientes.

---Buenas noches ---Repito.

---¡Uy, pero cuánta seriedad! ---Exclama entre risas ---Dime, chiquita, ¿Cuál es tu nombre?

Suspiro, pesadamente ---Señor, sólo estoy haciendo mi trabajo, por favor, no me moleste.

Ríen los tres ---¿Me veo con cara de señor? ---Vuelve a insistir con una ceja alzada.

Te odio, mi amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora