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Ella

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Ella.

-Bethany, ¿qué haces todavía dormida? ¡El avión sale dentro de dos horas! -mi hermana me zarandeaba sin compasión. Eran las siete de la mañana y nos esperaba un largo viaje. Mi padre, que es policía, había sido trasladado a la ciudad de los Ángeles donde seguiría con la investigación de su nuevo caso. Algo sobre blanqueo de capitales había escuchado una de las veces que me colé en su estudio a hurtadillas.

-Estoy dormida, vete a molestar a otro...-bufé y segundos después noté un peso sobre mí. -Stephany, ¿estás loca? ¿Intentas que muera aplastada maldita morsa? ¡Mamá!

-Oye, no te pases zanahoria. -dijo aparentemente enfadada.

-¿Se puede saber que pasa aquí? ¡El avión sale dentro de dos horas, daos prisa o perderemos el vuelo! -gritó mamá. Por lo que Steph se me quitó de encima y pude levantarme.

-Maldita loca. -susurré. Segundos después algo me golpeó en la cabeza.

-Te escuché. -gritó Steph.

-¿Me acabas de lanzar una chancla? -la escuché reír. -Pues te has quedado sin ella. -cerré mi puerta de un portazo y volví a tirarme sobre la cama. Cuando por fin mis neuronas hicieron su trabajo me levanté sobresaltada. -¡El avión!

Me puse mis zapatillas de andar por casa y me dirijí corriendo al baño. Después de asearme un poco, bajé a la cocina.

-Buenos días Beth. -dijo papa calmado. Sonreí.

Él nunca tenía prisa, aunque se tratase de algo importante, siempre lo hacía con calma. Al contrario que mamá, que se ponía histérica por todo, y no faltaban las prisas con las que hacía las cosas. Como si el tiempo fuera muy preciado y se le fuera a escapar de las manos. El tener todo controlado y hacer horarios para cada cosa que pasaba en cada momento de cada estúpido día me ponía de los nervios. Pero eso a mi madre le agradaba por lo que lo dejaba estar.

-Buenos días. -respondí dándole un beso en la mejilla.

No tenía mucha hambre así que solo desayuné un café. La cafeína me venía bien, así no me dormiría mientras me vestía.

Una de las cosas que debéis saber sobre mí es que suelo dormirme en cualquier lugar. No importa cuan incómodo sea, siempre acabo dormida. Una vez me quedé dormida de pie en el baño del colegio. Al parecer me encontró el director, el cual creía que era una broma pesada y llamó a mis padres. Mi madre me contó que vinieron a recogerme aún estando yo dormida, y le explicaron al director mi 'problema'. ¡Era una niña, por el amor de Dios! No era normal para mi levantarme a las siete de la mañana para ir a una clase llena de niños comemocos. Y bueno, ahora que tengo diecisiete digamos que la cosa no ha cambiado tampoco mucho.

Reí ante el flash-back, aún me imaginaba la cara del director al verme dormida de pie frente al espejo del baño de chicas.

Cuando ya estuve lista, recorrí la casa por última vez. No me había dado tiempo a encariñarme con ella, ya que con el trabajo de mi padre no solemos quedarnos mucho tiempo en el mismo sitio. Aún así, era una de mis tradiciones. Recorrer las casas por última vez, rememorando los buenos momentos que quedarían marcados en aquellas paredes.

 La Pelirroja de mi VecinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora