En un principio mis ojos se negaron a abrirse en la mañana, mis pies se arrastraban por mis sábanas y yo misma rodaba en la cama por largos minutos; mi cabeza me perforaba con la idea de quedarme, después de todo no había clases oficiales hoy, o podría alegar que me sentía mal por mi trauma pasado, o lo que sea. Me tomó un baño y el desayuno en darme cuenta de por qué. ¿Sería porque Henry me dijo que no iría?
Preparé la cámara y me aseguré de que tuviera baterías y suficiente memoria antes de subir al auto. Estudié con cuidado el croquis que venía con la pequeña, pero elegante invitación y salí para allá sin demasiadas ganas. De cualquier forma no sería muy difícil hallar la casa, un gran portón de metal negro, adornado con barras de metal doblado y forjado en formas imposibles marcaba la entrada a la gigantesca mansión que se divisaba varios metros atrás. Los autos de mis compañeros estaban aparcados a lo largo de la gran muralla de ladrillos, así que estacioné en el primer hueco que vi.
Judith en persona esperaba, con el portón abierto y una enorme sonrisa en los labios a sus invitados.
- Bienvenida. Pasa, pasa.
- Gracias señorita Stokes.
- Eres Emma, ¿verdad?
- Si.
- Vaya, he oído mucho de ti. Me alegra que puedas acompañarnos hoy - en principio no logré comprender a qué se refería hasta que recordé todo el asunto del autobús - los otros están en el jardín, ya puedes ir con ellos - continuó un momento después, ante mi falta de respuesta.
Caminé a lo largo de un sendero de adoquines blancos rodeados de arbustos con flores de colores, ordenadas todas en una especie de escala cromática. Raro para un jardín, pero al parecer Judith tenía un gusto variado por el arte. Flores rosas, magentas, rojas, violetas, azules, y todas las que seguían de cuanto color hubiese. Era sencillamente impresionante de ver.
Casi a la mitad de mi trayecto empecé a oír voces, y supe que no era la primera en llegar. Me apuré a unirme al grupo, que ya tenía pinceles, óleos, lápices y acuarelas. Yo solo había ido a tomar fotos para el periódico. Pero los lienzos en blanco, y tantos colores y materiales para trabajar eran extrañamente atractivos; me vi muy tentada a ocupar uno, pero solo mancharía un lienzo perfecto que alguien podría usar para hacer algo bello. Por lo que simplemente me orillé y enfoqué la lente de la cámara a Judith, quién ya estaba dando la bienvenida.
- Bienvenidos todos. Gracias por aceptar mi humilde invitación - por mucho que quisiera ser agradable, había algo en las facciones de esa mujer, algo altivo y orgulloso, algo que hacía a sus perfectos rasgos y deslumbrante belleza lucir un poco tétricas - os acordáis de mi hija Catherine, ¿verdad? - la susodicha estaba sentada sobre un pedestal, con un largo vestido negro, aunque casi transparente, sus piernas cruzadas, sus pies descalzos, su ombligo y cada línea que dibujaba su pálida piel eran perfectamente visibles. Una parte oscura cubría sus senos, pero el escote seguía siendo notorio, sin ser exagerado. Traía los labios pálidos y el cabello rizado y alborotado, sus ojos azules parecían un faro entre el mar de maquillaje negro que los enmarcaba. Era una criatura completamente hermosa, y capaz de matarte de un momento a otro.
- Hoy vamos a estudiarla - continuó Judith - el cuerpo humano es una obra de arte en sí. Estoy muy ansiosa por descubrir su visión artística - la mujer alejó un mechón de cabello del rostro de su hija y se alejó unos pasos. Entonces salí con disimulo de mi lugar con la cámara lista.
Primero busqué un buen ángulo para capturar a Catherine, me sentía criminal ignorándola. De hecho, no me era posible ignorarla, viéndola de frente era una estatua, tallada por lo maestros griegos o del renacimiento, pero con el rabillo del ojo se convertía en una mancha, en una sombra al acecho que intentaba comerme o robarme el alma o alguna de esas cosas de película de miedo. El flash no ayudó a que luciera menos temible, sin embargo la foto se veía muy artística, así que busqué enfocar mi atención en otro lado.
ESTÁS LEYENDO
El mismo sabor en cualquier vida
VampireEl mundo no se estaba quieto, temblaba; temblaba como una frágil hoja a merced del despiadado viento. Una mancha roja se deslizaba como ameba a un lado de mi cabeza, manchando de carmesí la nieve sobre la que descansaba. Toqué el líquido con un dedo...