El juicio

127 5 0
                                    

Agatha y Edmund dijeron que debíamos irnos. Que ellos nos estaban esperando en Londres.

Tenía miles de preguntas que hacer, cientos de inquietudes que esclarecer, pero Henry se había quedado mudo. No volvió a decir una sola palabra desde que sus hermanos aparecieron, y yo ya no era capaz de acceder a sus pensamientos.

Agatha no se molestó en volver a dirigirme la palabra, Henry era poco mas que mi sombra omnipresente, que había atrapado mi mano y no volvió a soltarla o emitir palabra. Solo Edmund se mostraba cordial conmigo cada vez que la situación lo obligaba a mirarme, así que me armé de valor en abrir la boca de una vez.

- ¿Quiénes son "ellos"? - murmuré en voz baja mientras estábamos en el avión camino a Londres. No había pensado en mi padre, sabía que mis amigos estaban bien, lo único que me interesaba por ahora era saber cual sería mi suerte.

- Los antiguos... los inmortales que mas tiempo llevan en la tierra. Son algo así como... los líderes.

- Me supongo que estamos en problemas, por eso vamos con ellos... - fijó los ojos en la ventanilla, y no me miró cuando contestó.

- Si. En problemas... - me pareció que mas que una respuesta, simplemente había repetido lo que dije, significaba que yo tenía razón, pero que estaba perdiéndome de algo.

Desde entonces yo tampoco volví a hablar y me dediqué a observar.

Bajamos del avión y en un taxi fuimos hasta algún rincón oscuro de Londres. Quizá en América estuviera amaneciendo ya, pero aquí la noche bajaba lentamente. Caí en la cuenta de que no veía el sol desde hacía como 12 horas, y me sentí realmente como una criatura nocturna.

El taxi nos dejó frente a un edificio inmenso, en apariencia deshabitado, pero yo podía oir pasos de zapatos caros pisando sobre piedra. La luz de los fluorescentes de la planta baja fue opacándose de a poco a medida que descendíamos piso tras piso hasta un lugar mas allá de los estacionamientos subterráneos. Los pasillos iban iluminándose con bombillos, y cuando llegamos a una estancia inmensa, llena de sillones, sofás y cortinas, grupos de velas posicionados estratégicamente eran la única fuente de luz.

No me sentía fuera de lugar en absoluto, la baja luz era cómoda para mis ojos, mi piel era tan pálida como la de todos los que pasaban a mi lado, bajo mis ojos se pintaban las mismas ojeras, hasta mi propio nombre encajaba con el aspecto medieval de este lugar. Las personas en ese lugar se movían con la suavidad de sombras, alguna saludando con un gesto de la cabeza que solo Agatha y Edmund contestaban. Salimos del vestíbulo y recorrimos un corredor idéntico al túnel subterráneo que tendría un castillo, sin embargo las puertas que esperaban al final no eran los imponentes portales de un castillo victoriano. No me había dado cuenta de que un par de hombres se habían ido uniendo a nuestro grupo, por lo que cuando volví a mirar y me encontré con al menos unas 8 personas me sorprendí bastante, eran 4 sujetos enormes, un gorila para cada uno.

Me deslicé del agarre de mi guardia y jalé la manga de Henry, haciéndolo retroceder.

- Henry por favor, necesito saber quienes son ellos, que va a pasar ahora... - pareció tomar valor al inhalar, se volteó hacia mi y tomó mi rostro entre sus manos.

- No puedo explicártelo todo ahora, lo siento, pero ellos tienen nuestro futuro en sus manos. Estamos a su merced, pero te prometo, Emma, que no dejaré que te arranquen de mi lado.

- No quiero que arriesgues tu pellejo por mi.

- Ya lo hice, por eso estás aquí, pero ese no es el problema. Maté a Catherine, el peor crimen entre los nuestros es destruir a uno de nuestra clase - miró hacia adelante sobre mi hombro un segundo y volvió a mi - su trabajo es mantener el orden y creen en la justicia. Les explicaré todo, y ahora que eres inmortal y van a juzgarte como tal - hizo nula la distancia entre nosotros de un tirón y plantó en mis labios un beso demasiado breve. El esfuerzo que noté en sus ojos fue doble, tanto para separarse el como para alejarme a mi - estaremos bien - susurró contra mis labios antes de dejar caer las manos y alejarse. Un miembro de la escolta puso su mano en mi hombro y me obligó a cruzar el umbral que otro de ellos había abierto.

El mismo sabor en cualquier vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora