Andando por la calle del sol

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Luché con toda mi nueva fuerza, pataleé y usé los dientes, pero finalmente me contuvieron y lanzaron a un patio. La puerta estaba firmemente reforzada, y el diminuto espacio que ahora ocupaba estaba completamente desierto. Lo único que divisaba eran manchas oscuras en el suelo y contra las paredes. No comprendí que pasaba, no comprendí lo que pretendían, al menos hasta que traté de dar un paso al frente para llegar al otro lado de la estancia y sentí un ardor infernal. Observé mi pierna y vi humo salir de ella... por supuesto, el sol... ¡el sol!

Golpeé la puerta con la fuerza de una bola demoledora, pero ésta no se movió un solo centímetro. Miré hacia arriba, no había techo, ni nada que me proporcionara al menos un atisbo de sombra... ¿Cuánto tiempo me tendrían aquí? ¿Cuanto pasaría para que el sol me alcanzase?

Podía oir voces del otro lado de la puerta, eran ellos, los antiguos, anunciando un montón de cosas en las que no me pude concentrar, solo entendí que el castigo que sufriría no era para mi, sino para el inmortal que había obrado en contra de los suyos, era para demostrarle al infractor reincidente que no puede salirse con la suya, que ellos dos, Ezekiel y Victoria eran siempre la última palabra. Podía oir a lo lejos a Henry gritando mi nombre y tuve que gritar de vuelta. Grité hasta que sentí mi garganta desgarrase, y quienes estaban fuera se callaron para oírnos a los dos.

Cuando pensé que mi voz no podía ser mas desgarradora, el sol empezó a alcanzarme. Tras un maldito segundo bajo el sol empecé a sentirme como un trozo de papel ardiendo ante una llama. Mi voz se fue volviendo un lamento lastimero, no podía seguir oyendo a Henry, no quería seguir presenciando el tormento que nos esperaba a ambos por los próximos minutos, no sabía por qué las cosas habían dado un giro y ellos habían decidido usarme como un retorcido modo de tortura, como habían mutado los hechos y me habían puesto aquí para consumirme, para enfrentar mi propio final ante el sol que toda mi vida había sentido calentar mi piel en el helado clima de Washington. Había sido inmortal por menos de 24 horas, hubiera querido ver el mundo, recorrer caminos escondidos y conocer todas las maravillas que el tiempo sin límite ocultaba para mi y para Henry, pero ahora solo quería deshacerme en cenizas ante las llamas que me envolvían.

Me acurruqué contra la puerta lo mas que pude, cerré los ojos y me dejé morir por segunda vez.

El mismo sabor en cualquier vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora