No volví a ver a Henry en todo el día.
Josh estaba en la estación de policía y Charlotte seguía molesta conmigo. Todo el mundo hablaba de Rose y me sentía terriblemente nerviosa cuando descubrí a Catherine observándome desde lejos repetidamente durante toda la mañana.
Desde el momento mismo en que pisé el instituto me puse a pensar en Peggy, una y otra vez, la llamé le grité, hasta señales de humo le envié en mi mente, pero nada. Ni una sola muestra de no-vida... rayos Peggy, te necesito.
Recorrí los pasillos entre clase y clase, volví a los lugares en que ella había hablado conmigo. Ninguno me trajo ningún recuerdo, ninguna sensación, nada, hasta que llegué a la vitrina de trofeos. El sueño que tuve con Peggy apareció en un parpadeo y quedó grabado sobre mis retinas, vi perfectamente como ella huía de aquel demonio, atravesaba una puerta y quedaba atrapada dentro de la sala de calderas, donde luego había empezado el gran incendio del 59... ella cruzó una puerta justo en donde estaba la vitrina. ¿Cómo rayos iba a hacer para llegar hasta la sala de calderas? Si tan solo pudiera atravesar la vitrina... me acerqué a cristal y observé mi reflejo en el. El reflejo del pasillo detrás de mi me recordó a la primera vez que me encontré con Henry... ¿cuanto tiempo había pasado desde eso?... me parecía que por lo menos un par de meses, pero habrían sido semanas apenas. Miré los trofeos, y tuve una idea brillante.
Dejé mi mochila en mi taquilla y fui a buscar al Dr. D mientras saludaba por el camino a los chicos que ya se iban.
- ¿Dr. D? - escuché un "entra" desde el otro lado de la puerta del conserje.
- Ah, Emma, tienes trapos y el lustrador está por aquí en alguna parte... dime de nuevo, ¿por qué rayos quieres hacer esto?
- ¿Prefieres hacerlo tú? - me recosté contra el marco de la puerta y esperé a que diera todas las vueltas que le placieran, de la manera mas hiperactiva que pudiere hacerlo.
- ¿Esto es un castigo? He visto a los matones hacerlo muchas veces.
- Y no hacen un buen trabajo... - me entregó un balde con lustra metales, lustra muebles, trapos y cepillos - necesito mis horas de trabajo comunitario, y tal como dijiste, esto es un castigo.
- Bien - suspiró cargándose también una mochila al hombro - las llaves. Y espero que no planees hacer ninguna fiesta - colgó las llaves sobre la mano que abrí para atraparlas.
- Te hubiera invitado, ¿no te parece? - el sonrió de medio lado, me alborotó el cabello hasta que quedó muy parecido a las rastas que el mismo ostentaba y salió del minúsculo cuarto. Lo vi alejarse por el pasillo y ni bien cruzó el umbral principal salí corriendo hacia la parte trasera del instituto. Me quité la chaqueta y empecé a bajar trofeos. Para suerte mía, la vitrina en si no era demasiado grande, si la vaciaba por completo, quizá podría moverla lo suficiente como para colarme detrás y tener acceso a la puerta que ocultaron detrás de ella.
Varios trofeos en el piso, mi chaqueta arrojada lejos y unas marcas de arrastre en el piso que tenía que averiguar como limpiar después, abrí un recoveco entre la pared y el panel de madera trasero de la vitrina, me arrastré por el y empujé la puerta. Ésta se abrió con esfuerzo, un chirrido y levantando polvo. El fuerte olor a humedad me hizo cubrirme la nariz y al encender mi linterna vi un enorme cuarto vacío, las paredes eran por completo negras, al igual que las viejas calderas. Evidentemente habían limpiado esto luego del incendio, y lo habían cerrado para siempre. Este lugar era ridículamente tétrico, un escalofrío me recorrió la columna, y a pesar de tener la espalda pegada a la pared podía sentir a alguien detrás de mi.
- ¿Peggy? - susurré al cuarto vacío sintiéndome estúpida justo un segundo después - Peggy, de veras necesito hablar contigo...
- ¿Eres tú, Emma? - sonó tan despacio que por un segundo pensé que lo había imaginado. Paseé mi linterna por todo lo largo y ancho del cuarto con movimientos espasmódicos, mi cuerpo estaba mas que preparado para pegar un salto en cuanto ella apareciera.
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El mismo sabor en cualquier vida
VampireEl mundo no se estaba quieto, temblaba; temblaba como una frágil hoja a merced del despiadado viento. Una mancha roja se deslizaba como ameba a un lado de mi cabeza, manchando de carmesí la nieve sobre la que descansaba. Toqué el líquido con un dedo...