Capítulo VII: La Tormenta

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Aquellas palabras dejaron mudos a todos los leones que se hallaban en el tumulto. Dumbledore, muy serio, comenzó a bajar los escalones con prisa.

— ¡Profesores y prefectos, ahora! —sacó su varita e hizo una señal con chispas rojas.

Previniendo que me dijeran algo por ser la única Slytherin entre Gryffindors, bajé los escalones a toda prisa y no paré hasta llegar a las mazmorras. Es increíble, ¡Sirius sí va detrás de Harry!

La noticia se expandió rápidamente en Slytherin (en parte porque yo la empecé), y cuando Snape nos hizo bajar a la sala común, el ambiente estaba muy agitado. Extrañamente, sentí la atención de todos sobre mí.

— ¿Por qué me miran? —susurré a Theo, incómoda.

— ¿Porque eres la sobrina de un asesino que anda suelto en el castillo? —preguntó retóricamente.

— Hombre, si lo pones así...

Snape y los prefectos nos hicieron indicaciones para que nos ordenáramos en fila india frente al muro. Íbamos de salida para el Gran Comedor.

— Pero es un repudiado —recordé entonces—. Dudo que quiera algo que ver con los Black. 

— Jm, ¿si se entera que estás aquí —aventuró Theo—, vendrá a por ti?

Jm.

— Ya nada, ¡vamos a morir! —gritó Blaise de repente y empezó a sacudir a Theodore por los hombros— ¿Entiendes? ¡Las mejores personas morimos primero! ¿Por qué? Oh, Salazar, ¿por qué?

El pánico, por más absurdo que fuera, se le pegó a los niños de primero, quienes empezaron a gritar. Con un sonido como de bengala, Snape aturdió a todos y nos mandó a callar. Luego obligó a Blaise a caminar a su lado, al frente de todos como castigo, aunque el morocho parecía más agradecido que nada.

Todas las cabezas que reconocí eran de Slytherin cuando estuvimos dentro del Gran Comedor; parecía que éramos los últimos, pues Gryffindor, Ravenclaw y Hufflepuff ya estaban formados en hileras desechas. El miedo era evidente en el cuchicheo de los estudiantes. En poco tiempo, el director Dumbledore acalló todo el bullicio y comenzó su discurso:

— Los demás profesores y yo tenemos que llevar a cabo un rastreo por todo el castillo —McGonagall y Flitwick comenzaron a cerrar las puertas de la sala con la misma expresión de severidad— . Me temo que, por su propia seguridad, tendrán que pasar la noche aquí. Quiero que los prefectos monten guardia en las puertas del Gran Comedor y dejo de encargados a los dos Premios Anuales. Comuníquenme cualquier novedad —añadió, observando a un Percy muy orgulloso— . Avísenme por medio de algún fantasma —antes de abandonar el lugar, el director se volteó hacia nosotros y añadió:— . Bueno, necesitarán... —blandió su varita y en dos movimientos los comedores estaban pegados a la pared y el suelo cubierto de sacos rojos para dormir— . Felices sueños.

La mayoría de los estudiantes comenzaron a bullir de excitación.

— Iré por Cedric —susurró a mi lado Margot antes de escabullirse en busca de su novio.

— Yo los vigilaré —aseguró Theodore. Lo detuve de un hombro.

— ¿Quieres porno? —le reproché. Él abrió sus ojos de par en par.

— ¡Tiene trece años, por Salazar!

— Y él quince —le recordé— . Déjalos con su jugueteo. Te dolerá más si los ves.

— Bien —masculló rudamente y tomó un saco de dormir para irse hasta la otra esquina del Gran Comedor. Rodé los ojos ante su comportamiento, no obstante, ¿quién podría culparlo?

Sirrah Black & el Prisionero de Azkaban | SBLAH #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora