Capítulo V: La Atmoléfica

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Las dos nos quedamos charlando afuera del castillo en unas rocas cercanas al Lago Negro, esperando a que la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas comenzara.

Cuando la hora del almuerzo culminó, nos pusimos de pie y caminamos hasta los límites del Bosque Prohibido, en donde se encontraba Hagrid. Allí ya se hallaba la mayoría de su clase, entre ellos mis amigos de Slytherin y mi primo junto a su banda.

— ¡Vamos, dense prisa! —gritó el guardabosques muy emocionado, con Fang a sus pies— . ¡Hoy tengo algo especial para ustedes! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, síganme!

Los alumnos procedimos a seguirlo por el límite de los árboles durante unos minutos, hasta llegar a un prado vacío. A nuestro lado se ubicaron Harry y Ron, mas noté que éste último continuaba con su enfado, porque ni él ni Hermione se dirigieron la palabra.

— ¡Acérquense todos a la cerca! —gritó Hagrid— . Asegúrense de que tienen buena visión. Lo primero que tienen que hacer es abrir los libros...

— ¿De qué modo? —arrastró las palabras Draco, fríamente.

— ¿Qué? —cuestionó el profesor.

— ¿De qué modo abrimos los libros? —repitió, sacando su ejemplar de El monstruoso libro de los monstruos, el cual se encontraba sujetado con una cuerda.

— Acariciándolo, obviamente —le respondí obvia. El profesor Hagrid me sonrió con orgullo.

— Así es, sólo tienen que sobar el lomo —demostró, tomando el libro de Hermione. Todos los alumnos soltaron a coro un "Ohhh", el cual le dio mucha más confianza al maestro— . Bien, como ya tienen sus libros, puedo traer la criatura mágica. Esperen aquí —se dio la vuelta y penetró en el bosque, desapareciendo de nuestra vista.

Después de unos momentos, Hagrid se acercó trotando hacia nosotros, sujetando a un increíble animal gris con una cadena. Tenía una apariencia extraordinaria, pues, a pesar de que su cuerpo era de caballo, al igual que sus patas traseras y su cola, también tenía partes de águila como sus patas delanteras, su cabeza y sus alas. Su pico color acero hacía juego con sus ojos naranjas y las garras de sus patas parecían tener más de diez centímetros de longitud.

— ¡Ve para allá! —le gritó el profesor a la criatura, acercándose hacia la cerca en la cual nos encontrábamos— . ¡Un hipogrifo! —gritó con alegría, encadenándolo— . ¿A que es hermoso?

Lo era, cuando dejabas pasar su extraño cruce y te concentrabas en las bellísimas plumas brillantes que pasaban paulatinamente hacia el pelo de caballo.

— Vamos —dijo Hagrid, frotándose las manos con una sonrisa— , si quieren acercarse un poco... —yo estaba atenta, hasta que alguien pasó por detrás mío y sentí una patada en mi espinilla, la cual me hizo caer. Al instante me di cuenta de que había sido Parkinson, y no dudé en blandir mi varita para atacarla— . Tienen que esperar siempre que el hipogrifo haga el primer movimiento. Es educado, ¿se dan cuenta? Van hacia él, se inclinan y esperan. Si él responde con una inclinación, querrá decir que les permite tocarlo. Si no hace la inclinación, entonces es mejor que se alejen de él enseguida, porque puede hacer mucho daño con sus garras.

 ¡Mobilicorpus! —musité, recordando que mi madre lo había usado una vez. La chica quedó suspendida en el aire, a mi merced. Comencé a girar mi varita mientras escuchaba al profesor preguntar que quién se ofrecía como voluntario. Las personas dieron un paso hacia atrás, por fin enterándose de lo que estaba sucediendo entre Parkinson y yo.

— Qué bien, Harry, ven aquí —dijo Hagrid tomándolo del brazo y acercándolo al hipogrifo, pues, al parecer, él no se había dado cuenta de que todos retrocedieron— . ¡Hey, chicas! —nos regañó al vernos, luego fijó sus ojos en mí— . Sirrah, deja de darle vueltas, por favor.

Sirrah Black & el Prisionero de Azkaban | SBLAH #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora